Cielo Yamile Riveros es iniciada sexualmente por los curas sátiros 1


Cielo Riveros, era el nombre de una preciosidad de figura perfecta. No obstante, su juventud, sus dulces encantos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parecía de terciopelo. Cielo Riveros sabía desde luego, cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como solo pudiera hacerlo una reina, y como si todo esto no fuera suficiente, por su sangre corría el fuego del Mediterráneo, pues debido a sus raíces familiares, esta chica tenía un marcado, pero sensual acento europeo con cuya fina gracia cautivaba y divertía, hasta con la más insípida conversación. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirigían los jóvenes, y en no pocas ocasiones, también los hombres ya maduros. En el exterior del templo religioso al que asistía no había hombre que no volteara discretamente a mirar tan increíble silueta, manifestaciones que hablaban mejor que mil palabras de que mirarla era un verdadero regalo para los ojos masculinos.


Sin embargo, ella no prestaba la menor atención a lo que evidentemente era un suceso de todos los días, la damita se encaminó hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. En el interior la jovencita encendió su computadora para ver sus correos, y con el corazón acelerado abrió con urgencia aquel que le interesaba, “Esta tarde a las seis, solo podré estar diez minutos en el colegio”, eran las únicas palabras escritas en el correo, pero al parecer tenían un particular interés para ella, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa, como si su mente buscara mil interpretaciones o mensajes ocultos en esas escasas frases.


Enseguida, Cielo Riveros se vistió con meticulosa atención, procurándose la ropa y los arreglos más insinuantes que tenía. Enfundada en unos ajustados y sensuales jeans de fina mezclilla que hacían resaltar al máximo sus encantos femeninos, en combinación con una estilizada playera de manga larga que se plegaba como piel a su diafragma mostrando la forma de sus senos, salió al jardín que rodeaba la casa donde moraba para que nadie la viera salir.


Sin embargo, ella no prestaba la menor atención a lo que evidentemente era un suceso de todos los días, la damita se encaminó hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. En el interior la jovencita encendió su computadora para ver sus correos, y con el corazón acelerado abrió con urgencia aquel que le interesaba, “Esta tarde a las seis, solo podré estar diez minutos en el colegio”, eran las únicas palabras escritas en el correo, pero al parecer tenían un particular interés para ella, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa, como si su mente buscara mil interpretaciones o mensajes ocultos en esas escasas frases.


Enseguida, Cielo Riveros se vistió con meticulosa atención, procurándose la ropa y los arreglos más insinuantes que tenía. Enfundada en unos ajustados y sensuales jeans de fina mezclilla que hacían resaltar al máximo sus encantos femeninos, en combinación con una estilizada playera de manga larga que se plegaba como piel a su diafragma mostrando la forma de sus senos, salió al jardín que rodeaba la casa donde moraba para que nadie la viera salir.


Montó su bicicleta y al llegar al extremo de una larga y tranquila avenida la muchacha se sentó en una banca rústica del parque frente al colegio, y esperó la llegada de la persona con la que tenía que encontrarse.


No pasaron más de cinco minutos antes de que un coche se estacionara en la puerta del colegio, del interior salió un apuesto caballero, muy maduro, de unos cuarenta y tantos años, pero con una apariencia tan varonil y seductora como la de ciertos galanes de cine. Entró al colegio donde las actividades vespertinas estaban por terminar. Casi de inmediato Cielo Riveros encamino sus pasos rumbo al colegio. El caballero era uno de sus maestros que había quedado de entregarle una guía de estudios para un curso de verano. En verdad Cielo Riveros no estaba interesada en tal estudio, lo único que quería era platicar con él, Cielo Riveros estaba fascinada con ese hombre que dicho sea de paso, guardaba cierto parecido con su Tío, en cuya casa vivía, pero a diferencia de su maestro, su tío era una persona de semblante amargado, que jamás sonreía, viviendo siempre al cuidado de su enfermiza esposa, nunca lo veía divertirse o salir a pasear.


En cuanto llegó al despacho de su maestro, se entabló una conversación sobre la metodología del curso que la linda muchacha escuchaba con los ojos encendidos sin poner la mínima atención al contenido de la misma, terminada la cual su maestro le dijo:


— Así que ¿a cuál escogerías tu Cielo Riveros? — Preguntó su maestro.


Casi suspirando, Cielo Riveros contestó sin pensar con su acostumbrado acento europeo:


— ¡A Usted Claro!


Pero viendo que su maestro dirigió su mirada hacía ella con extrañeza, Cielo Riveros corrigió.


— ¡He!, ¡Perdón!… quise decir… ¡Más bien! Creo que estoy de acuerdo con lo último, ¡si!… eso es.


Sin estar muy convencido con la respuesta, su maestro cerró la carpeta de la guía escolar y se la entregó a Cielo Riveros diciéndole.


— ¡Bien!, pues aquí tienes lo que pediste, yo debo retirarme, tengo un compromiso para el que ya estoy retrasado, si tienes alguna otra duda…


El ritmo de la respiración de Cielo Riveros se apresuró ante tal noticia, sabía bien que no lo volvería a ver hasta después de las vacaciones, y apresurándose le salió al paso, bloqueando la puerta de salida con su espalda para decirle:


— ¡Espera Giovanni!… ¡Digo! ! Perdón! ! ¡Quise decir!… ¡Maestro!… Hay algo que quería pedirle. Supe que en unos días va a viajar a Vancouver para participar en una conferencia, y que será un viaje corto al que asistirá solo por una semana, y pues… verá, yo he querido viajar a ese lugar para practicar el idioma… pero, no encuentro quien conozca ese lugar y domine el idioma tan bien como usted. Así que, yo quería saber si… Usted… y yo… — Nerviosa por no poder cerrar la idea le dijo abiertamente — ¡Podríamos tomar vuelos separados!


Habiendo captado a la perfección las intenciones de la joven, el Maestro se sentó momentáneamente en su escritorio para responder a su aparentemente ingenioso plan.


— ¡ Cielo Riveros!… Cielo Riveros Cielo Riveros, ojalá hubiera tenido yo una propuesta así cuando era un joven estudiante de lentes, que siempre pasaba desapercibido y cuya compañía nadie necesitaba. Ahora soy un hombre felizmente casado, con familia e hijos. Lo que tú quieres, daría pie a malos entendidos, y poner en riesgo mi trabajo y mi familia sería lo último que yo haría. Mi mejor consejo es que consigas un grupo de amigos de tu edad que quieran viajar, y desde luego… ¿por qué no incluir en tu grupo a aquel que siempre quiere acercarse, y no lo hace porque siempre lo rechazan?… tal vez te lleves una sorpresa cuando lo conozcas mejor.


 Cielo Riveros ella había comprendido a la perfección la postura de su Maestro, y decepcionada consigo misma, no solo por haber fallado en su intento, sino porque se había dado cuenta de que era tan egoísta que jamás pensaba en los demás, incluidos como bien le dijo su Maestro, todos aquellos que en apariencia calificaran con menos de “Pavo Real”.


La entrevista terminó, y Cielo Riveros se retiró pensativa y triste, no podía creer que existiera alguien que la rechazara, ni que le dijera tantas verdades en tan pocas frases, pero si algo había obtenido de ese encuentro era la manera de redireccionar la búsqueda del amor que tanta falta le hacía a su corta edad. — “Si Giovanni no me quiso iniciar en el mundo del amor, buscaré y encontraré la experiencia que quiero” — Se decía a si misma.


Esa noche, ella estaba sola en su casa por ausencia de sus tíos, que debieron salir a visitar familiares a otra ciudad, y estando en su habitación, sacó de su librero un libro negro que hacía días había estado leyendo, en su portada con letras herrumbrosas había un título en letras hebreas, luego una mención de lo que aparentemente era el nombre del autor en español, una sola palabra que para un conocedor lo dice todo: “Abramelin”. Tras leer un rato, salió al jardín que estaba frente a su recamara, y a la luz de una luna llena, trazó en el suelo un pentagrama con una de sus puntas apuntando hacia el norte, colocó una vela en el centro y se sentó en el interior del dibujo en la posición usada en yoga. Cerró sus ojos y empezó una oración que en otros tiempos hubiera sido una sentencia de muerte para quien la practicara.


— ¡Santos espíritus! que rodean este pentagrama y que son atraídos por el fuego de mi cuerpo, huestes angélicas y arcangélicas que traen a la realidad los deseos y los sueños, criaturas de la noche que sirven a los durmientes, ¡Os Invoco para servirme como servís a vuestros amos!, yo que soy el deseo y la fantasía de quienes me admiran, deseo traer a la realidad y para mi disfrute lo que mi condición merece, ¡Quiero Disfrutar Por Completo de Todas Las Posibilidades de la Naturaleza de mi Ser! ¡Quiero Tener la Experiencia Sexual más Fantástica Jamás Vivida por Mujer Alguna! — Y pese a las advertencias del autor de ese libro, articuló con palabras el ilegible e impronunciable nombre del demonio del placer, para después gritar a la luz de la luna. — ¡Quiero Sentir Aquí y Ahora la Iniciación con la que una Bruja Goza por Primera Vez!…


Mientras pronunciaba esto, Cielo Riveros sentía que la sangre que circulaba por sus venas le hacía unas cosquillas tan terribles que aceleraron su respiración y la obligaron a interrumpir su invocación, y casi como poseída tomó la vela y elevándola derramó sobre su desnudo cuerpo la cera que se derretía, excitándose notoriamente con la sensación del calor sobre su piel, que la hacía arquear su espalda y ondular su cuerpo. Unos instantes después la jovencita apagaba la vela contra su piel encaminándola hacia su todavía más ardiente sexo, para ejecutar una masturbación tan lujuriosa que ella misma se sorprendía de tan extraña e inusual actitud. Un apagado gemido de lujuria semejante al del dolor escapó de los labios entreabiertos de Cielo Riveros, al sentir en sus entrañas el explosivo llamado del placer, derrumbándose hasta quedar con su espalda en el piso, donde quedó tendida y con los ojos cerrados, con una expresión facial semejante a la del llanto. Era la primera vez que Cielo Riveros se masturbaba, y la emoción experimentada por su cuerpo era tal que había quedado como muerta. El grito ahogado en forma de gemido fue la señal para una interrupción tan repentina como inesperada. De entre las ramas de los arbustos próximos se coló la siniestra figura de un hombre que vestía hábitos clericales, y se situó delante de ella.


El horror heló la sangre en sus venas, y con un esfuerzo por mantenerse oculta, retrocedió ante la aparición, como quien huye de una espantosa serpiente. La luz de la luna descubrió la figura de un hombre de aproximadamente cuarenta y cinco años, bajo, robusto y más bien corpulento.


Era el Padre Ambrosio, que sabedor del viaje de sus tíos, gentilmente había acudido a esa casa para revisar que todo estuviera en orden. Su rostro, francamente hermoso, resultaba todavía más atractivo por efecto de un par de ojos brillantes que, negros como el azabache, lanzaban en torno a ella adustas miradas de reclamo y resentimiento, cuyo sombrío aspecto y limpieza hacían resaltar todavía más sus notables proporciones musculares y su sorprendente fisonomía. Traía en su mano una cámara de video encendida, con la que había estado filmando todo su “mágico ritual”.


Cielo Riveros, tan pronto como advirtió la presencia del eclesiástico cubrió su sexo con una mano y sus senos con la otra, encogiéndose en el suelo que había sido mudo testigo de su goce, e incapaz de emitir sonido alguno a causa del temor, se dispuso a esperar la tormenta que sin duda iba a desatarse, para enfrentarse, a ella con toda la presencia de ánimo de que era capaz.


No se prolongó mucho su incertidumbre. El recién llegado tomó a la jovencita por el brazo, mientras con una dura mirada de autoridad le ordenaba que pusiera orden en su escasa vestimenta.


— ¡Muchacha imprudente! — murmuró entre dientes —. ¿Qué es lo que has hecho? ¿Hasta qué extremos te ha arrastrado tu pasión loca y salvaje? ¿Cómo podrás enfrentarte a la ira de tu ofendido tutor cuando vea este video? ¿Cómo apaciguarás su justo resentimiento cuando yo, en el ejercicio de mi deber moral, le haga saber los denigrantes actos al los que se entrega su única hija? — Manteniéndola todavía sujeta por la muñeca, continuó.


— ¡Infeliz muchacha!, sólo puedo expresarte mi máximo horror y mí justa indignación. Olvidándote de los preceptos de nuestra santa madre iglesia, y sin importarte el honor, te has entregado a esta perversa y degradante práctica de brujería que desató en ti el disfrute de la fruta prohibida. ¿Qué te queda ahora? Escarnecida por tus amigos y arrojada del hogar de tu tío, tendrás que asociarte con las bestias del campo, y. como Nabucodonosor, serás eludida por los tuyos para evitar la contaminación, y tendrás que implorar por los caminos del Señor un miserable sustento. ¡Ah, hija del pecado, criatura entregada a la lujuria y a Satán! Yo te digo que…


El extraño había ido tan lejos en su amonestación a la infortunada muchacha, que Cielo Riveros, abandonando su actitud encogida y arrodillándose, clavó su rostro en lágrimas en las piernas del indignado sacerdote suplicando perdón.


— ¡No digas más! — Siguió el fiero sacerdote. — No digas más. Las confesiones no son válidas, y las humillaciones sólo añaden lodo a tu ofensa. Mi mente no acierta a concretar cuál será mi obligación en este sucio asunto, pero si obedeciera los dictados de mis actuales inclinaciones, encaminaría mis pasos directamente hacia tus custodios naturales para hacerles saber de inmediato las infamias que por azar he descubierto.


— ¡Piedad padrecito! ¡Compadeceos de mí! — Suplicó Cielo Riveros, cuyas lágrimas se deslizaban por unas mejillas que hacía poco habían resplandecido de placer.


— ¡Perdonadme! padre ¡Perdonadme! Haré cuanto esté en mis manos como penitencia. Se dirán seis misas y muchos padrenuestros sufragados por mí, Se emprenderá sin duda la peregrinación al sepulcro de San Engolfo, del que me hablabais el otro día. Estoy dispuesta a cualquier sacrificio si me perdonáis.


El sacerdote impuso silencio con un ademán.


— ¡Basta! — Dijo el padre. — Necesito tiempo. Necesito invocar la ayuda de la Virgen bendita, que no conoce el pecado. Pasa a verme mañana a la sacristía, Cielo Riveros. Allí, en el recinto adecuado, te revelaré cuál castigo corresponde a tu horrible pecado, para ello habré de consultar esta misma noche los libros sagrados, que me han de revelar la divina voluntad, y solo en caso de que exista una solución adecuada a tu falta, muy a mi pesar habré de callar lo que esta noche he visto.


Miles de gracias surgieron de la garganta de Cielo Riveros cuando el padre le advirtió que debía marcharse ya a su dormitorio.


— ¡Y borra de tu cara esa expresión de felicidad!, que no te he prometido nada. Solo te aclaro que, por esta noche, y solo por esta noche, vuestro secreto estará a salvo conmigo, y hasta que nos volvamos a ver, te informaré de mi decisión final. — Dijo el padre antes de partir.


CAPÍITULO II  (


(Olor a tranquilo claustro de convento, te reto a que pruebes el poder de mi deseo)


Lo que para una jovencita inició como un interesante juego, en manos equivocadas abre una puerta que no puede ser cerrada. La invocación de fuerzas tenebrosas del orden natural, no es cosa gratis, la misma física nos enseña que todo resultado requiere un trabajo. Así mismo toda ganancia obtenida a través de este medio, define un precio. En verdad va a pasar mucho tiempo, antes de que la ciencia demuestre que todo existe en función del marco de referencia del observador, en alusión a que todo está en la mente, y de que por cada una las representaciones angélicas y arcangélicas, que no son otra cosa que un símbolo mental con el que vemos solo lo que podemos entender de esa fuerza, existe la contraparte dimensional que la equilibra en el llamado lado oscuro, para que ambas puedan existir en nuestra mente bipolar, cada una de las cuales, en su propio sentido, tienen nombres, dominios, niveles, y jerarquías, que van desde lo humano hasta lo divino, viendo hacia arriba, y desde lo humano hasta lo innombrable, viendo hacia abajo, según la representación de algo tan antiguo y misterioso, que se pierde en la noche de los tiempos: La Cábala.


A partir de este momento y durante todo el recorrido de esta lectura, el costo de las claves referidas, que hicieron posible el descenso del indefinible poder de la sensualidad, presumiblemente podría alcanzar incluso al lector de esta obra. Tenga cuidado con lo que siente y con lo que desea, pero sobre todo, con cual personaje se identifica, porque todo existe en el plano del gran manifestado, la nada absoluta dirían los físicos, donde no hay materia, tiempo, ni espacio, y donde todo tuvo su origen, y aún se encuentra en expansión.


Con paso incierto y con la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquella sacristía y llamó.


La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral.


A un signo del sacerdote Cielo Riveros entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón.


. Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos en los que el padre Ambrosio con su severo e inexpresivo rostro acomodaba algunos documentos, para luego quedar pensativo y silencioso, mientras daba la impresión de que en cualquier momento le comunicaría la peor noticia que ella no quería oír, finalmente rompió el silencio para decir:


— Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mía. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual del arrepentimiento que conduce al perdón divino.


Al oír aquellas bondadosas palabras Cielo Riveros recobró el aliento y pareció descargarse de un peso que oprimía su corazón.


El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo cojín que cubría una gran arca de roble.


— He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija mía. Durante algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente llegué a poseer.


Hizo una pausa, y Cielo Riveros, que sabía muy bien el severo carácter de su tío, de quien además dependía por completo, se echó a temblar al oír tales palabras.


Y tomándola de la mano al sentarse y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él, mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre:


— Pero me dolía pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, y pedí a la Virgen Santísima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló un camino que, al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las consecuencias que acarrearía el que el hecho llegase a conocimiento de tu tío. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta.


Cielo Riveros, aliviada de su angustia al oír que había un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su padre espiritual.


La jovencita estaba arrodillada a sus pies. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella. Un tinte de color enrojecía sus mejillas, y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Las manos del buen padre temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su Cielo Riveros penitente, oprimiendo con cariñosa suavidad esas increíbles formas. Por sus confesiones, el astuto sacerdote sabía bien que este era uno de esos días en que Bella se excitaba con el mínimo tocamiento de un hombre y esos lindos pezones brincaban como botones de primavera, lo cual en su momento sería aprovechado hasta la infamia, sin embargo, Ambrosio no perdió su compostura y con gran suavidad la atrajo con un cariñoso abrazo con el que la cabeza de Cielo Riveros quedó pegada a su pecho. Indudablemente el espíritu de ese sacerdote estaba conturbado por el conflicto nacido de la necesidad de seguir adelante con el cumplimiento estricto de su deber, y los tortuosos pasos con los que debía describir la cruel expiación con la que su joven penitente se libraría de lo que tanto temía.


El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia, y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia.


Cielo Riveros reiteró la seguridad de que sería muy paciente, y de que obedecería todo cuanto se le ordenara.


Entretanto resultaba evidente que el sacerdote era víctima de un espíritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionados y ardientes labios.


El padre Ambrosio atrajo más y más a su hermosa penitente, hasta que sus lindos brazos descansaron sobre sus rodillas y su rostro se inclinó hacia abajo con piadosa resignación, casi sumido entre sus manos.


— Y ahora, hija mía —siguió diciendo el santo varón. — Ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa que pesa en tu alma. Hay espíritus a quienes se ha confiado el alivio de aquellas pasiones y exigencias naturales que la mayoría de los siervos de la iglesia tienen, y que les es prohibido practicar, pero que sin duda necesitan satisfacer. Se encuentran estos pocos elegidos entre aquellos que ya han seguido el camino del desahogo carnal. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto.


Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descendían de los hombros de la muchacha hasta su cintura, tomándola a modo de abrazo el padre susurró a su oído, como hablando en secreto:


— Para ti, que ya probaste el ilegitimo y prohibido placer de la masturbación, está indicado el recurso de este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el aberrante pecado que ya cometiste, sino que se te permitirá disfrutar legítimamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que solo es correcto que la sientas cuando es provocada por los fieles servidores de la iglesia. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores ilícitos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor a través de la contemplación, o mejor dicho, de la participación de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermoso cuerpo tiene que provocar también en nosotros, nunca más tendrás necesidad de masturbarte hija mía, pues de aquí en adelante debes dejar que esa juvenil necesidad que quema tu cuerpo, quede a cargo de este servidor de Dios, que en esa forma impedirá que caigas en el pecado de hacerlo tu misma.


Cielo Riveros oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de sorpresa y placer.


Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar ante ésas clarísimas afirmaciones? ¿Una masturbación?, pero hecha por el propio padre Ambrosio, la mente de Cielo Riveros en ese momento estaba convertida un torbellino de imágenes y de preguntas que no se atrevía a hacer.


El piadoso sacerdote acercó su complaciente cuerpo hacia ella, y estampó un largo y cálido beso en sus rosados labios.


— Madre Santa —murmuró Cielo Riveros, sintiendo cada vez más excitados sus instintos sexuales—. ¡Esto!… Yo quisiera… me pregunto… ¡no sé qué decir!


— Inocente y dulce criatura. Es misión mía la de instruirte. En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización de los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo.


El padre Ambrosio cambió de postura. En aquel momento Cielo Riveros advirtió por vez primera su ardiente mirada de sensualidad, y casi le causó temor descubrirla.


También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba haciendo presión en la parte frontal de la sotana del santo padre, algo que ella siempre había visto en cuanto un caballero hacía contacto con su cuerpo y que en más de una ocasión los veía hacer esfuerzos por disimular esa embarazosa situación. Pero a diferencia de ellos, el excitado sacerdote apenas se tomaba el trabajo de disimular su estado y sus intenciones.


Es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha. El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza, lo identificaba con la imagen física y mental del sátiro de la antigüedad.


El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenecía, no se habían borrado por completo no obstante su temperamento fogoso, y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal, y de deseos tan violentos que caían fuera de lo común, había aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación.


Pero Cielo Riveros sólo lo conocía como el padre santo que no sólo le había perdonado su grave delito, sino que le habla también abierto el camino por el que podía dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente tenía fijos en su juvenil imaginación.


Pronto atrajo hacia él a la hermosa muchacha y la estrechó entre sus brazos, luego la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su robusto cuerpo, y apretó su dorso para entrar en contacto cada vez más íntimo con su grácil figura haciéndola que levantara la cara y echara la cabeza hacia atrás para dejar expuesto su hermoso y largo cuello al libidinoso y desenfrenado besuqueo que el santo varón aplicaba con el ansia de un presidiario, mientras la joven se mantenía inmóvil y con los brazos caídos, sin embargo el buen padre quería probar el aguante de su víctima en una forma que no dejara duda de su completa obediencia, para esto la soltó y la hizo girar su cuerpo hasta quedar de espaldas a ella, y de nuevo la volvió a abrazar rodeando la breve cintura de su rendida penitente para hacerla sentir la presión de su potencia en esas redondeces por las que tanta atracción sentía. El Padre continuó apretándola, cargándola, tallándola, haciéndola inclinare para luego estirarle los brazos como si fueran riendas, manteniendo en todo momento ese increíble nalgatorio en contacto continuo con su incontrolable protuberancia masculina sin que la joven opusiera la menor resistencia o emitiera la mínima protesta, ni siquiera cuando pasó sus velludas manos bajo su blusa para tomarla por los senos iniciando una impúdica exploración que la hacía retorcerse de placer, todas esas posiciones en que la agasajaba no eran otra cosa que emulaciones de las formas en que llegado el momento tendría que rendirle servicio a los degenerados e incontrolables apetitos del lujurioso sacerdote.


Levantándose rápidamente alzó el ligero cuerpo de la joven Cielo Riveros, y colocándola sobre el cojín en el que estuvo sentado él momentos antes, la colocó de espaldas y desató su ropa como si fuera un regalo que urge ver, y cuando la femenina ropa estuvo lo suficientemente desatada, contempló por un instante el increíble cuerpo de Cielo Riveros, era una combinación de frágil modelo con el radiante tono muscular de una aguerrida gimnasta, la perfección de los senos, el exquisito talle y el lampiño blanco y plano vientre, eran en conjunto una invitación al placer.


Aquello era demasiado para nuestro buen padre Ambrosio que en ese momento estaba absorto con la contemplación de ese cuerpo perfecto que ahora estaba en su poder, no dejaba de felicitarse a si mismo por el éxito de su infame treta. (En efecto, él lo había planeado todo, puesto que facilitó los sucesos con los que la atrapó entregándose a sus ardorosos juegos sexuales, a escondidas, se agazapó cerca del lugar para contemplar con centelleantes ojos la masturbación de su bella penitente, ahora ésta inocente y virginal criatura estaba a punto de conocer el único tipo de masturbaciones que serían permitidas para ella, las cuales como dijo el buen padre Ambrosio, tendrían que ser aplicadas por él mismo).


. Sin decir palabra, el santo padre montó sobre el improvisado camastro e inclinó su rostro hasta tocar el abdomen de la chica, succionando la parte baja de las costillas en un meticuloso e interminable agasajo que provocaba contracciones y espasmos en el cuerpo de que en ese momento gemía de placer tocando a modo de defensa con sus manos la rapada y picante cabeza del padre Ambrosio mientras sentía como el agasajo se dirigía lenta pero inexorablemente hacia su excitada vulva vaginal, y una vez ahí pudo sentir como el lujurioso sacerdote hundía esa rasurada cara en su regazo y lamía con impudicia tan adentro como le era posible entrar en su húmeda vaina, y en breve, el lujurioso sacerdote dióse a succionar tan deliciosamente el turgente clítoris, que en un arrebato de éxtasis pasional, sacudido su joven cuerpo con espasmódicas contracciones de placer, de nuevo la chica sentía aproximarse la sensación que ya había experimentado en el jardín de su casa, pero esta vez era provocada por la laboriosa lengua que momentos antes la convenciera de su total entrega, y entre gritos de placer y sacudidas de su dorso que parecían estertores de muerte, derramó la dulce emisión femenina de su sexo, misma que el santo padre engulló cual si fuera un flan. Para el insoluto sacerdote era un manjar de dioses paladear el primer néctar de esa chiquilla, arrancado de su cuerpo a través de la terrible emoción que le provocó con esa santificada masturbación, emulando la perversa caricia que una laboriosa abeja hace a la más bella flor, la cual no tiene otra opción que permanecer inmóvil.


Una vez que pasó la explosión emocional que había sacudido su cuerpo, Cielo Riveros cayó hacía atrás, derrumbándose sobre su espalda, totalmente desfallecida y sin fuerzas, mientras sentía al lujurioso sacerdote gruñir y forcejear para seguir unido a ella, con la misma terquedad con la que un fiero can reclama su alimento, el impacto emocional había sido de tal magnitud que Cielo Riveros no podía mover ni un solo dedo, y solo se estremecía mordiéndose su labio inferior, mientras seguía sintiendo el bárbaro agasajo que el fiero sacerdote daba a sus partes íntimas, haciéndola sentir como si la más tenaz y despiadada de las fieras estuviera comiéndosela viva, situación que el sádico sacerdote prolongó el mayor tiempo posible.


Pero todo lo que empieza tiene que terminar, y el bestial agasajo por fin terminó. Siguieron unos instantes de tranquila inmovilidad, Cielo Riveros reposaba sobre su espalda. Con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza caída hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el canino proceder del reverendo padre.


El escultural pecho de Cielo Riveros se agitaba todavía bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanecían cerrados en lánguido reposo, la masturbación que le había practicado el padre Ambrosio la había hecho gozar mil veces más que la inocente masturbación practicada por ella en el jardín de su casa.


El osado sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema, que había puesto en sus manos una víctima, y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven que había capturado, y el evidente deleite con el que ésta se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se disponía en aquellos momentos a cosechar los frutos de su superchería.


Tras uno de sus largos y prolongados periodos de abstinencia, en espera paciente de sus objetivos, por fin había logrado capturar a la víctima con la que desde hacía mucho quería desfogar su espantosa lujuria, todos los delicados encantos de ese cuerpo perfecto eran suyos, y se regodeaba disfrutando lo indecible con la idea de todo lo que tenía planeado hacerle a esta inocente chiquilla. Ahora, una por una de las virginidades de esta jovencita iría cayendo en poder de este degenerado sacerdote.


Y sin más rodeos, el buen padre al comprobar la total y absoluta docilidad de su joven y Cielo Riveros penitente, y sin poder soportar por más tiempo la presión de su erección, dejó a Cielo Riveros parcialmente en libertad para trepar al mueble hasta colocarse frente a su rostro y abrir el frente de su sotana, y sin el menor rubor, dejó expuesto a los atónitos ojos de la jovencita un miembro cuyas gigantescas proporciones, grado de erección y rigidez, la dejaron sorprendida.


Es imposible describir las encontradas sensaciones despertadas en Cielo Riveros por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento a escasos centímetros de su rostro. Su mirada se fijó instantáneamente en él, al tiempo que el padre, advirtiendo su asombro, pero descubriendo que en él había más señales de curiosidad que de rechazo, lo colocó tranquilamente sobre su blanco pecho, muy cerca de su largo y delicado cuello. Tras las emociones que había experimentado, sentir el caliente contacto con tan tremenda cosa, hizo que se apoderara de Cielo Riveros un terrible estado de excitación.


Tanto la visión como el contacto de tan notable miembro hacían que la jovencita sintiera en su pecho el cálido cosquilleo de las sensaciones lascivas que empezaban a despertar en su mente, y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manecitas lo palpó sintiendo el tremendo calor que esa parte del cuerpo del santo padre le transmitía a sus frescas manos.


— ¡Oh. padre! ¡Qué cosa tan increíble! — Exclamó Cielo Riveros — ¡Por favor, padre Ambrosio, decidme cómo debo proceder para aliviar a nuestros santos ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan!


El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, tomó la mano de ella con la suya y la hizo sujetar su enorme objeto, jalándolo suavemente hacía arriba y hacía abajo.


— Santo Dios! Padre, ¡Esto es enorme! —murmuró Cielo Riveros —.


El placer del santo padre era intenso, y el que él le había provocado a Cielo Riveros con su lengua, aún no se apagaba.


La chica siguió presionando el miembro del sacerdote con la suave caricia de su mano, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer, y si por lo tanto tenía qué seguir actuando tal como lo hacía.


Entretanto, la enorme verga del padre Ambrosio engordaba y crecía todavía más por efecto del excitante cosquilleo al que lo sometía la jovencita.


Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera me voy a venir —dijo el padre por lo bajo. — Será mejor retardarlo todavía un poco.


— ¿Se vendrá, padrecito? — inquirió Cielo Riveros ávidamente —. ¿Qué quiere decir eso?


¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión! —exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder así envilecería más. — Venirse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de semen, un fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe.


Cielo Riveros recordó entonces los videos pornográficos que a veces recibía, y entendió enseguida a lo que el padre Ambrosio se refería, había visto decenas de veces esos videos en los que la cara de la prostituta terminaba bañada en semen tras hacer un artístico servicio oral.


Y viendo que poco a poco, el padre Ambrosio colocaba ese descomunal miembro cada vez más cerca de su cara, Cielo Riveros preguntó con aire de súplica.


— ¡Padre!… ¡Padrecito!… Entonces, queréis decir que yo….


El clásico acento europeo de Cielo Riveros se quebraba en ese momento, pareciéndose más al de las sensuales hijas del “Río de la Plata”. Y sin poder soportar por más tiempo la respuesta, el padre Ambrosio exclamó excitado:


— ¡Quiero que la mames! Preciosa, quiero que la coloques en tu dulce boca y la succiones como lo haces con esas paletas de dulce.


Sin embargo, Cielo Riveros sabía que había formas recomendadas para hacer eso sin recibir la descarga, por lo que tímidamente volvió a preguntar:


— ¡Padre!, mi buen padrecito, ¿y no se usa un protector para esto?


Cielo Riveros angustiada esperaba la respuesta mientras seguía pensando en su interior: “Decime que si Padrecito… Plis”. Sin embargo, el buen padre Ambrosio respondió decidido:


— ¡De ninguna manera hija mía!, nuestra santa madre iglesia prohíbe terminantemente el uso de condones, así como el desperdicio del semen, razón por la cual deberás recibir los chorros del viscoso y blanco liquido de esta verga muy, pero muy adentro de tu boca.


Cielo Riveros pregunto inquieta: — ¿Tengo que tragármelos padre?


— ¡Toda hija mía!, hasta la última gota — Respondió Ambrosio.


Sintiéndose obligada y en deuda por el éxtasis paradisíaco al que había sido sometida, comprendió que debía devolver el favor, con la misma ferviente pasión con el que a ella le fue hecho.


Enseguida, Cielo Riveros inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume difícil de definir, pero que de alguna forma la excitaba. Lentamente lo acercó a su cara, y pegó su mejilla para frotarlo, luego con mil trabajos logró dominar el rechazo que sentía y depositó sus abultados y sensuales labios sobre el extremo superior, cubrió con su adorable boca la endurecida punta, de la que empezaba a erupcionar la primera gota de lo que sería una copiosa y continua espermatorrea, luego besó ardientemente el reluciente miembro, pronto comprobó que las gotas que exudaban de la dura punta a pesar de que eran tan viscosas y pegajosas  como la medula de la sábila, no tenían mal sabor.


— ¿Cuál es el nombre correcto de este fluido? Padre — preguntó Cielo Riveros, alzando una vez más su lindo rostro.


––Tiene varios nombres —replicó el santo varón—. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija mía, lo llamaremos “leche”, puesto que es blanco y sale de la ubre que ahora acaricias con tu rostro.


Excitado por las inocentes preguntas de su Cielo Riveros penitente, y por la indecisión de la misma para entrar en acción, el padre Ambrosio se adentró por su cuenta en la boca de Cielo Riveros, pero luego de unos instantes, con el pretexto de hacer otra pregunta, la chica con gran delicadeza, movió su cabeza hacía un lado para librarse, aunque fuera por un momento.


— ¡Padre!… ¿Y cómo es una masturbación para usted?


Sin mediar palabra, el padre Ambrosio volvió a introducir su largo miembro en la boca de Cielo Riveros, esta vez tan adentro que presionaba su fina garganta, para en seguida empuñar el tronco raíz con una de sus manos, y darle tremendas jaladeras a todo el largo que quedaba afuera de la boca de Cielo Riveros. Luego de la febril demostración, le dijo:


— ¡Lo vez Preciosa!… Así es como se hace una puñeta. Acto criticable que sustituye al principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente, debemos sustituirla por este otro medio, en el que tus labios harán el mismo trabajo que viste hacer a mi puño, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión. Llegado el instante, a una señal mía presionaras para darle entrada en tu garganta a la cabeza de este objeto, hasta que, expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente.


Cielo Riveros no volvió a hacer más preguntas, había quedado como hipnotizada, tanto con la explicación como con la demostración, sin embargo su lujurioso instinto le había permitido disfrutar la descripción hecha por su confesor, al comparar la masturbación que él le había hecho a ella, con la que ella estaba haciendo en ese momento con su boca, y ahora estaba tan ansiosa como el mismo sacerdote por llevar a cumplimiento el atrevido final de ese acto cuyo desenlace y consecuencias solo conocía gráficamente a través de videos y revistas eróticas.


Excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que tenía asido con verdadero deleite en su boca, la joven se dedicó a succionar, frotar y exprimir con sus labios el enorme y tieso miembro, de manera que proporcionaba al licencioso cura el mayor de los goces.


No contenta con friccionarlo con sus delicados labios, Cielo Riveros, dejando escapar suspiros de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza tan adentro que la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua y su garganta la deliciosa eyaculación que debía sobrevenir.


Esto era más de lo que el santo varón había esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar una discípula tan bien dispuesta para el irregular ataque que había propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se disponía a inundar la boca y la garganta de la muchachita con el flujo de su poderosa descarga.


Sin embargo, este santo varón era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada. La superabundancia parecía estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos habían sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente.


Fue en estas circunstancias que la dulce Cielo Riveros había emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos chorros que hasta el momento no había experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansiosa estaba de administrar, la hermosa doncella deseaba la consumación de su labor, estaba demasiado interesada en el derrame de leche del que le había hablado el buen padre, y de saber en qué forma eso le daría placer.


Pero por salaz que fuera la jovencita, las continuas emisiones de semen que exudaba el miembro del padre Ambrosio pronto la hicieron desistir, por lo que estiró su cuello hacía atrás para librarse.


— ¡Hug!… Ya no padrecito… Por favor. — Exclamaba Cielo Riveros dejando ver las viscosas muestras de semen en sus labios y su lengua.


Pero el enardecido sacerdote la volvió a tomar de la cabeza introduciendo su erecto miembro en una clara demostración de que ella no era la que mandaba, forzándola a seguir con esa libidinosa acción domándola como a las rameras principiantes, cuando aturdidas por la ebriedad caen en manos de un exigente y experimentado cliente que sabe muy bien que bajo esas circunstancias la agresión y el enojo terminan por poner de rodillas a una chica, la cual presa de esa extraña mezcla de placer y temor es llevada gradualmente a un estado de excitación tal que pronto se da cuenta de que lo que realmente la tiene atrapada es su propia naturaleza femenina, que la hace disfrutar hasta lo indecible con el dominio de su enfurecido agresor.


El exuberante miembro del sacerdote engrosaba y se enardecía cada vez más, a medida que los excitantes labios de Cielo Riveros apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio provocando en el engrosado miembro una excitación que se traducía en una continua espermatorrea que la chica tenía que conducir hacía su garganta hasta que el continuo goteo de semen que se acumulaba era tragado mientras apretaba sus hermosos parpados con fuerza expresando con su bello rostro el esfuerzo que le costaba cumplir con esa difícil penitencia.


Dos veces Cielo Riveros retiró su cabeza apartándose de ese miembro que no paraba de lechar, sin embargo Ambrosio volvía a someterla introduciendo en los sonrosados labios de la muchacha ese enorme y espumante miembro obligándola a que continuara dando ese prolongado e interminable “beso de leche”, hasta que incapaz ya de aguantar los deseos de venirse al delicioso contacto de esos abultados y carnosos labios, Ambrosio colocó sus manos tras la nuca de Cielo Riveros asegurándola para que no se separara más de él. Y habiendo al parecer alcanzado un máximo de dominio sobre la chica, el excitado sacerdote introdujo ese monstruoso miembro cuanto pudo hasta sentir la presión de la fina y bella garganta de su penitente y entonces el buen padre sintió como la chica succionaba con mayor energía que antes el tieso dardo, haciendo con su cabeza rápidos movimientos para simular con su boca el mismo jaloneo que el padre Ambrosio había hecho con su puño. La intención de la jovencita era acabar cuanto antes con ese libidinoso juego en el que la tenía atrapada el excitado sacerdote.


Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen padre. Su cuerpo se proyectó hacía adelante presionando la garganta de su joven penitente, que en ese momento tenía la cabeza recargada en una cómoda almohada. Las manos del enardecido sacerdote se agarraron convulsivamente de la nuca de Cielo Riveros para detener sus movimientos, presionando su garganta.


— ¡Dios santo! ¡Me voy a venir! —exclamó el sacerdote al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente víctima. Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos su potente miembro, por efecto de la provocación de la jovencita, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido.


Be Cielo Riveros comprendía por los chorros que uno tras otro resbalaba garganta abajo, así como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que ella había provocado. La jovencita siguió succionando y apretujando hasta que, llena de las descargas viscosas, y semi asfixiada por su abundancia, se vio obligada a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro.


. – ¡Madre santa! — Exclamó Cielo Riveros tosiendo varias veces, tenía el cabello y la cara inundados de la blanca y viscosa leche del padre — ¡Qué barbaridad padrecito! ¡Creo que me tragué más de la mitad!, ¡Que lechada me ha dado! Esto solo lo había visto ni en los videos para adultos; pero jamás me imaginé que se sintiera tan rico hacerlo.


El padre Ambrosio, demasiado agitado para poder contestar, veía complacido como su joven discípula separaba su cabeza de la almohada para deslizar sus labios por todo el largo de ese endurecido miembro, lamiendo y relamiendo incansablemente esa descomunal erección hasta dejarla completamente libre del pegajoso y blanco semen.


Pasado un rato el robusto el robusto sacerdote se incorporaba poniendo una de sus manos en el hombro de Cielo Riveros mientras con la otra empuñaba su todavía excitado miembro con el que hacía libidinosas caricias en los desnudos senos de la jovencita, la cual con su acostumbrada sensualidad para hablar le susurró en voz baja palabras de invitación al diálogo, observando, al hacerlo, el efecto que causaban en el respetable miembro del padre Ambrosio, que de nuevo adquiría la acostumbrada rigidez con la que empezó la contienda.


— ¡Padre!… ¡Padrecito!… ¿Puedo considerarme por fin perdonada?… ¿Estoy libre de castigos?… o… ¿hay alguna otra cosa que quiera que yo haga?


Era evidente lo mucho que la hermosura de la joven Cielo Riveros, así como la inocencia e ingenuidad de su carácter, excitaban al ya de por sí sensual del sacerdote. Saberse triunfador de tener entre sus manos a esa tierna y sensual chiquilla, absolutamente impotente y temerosa, la delicadeza, sensualidad y refinamiento de la muchacha, todo ello conspiraba al máximo para despertar sus licenciosos instintos y sus degenerados deseos. Era suya, suya para gozarla a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su insensata lujuria Tras las acciones consumadas, esta vez la dulce chiquilla estaba lista para entregarse a los más desenfrenados actos de corrupción, que, en su lujuriosa mente, el sacerdote había planeado paso a paso. Así que sujetándola con firmeza del hombro y deslizando esa caricia hacía el cuello con su enorme y caliente mano, le contesto:


— ¡Desde luego que no hija mía! — Exclamó Ambrosio, cuya lujuria, de nuevo encendida, volvía a asaltarle violentamente ante tal solicitud — El perdón total y absoluto que quieres, aún está muy lejos en el horizonte, pero te aseguro que ya has dado el primer y más importante paso con el que sin duda lo alcanzarás. La penitencia de tu falta no puede terminar con tan solo esto mi dulce chiquilla, el siguiente paso que tendrás que dar dentro de esta penitencia que ya has empezado, y para la cual ya no hay marcha atrás, será acoplarnos cuerpo a cuerpo para un apareamiento normal, acción que como ya sabes, consiste en la penetración de tu cuerpo por un miembro masculino, y según sé por tus últimas confesiones, has estado buscando quien te inicie en esta actividad. Por otra parte, siendo la primera vez que lo haces, y tomando en cuenta el tamaño de burro con el que te vas a acoplar, debo advertirte que sufrirás al grado del llanto en cuanto empecemos.


— ¡Padre!… es que… no lo sé, no vengo preparada para eso — Inquirió Cielo Riveros.


Por lo que el buen padre tranquilizándola, le dijo:


— No debes temer, hija mía, se bien cuál es tu preocupación. En cuanto a la protección anticonceptiva que ya te aclaré que está prohibida por la iglesia, te diré que de acuerdo a tus confesiones conozco bien tus ciclos menstruales los cuales son perfectamente regulares, y en este momento estas disponible para no incurrir en riesgo alguno para el acto que estamos por realizar, el cual será la cópula natural practicada por los matrimonios con fines reproductivos. De no haber sido así, tendríamos que continuar con otro acto todavía más doloroso, el cual no dudes que tendré que practicártelo más adelante, aunque haciendo honor a la verdad, debo decirte que una vez acoplados, te haré disfrutar como no tienes una idea, si crees que la masturbación que te practiqué fue placentera para tu cuerpo, ésta palidecerá cuando conozcas el orgasmo copular, que solo se logra a través de estos actos con los que vas a expiar tu culpa.


Excitada por la seductora explicación, y sabedora de que para ella no había otra salida que acceder a las peticiones del buen sacerdote, Cielo Riveros aceptó de inmediato.


— ¡Está bien padrecito!… ¡Lo soportaré todo! — Replicó Cielo Riveros — ¡Tiene usted razón!, deseo experimentar esa dicha que he estado buscando y que estoy ansiosa por conocer.


— ¡Pues desnúdate Cielo Riveros! — Ordenó el padre Ambrosio — Quítate todo lo que pueda entorpecer o trabar nuestros movimientos, que te aseguro serán en extremo violentos.


Cumpliendo la orden, Cielo Riveros se despojó rápidamente de sus vestidos, y buscando complacer a su confesor con la plena exhibición de sus encantos, a fin de que su miembro se alargara en proporción a lo que ella mostrara de sus desnudeces, se despojó de hasta la más mínima prenda interior, para quedar tal como vino al mundo.


El padre Ambrosio quedó atónito ante la contemplación de los encantos que se ofrecían a su vista. La amplitud de sus caderas, los capullos de sus senos, la nívea blancura de su piel, suave como el satín, la redondez de sus nalgas y lo rotundo de sus muslos, el blanco y plano vientre con su adorable monte, y, por sobre todo, la encantadora hendidura rosada que destacaba debajo del mismo, asomándose tímidamente entre los muslos, hicieron que él se lanzara sobre la joven con un rugido de lujuria.


Ambrosio atrapó a su víctima entre sus brazos. Oprimió su cuerpo suave y deslumbrante contra el suyo. La cubrió de besos lúbricos, y dando rienda suelta a su licenciosa labia, prometió a la jovencita todos los goces del paraíso mediante la introducción de su gran aparato en el interior de su vulva.


 Cielo Riveros acogió estas palabras con un gritito de éxtasis, y cuando su excitado estuprador la acostó sobre sus espaldas sentía ya la anchurosa y tumefacta cabeza del gigantesco pene presionando los calientes y húmedos labios de su virginal orificio.


El santo varón, encontrando placer en el contacto de su pene con los calientes labios de la vulva de Cielo Riveros, comenzó a empujar hacia adentro con todas sus fuerzas, hasta que la gran nuez de la punta se llenó de humedad secretada por la sensible vaina.


La pasión enfervorizaba a Cielo Riveros. Los esfuerzos del padre Ambrosio por alojar la cabeza de su miembro entre los húmedos labios de su rendija en lugar de disuadiría la espoleaban hasta la locura, y finalmente, profiriendo un débil grito, se inclinó hacia adelante y expulsó el viscoso tributo de su lascivo temperamento.


Esto era exactamente lo que esperaba el desvergonzado cura. Cuando la dulce y caliente emisión inundó su enormemente desarrollado pene, empujó resueltamente


— ¡Ohuu!… Padrecito… esto duele… ¡Uff!… ¡Oh Dios!… No sé si pueda. — Se quejaba Cielo Riveros clocando sus manos en los musculosos brazos del sacerdote, pero el primer avance de la penetración ya se había producido presionando con fuerza el elástico sello de virginidad que amenazaba con romperse en cualquier momento.


— Iremos despacio preciosa, muy pero muy despacio. — Aclaró Ambrosio cuya ansiosa excitación era más que evidente tanto por la expresión de su rostro como por su agitada respiración. —  Extiende tus piernas y coloca tus manos en este tronco para que lo sujetes, así, eso es, como si tú te lo estuvieras clavando.


 Cielo Riveros ella había tomado el tronco de esa enorme verga con ambas manos colocando un puño encima del otro para evitar la penetración completa como le había indicado el sacerdote. Un empujón más y otro avance se produjo en la introducción, ahora Cielo Riveros lanzaba el grito de dolor que anunciaba la pérdida irreparable de su virginidad, y de un solo golpe Ambrosio introdujo el resto de su voluminoso apéndice en el interior de la hermosa muchacha teniendo como límite las empuñadas y pequeñas manos de Cielo Riveros que seguían crispadas a esa monumental erección.


— ¡Ohuuu!… ¡No!… ¡Pare!, ¡Pare por favor padrecito! — Suplicaba Cielo Riveros al sentir el decidido avance que aplastaba sus manos mientras sus piernas extendidas a ambos lados del sacerdote temblaban de dolor sin aportar ningún movimiento de defensa.


Pero el marrullero sacerdote que sabía bien que a esas alturas del juego esta víctima ya era suya, empujó resueltamente mientras la sujetaba de las piernas con ambas manos sin preocuparse de los esfuerzos que la chica hacía por seguir poniendo un límite a la inevitable entrada, la cual tuvo que permitir poco a poco, cediéndole terreno al ansioso sacerdote, hasta que tuvo que soltar por completo ese respetable miembro para colocar sus manos en el velludo pecho del sacerdote, como si quisiera con esa acción seguir limitando el brutal ataque al que estaba siendo sometida.


Sin embargo, una vez que Cielo Riveros se sintió empalada por la entrada de la mitad de ese terrible miembro en el interior de su tierno cuerpo, perdió el poco control que conservaba, y olvidándose del dolor que sufría rodeó con sus piernas las espaldas del sacerdote y alentó a su enorme invasor a no guardarle consideraciones.


— Mi tierna y dulce chiquilla —murmuró el lascivo sacerdote—. Mis brazos te rodean, mi arma está hundida a medias en tu vientre. Pronto serán para ti los goces del paraíso.


Las partes de Cielo Riveros se relajaron un poco, y Ambrosio pudo penetrar unos centímetros más. Su palpitante miembro, húmedo y desnudo, había recorrido la mitad del camino hacia el interior de la jovencita. Su placer era intenso, y la cabeza de su instrumento estaba deliciosamente comprimida por la vaina de Cielo Riveros.


— ¡Adelante, padrecito! Estoy segura que puedo con todo. — Exclamó Cielo Riveros.


El confesor no necesitaba de este aliento para inducirlo a poner en acción todos sus tremendos poderes copulatorios. Empujó frenéticamente hacia adelante, y con cada nuevo esfuerzo sumió su cálido pene más adentro, hasta que, por fin, con un golpe poderoso lo enterró hasta los testículos en el interior de la vulva de Cielo Riveros. Esta furiosa introducción por parte del brutal sacerdote fue más de lo que su frágil víctima, animada por sus propios deseos pudo soportar. Con un desmayado grito de angustia física, Cielo Riveros anunció que su estuprador había vencido toda la resistencia que su juventud había opuesto a la entrada de su miembro, y la tortura de la forzada introducción de aquella masa borro la sensación de placer con que en un principio había soportado el ataque. Enseguida Ambrosio lanzó un rugido de alegría al contemplar la hermosa presa que su serpiente había mordido. Gozaba con la víctima que tenía empalada con su enorme ariete. Sentía el enloquecedor contacto con inexpresable placer. Veía a la muchacha estremecerse por la angustia de su violación. Su natural impetuoso había despertado por entero. Pasare lo que pasare, disfrutaría hasta el máximo. Así pues, estrechó entre sus brazos el cuerpo de la hermosa muchacha, y la agasajó con toda la extensión de su inmenso miembro.


—Hermosa mía, realmente eres incitante. Tú también tienes que disfrutar. Te daré la leche de que te hablaba. Pero antes tengo que despertar mi naturaleza con este lujurioso cosquilleo. Bésame, Cielo Riveros, y luego la tendrás. Y cuando mi caliente leche me deje para adentrarse en tus juveniles entrañas, experimentarás los exquisitos deleites que estoy sintiendo yo. ¡Aprieta.  Cielo Riveros 


! ¡Déjame también empujar, chiquilla mía! Ahora entra de nuevo, ¡Oh…! ¡Oh…!


Ambrosio se levantó por un momento y pudo ver el inmenso émbolo a causa del cual la linda hendidura de Cielo Riveros estaba en aquellos momentos extraordinariamente distendida.


Firmemente empotrado en aquella lujuriosa vaina, y saboreando profundamente la suma estrechez de los cálidos pliegues de carne en los que estaba encajado, empujó sin preocuparse del dolor que su miembro provocaba, y sólo ansioso de procurarse el máximo deleite posible. No era hombre que fuera a detenerse en tales casos ante falsos conceptos de piedad, en aquellos momentos empujaba hacia dentro lo más posible, mientras que febrilmente rociaba de besos los abiertos y temblorosos labios de la pobre Cielo Riveros.


Por espacio de unos minutos no se oyó Otra cosa que los jadeos y sacudidas con que el lascivo sacerdote se entregaba a darse satisfacción, y el glu–glu de su inmenso pene cuando alternativamente entraba y salía del sexo de la bella penitente.


No cabe suponer que un hombre como Ambrosio ignorara el tremendo poder de goce que su miembro podía suscitar en una persona del sexo opuesto, ni que su tamaño y capacidad de descarga eran capaces de provocar las más excitantes emociones en la joven sobre la que estaba accionando.


Pero la naturaleza hacía valer sus derechos también en la persona de la joven Cielo Riveros. El dolor de la dilatación se vio bien pronto atenuado por la intensa sensación de placer provocada por la vigorosa arma del santo varón, y no tardaron los quejidos y lamentos de la linda chiquilla en entremezclarse con sonidos medio sofocados en lo más hondo de su ser, que expresaban su deleite.


— ¡Padre mío! ¡Padrecito, mi querido y generoso padrecito! Empujad, empujad: puedo soportarlo. Lo deseo. Estoy en el cielo. ¡El bendito instrumento tiene una cabeza tan ardiente! ¡Oh, corazón mío! ¡Oh… oh! Madre bendita, ¿qué es lo que siento?


Ambrosio veía el efecto que provocaba. Su propio placer llegaba a toda prisa. Se meneaba furiosamente hacia atrás y hacia adelante, agasajando a Cielo Riveros a cada nueva embestida con todo el largo de su miembro, que se hundía hasta los rizados pelos que cubrían sus testículos.


Al cabo, Cielo Riveros no pudo resistir más, y obsequió al arrebatado violador con una cálida emisión que inundó todo su rígido miembro.


Resulta imposible describir el frenesí de lujuria que en aquellos momentos se apoderó de la joven y encantadora Cielo Riveros. Se aferró con desesperación al fornido cuerpo del sacerdote, que agasajaba a su voluptuoso angelical cuerpo con toda la fuerza y poderío de sus viriles estocadas, y lo alojó en su estrecha y resbalosa vaina hasta los testículos.


Pero ni aún en su éxtasis Cielo Riveros perdió nunca de vista la perfección del goce. El santo varón tenía que expeler su semen en el interior de ella, tal como él se lo había descrito, y la sola idea de ello añadía combustible al fuego de su lujuria.


Cuando, por consiguiente, el padre Ambrosio pasó sus brazos en torno a su esbelta cintura, y hundió hasta los pelos su pene de semental en la vulva de Cielo Riveros, para anunciar entre suspiros que al fin llegaba la leche, la excitada muchacha se abrió de piernas todo lo que pudo, y en medio de gritos de placer recibió los chorros de su emisión en sus órganos vitales.


Así permaneció él por espacio de varios segundos, eyaculando una tras otra, sus descargas de semen, cada una de las cuales era recibida por Cielo Riveros con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones. Tras las violentas emociones, la jovencita quedó como muerta, con la cabeza caída hacía atrás, y el cuerpo en actitud de total abandono, el impacto emocional de esa extraña y novedosa sensación la había dejado postrada, completamente inerte y a merced de los abusivos agasajos que el lujurioso sacerdote seguía dándole a su tembloroso cuerpo. Cielo Riveros, por fin había conocido el Orgasmo.


CAPÍITULO III


(Sientes en tu oído la caricia de las palabras carnívoras que desatan la locura hormonal de tu cuerpo; y el fuego del placer te hace pronunciar palabras extintas en el diccionario, que cual poema bilingüe son arrancadas desde tu garganta con la misma intensidad del sudor de la noche.)


No es necesario abundar sobre el cambio que se produjo en Cielo Riveros después de las experiencias relatadas, las cuales eran del todo evidentes en su porte y su conducta. Una muchacha tan joven, de apariencia tan inocente, una persona de frescura y belleza infinitas, una mente de llameante vitalidad, convertida de pronto por el “accidental” curso de los acontecimientos en un volcán de lujuria con inclinaciones y deseos tan lujuriosos y lascivos como los del sacerdote que la había iniciado.


Sin embargo, transcurrieron varias semanas antes de que el libidinoso sacerdote encontrara la oportunidad de volver a acosar a su joven penitente con el mismo cuento de que si no se presentaba a tal hora se vería obligado a revelar ante su parentela y amistades el video que obraba en su poder, pero al fin se presentó la ocasión en que pudo atraparla, y ni qué decir tiene que la aprovechó de inmediato.


En consecuencia, el astuto individuo había encontrado el medio de hacerle saber que era urgente verla, y pudo disponer de antemano las cosas para recibir a su linda huésped como la vez anterior.


Tan pronto como Cielo Riveros se encontró a solas con su seductor, éste se lanzó sobre ella, y apresando su frágil cuerpo en apretado abrazo, prácticamente la levantó del suelo prodigándole lujuriosos besos en el cuello.


Ambrosio le comunicaba todo el calor de su pasión con ese abrazo, y así sucedió que la pareja se encontró de inmediato entregada a un intercambio de cálidos besos. Cielo Riveros estaba atrapada por ese lujurioso abrazo con su trasero apoyado sobre el cofre acojinado en el que perdió la virginidad una y otra vez a manos de ese insaciable sacerdote.


Pero el padre Ambrosio no iba a conformarse con besos solamente; deseaba algo más sólido, por experiencia sabía que su joven penitente podía proporcionárselo.


Cielo Riveros no estaba menos excitada que su clerical admirador. Su sangre afluía rápidamente, sus hermosos ojos llameaban por efecto de una lujuria incontrolable, mientras sentía contra su cuerpo la protuberancia del miembro de Ambrosio que se desarrollaba presionando sus partes íntimas, lo cual denunciaba a las claras el estado de sus sentidos.


Pronto, Ambrosio exhibió su bien dotada arma, bárbaramente dilatada a la vista de la jovencita. En cualquiera otra ocasión Ambrosio hubiera sido mucho más prudente en darse ese gusto, pero en esta oportunidad sus alborotados sentidos habían superado su capacidad de controlar el deseo de regodearse lo antes posible en los juveniles encantos de una víctima que estaba a su completa disposición, y a la que ahora podía darse el lujo de darle el trato de una prostituta.


Estaba ya sobre el cuerpo de su Cielo Riveros penitente. Su gran humanidad cubría por completo el cuerpo de ella. Su miembro en erección se clavaba en el vientre de Cielo Riveros, cuyas ropas estaban recogidas hasta la cintura.


Con su enorme miembro empuñado en una mano, Ambrosio llegó al centro de la hendidura objeto de su deseo; ansiosamente llevó la punta caliente y carmesí hacia los abiertos y húmedos labios. Empujó, luchó por entrar.., y lo consiguió. La inmensa máquina de placer entró con paso lento pero firme. La cabeza y parte del miembro ya estaban dentro.


Unas cuantas firmes y decididas embestidas completaron la conjunción, y Cielo Riveros recibió en toda su longitud el inmenso y excitado miembro de Ambrosio. El estuprador yacía jadeante sobre su víctima, en completa posesión de sus más íntimos encantos.


Cielo Riveros, dentro de cuyo vientre se había acomodado aquella vigorosa masa, sentía al máximo los efectos del intruso, cálido y palpitante.


Entretanto Ambrosio había comenzado a moverse hacia atrás y hacia adelante. Cielo Riveros trenzó sus blancos brazos en torno a su cuello, y enroscó sus lindas piernas enfundadas en seda sobre sus espaldas, presa de la mayor lujuria.


— ¡Qué delicia! —murmuró Cielo Riveros, besando arrolladoramente sus gruesos labios—. Empujad más., todavía más. ¡Oh, cómo me forzáis a abrirme, y cuán largo es! ¡Cuán cálido. cuan., oh… oh!


Y sin poder resistir más, la jovencita derramó su dulce emisión, en respuesta a las furiosas embestidas con las que el resuelto sacerdote daba rienda suelta a su bestial lujuria, al mismo tiempo que su cabeza caía hacia atrás y su boca se abría en el espasmo del coito.


El sacerdote se contuvo e hizo una breve pausa. Los latidos de su enorme miembro anunciaban suficientemente el estado en que el mismo se encontraba, y quería prolongar su placer hasta el máximo.


Cielo Riveros comprimió el terrible dardo introducido hasta lo más íntimo de su persona, y sintió crecer y endurecerse todavía más, en tanto que su enrojecida cabeza presionaba su juvenil matriz.


Casi inmediatamente después su pesado amante, incapaz de controlarse por más tiempo, sucumbió a la intensidad de las sensaciones, y dejó escapar el torrente de su viscoso líquido.


— ¡Oh, Por Dios!… ¡Que Delicia! — gritó la excitada muchacha.


Tras la aparatosa venida, el padre Ambrosio desmontó de su cabalgadura, y cuando Cielo Riveros se puso de pie nuevamente sintió deslizarse una corriente de líquido pegajoso que descendía por sus lampiños y bien torneados muslos.


Apenas se había separado el padre Ambrosio cuando se abrió la puerta que conducía a la iglesia, y aparecieron en el portal otros dos sacerdotes. El disimulo resultaba imposible.


— ¡Insensatos!… ¡Que habéis hecho! — Exclamó el de más edad de los dos, un hombre que andaría entre los treinta y los cuarenta años, haciendo que en la asustada Cielo Riveros surgieran de nuevo los tormentosos terrores con los que el padre Ambrosio la había obligado a entregarse.


— ¡Ambrosio!, ¡Esto es completamente inaceptable!, y lo sabes bien. — Continuó diciendo el recién llegado, con una altisonante y bien timbrada voz de tenor, cuyo autoritario enojo hacía temblar a la atemorizada jovencita, que inconscientemente se esforzaba por buscar refugio tras el padre Ambrosio.


. Pero el irritado sacerdote, que, con su rostro enrojecido y la mirada fija en ella, caminaba rodeándolos mientras hablaba, pronto llegó hasta quedar frente a la escondida Cielo Riveros, que en esos momentos tenía los ojos clavados en el piso, y con su voz de fuego continuó diciendo:


— ¡Esto va en contra de las normas y privilegios de nuestra orden!… que disponen que toda adquisición debe ser compartida con el resto de tus colegas.


— Tomadla entonces. — Refunfuñó Ambrosio. — Todavía no es demasiado tarde. Apenas Iba a comunicaros lo que había conseguido cuando…


— Cuando la deliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigo nuestro —interrumpió el de la voz cantante, apoderándose de la atónita Cielo Riveros, sujetándola de las caderas, como cuando se comprueba la calidad de un animal que va a ser adquirido, al tiempo que el otro sacerdote introducía su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentar los suaves muslos de ella aproximándose a su rostro.


— Lo hemos visto todo al través del ojo de la cerradura. — Susurró el bruto a su oído. — No tienes nada qué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.


Cielo Riveros respiró aliviada al sentir el agasajo de ambos sacerdotes, pues recordó las condiciones en que se le había ofrecido consuelo en la iglesia, y supuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tanto, permaneció inmóvil, muy quieta, simulando acomodar su pelo mientras soportaba el abusivo agasajo de los recién llegados sin oponer la mínima resistencia, mientras Ambrosio contemplaba todo sin poder disimular una sonrisa de complicidad.


En el ínterin los sacerdotes habían pasado sus fuertes brazos en torno a la delgada cintura de Cielo Riveros, cubriendo de besos el rostro y el cuello de ésta.


Así fue como la jovencita se encontró entre dos fuegos, por decir lo menos. En vano miraba a uno y después a otro en demanda de respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba.


A pesar de que estaba completamente resignada al papel al que la había reducido el astuto padre Ambrosio, se sentía en aquellos momentos invadida por un poderoso sentimiento de debilidad y de miedo hacia los nuevos asaltantes.


Cielo Riveros no leía en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto que la impasibilidad de Ambrosio la hacía perder cualquier esperanza de que el mismo fuera a ofrecer la menor resistencia.


Entre los dos hombres la tenían emparedada, y en tanto que el que habló primero deslizaba su mano hasta su rosada vulva, el otro no perdió tiempo en posesionarse de las redondeces posteriores de ese increíble nalgatorio.


Entre ambos, a Cielo Riveros le era imposible resistir.


— ¡Aguardad un momento! — Dijo Ambrosio, provocando de inmediato un respiro de esperanza en la angustiada Cielo Riveros. — Sí tenéis prisa por poseerla cuando menos desnudadla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretendéis hacerlo.


— ¡Desnúdate, Cielo Riveros! — Siguió diciendo Ambrosio. — Ya fuiste instruida acerca de que todos tenemos que compartirte, de manera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseos comunes. En nuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, y tu tarea no será en modo alguno fácil, como ya te lo había advertido, así que será mejor que recuerdes en todo momento las obligaciones que tienes que cumplir a cambio de librarte del castigo al que tanto temes, disponte pues a aliviar a estos santos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabes cómo suavizar.


Así planteado el asunto, no quedaba alternativa.


. Cielo Riveros de quitó una por una todas sus prendas, y quedó de píe, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó un murmullo general de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacía ellos.


Tan pronto como el que había llevado la voz cantante de los recién llegados — el cual, evidentemente, parecía ser el Superior de los tres — advirtió la hermosa desnudez que estaba ante su ardiente mirada, sin dudarlo un instante abrió su sotana para poner en libertad un largo y anchuroso miembro, tomó en sus brazos a la muchacha, la puso de espaldas sobre el gran cofre acojinado, brincó sobre ella, se colocó entre sus lindos muslos, y apuntando rápidamente la cabeza de su rabioso campeón hacia el suave orificio de ella, empujó hacia adelante para hundirlo por completo hasta los testículos.


Cielo Riveros dejó escapar un pequeño grito de éxtasis al sentirse empalada por aquella nueva y poderosa arma.


Para el hombre la posesión entera de la hermosa muchacha suponía un momento extático, y la sensación de que su erecto pene estaba totalmente enterrado en el cuerpo de ella, le producía una emoción inefable. No creyó poder penetrar tan rápidamente en sus jóvenes partes, pues no había tomado en cuenta la lubricación producida por el flujo de semen que ya había recibido.


El Superior, no obstante, no le dio oportunidad de reflexionar, pues dióse a atacar con tanta energía, que sus poderosas embestidas desde largo produjeron pleno efecto en su cálido temperamento, y provocaron casi de inmediato la dulce emisión.


Esto fue demasiado para el disoluto sacerdote. Ya firmemente encajado en la estrecha hendidura, que le quedaba tan ajustada como un guante, tan luego como sintió la cálida emisión dejó escapar un fuerte gruñido y descargó con furia.


Cielo Riveros disfrutó el torrente de lujuria de aquel hombre, y abriendo las piernas cuanto pudo lo recibió en lo más hondo de sus entrañas, permitiéndole que saciara su lujuria arrojando las descargas de su impetuosa naturaleza.


Los sentimientos lascivos más fuertes de Cielo Riveros se reavivaron con este segundo y firme ataque contra su persona, y su excitable naturaleza recibió con exquisito agrado la abundancia de líquido que el membrudo campeón había derramado en su interior. Pero, por salaz que fuera, la jovencita se sentía exhausta por esta continua corriente, y por ello recibió con desmayo al segundo de los intrusos que se disponía a ocupar el puesto recién abandonado por el superior.


Pero Cielo Riveros quedó atónita ante las proporciones del falo que el sacerdote ofrecía ante ella. Aún no había acabado de quitarse la ropa, y ya surgía de su parte delantera un erecto miembro ante cuyo tamaño hasta el padre Ambrosio tenía que ceder el paso.


De entre los rizos de rojo pelo emergía la blanca columna de carne, coronada por una brillante cabeza colorada, cuyo orificio parecía constreñido para evitar una prematura expulsión de jugos.


. Dos grandes y peludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cual comenzó a hervir de nuevo la sangre de Cielo Riveros, cuyo juvenil espíritu se aprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate.


— ¡Oh, padrecito ¡ ¿Cómo podré jamás albergar tamaña cosa dentro de mi personita? —Preguntó acongojada—. ¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté dentro de mí? Temo que me va a dañar terriblemente.


—Tendré mucho cuidado, hija mía. Iré despacio. Ahora estás bien preparada por los jugos de los santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.


Cielo Riveros tentó el gigantesco pene.


El sacerdote era endiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecían las de un Hércules.


La muchacha estaba poseída por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombre sólo servía para acentuar su deseo sensual. Sus manos acariciaban todo el grosor del entumecido miembro, lo presionaba y le dispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez. Parecía una barra de acero entre sus suaves manos.


Un momento después el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tan excitada como el padre, luchaba por empalarse con aquella terrible arma.


Durante algunos minutos la proeza pareció imposible, no obstante, la buena lubricación que ella había recibido con las anteriores inundaciones de su vaina.


Al cabo, con una furiosa embestida, introdujo la enorme cabeza y Cielo Riveros lanzó un grito de dolor. Otra arremetida y otra más; el infeliz bruto, ciego a todo lo que no fuera darse satisfacción, seguía penetrando.


Cielo Riveros gritaba de angustia, y hacía esfuerzos sobrehumanos por deshacerse del salvaje atacante.


Otra arremetida, otro grito de la víctima, y el sacerdote penetró hasta lo más profundo en su interior, al tiempo que lanzaba sonoros rebuznos de victoria con los que imitaba a la perfección el ruido que hace un burro en celo.


Cielo Riveros se había desmayado.


Los dos espectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principio estar prestos a intervenir, pero al propio tiempo daban la impresión de experimentar un cruel placer al presenciar aquel espectáculo. Y ciertamente así era, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés que pusieron en observar el más minucioso de los detalles.


Correré un velo sobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquel salvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y bella muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvida descarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolver la vida a la pobre muchacha, que despertó tan solo para sentir como los tres sacerdotes estaban sobre ella aplicándole el más bestial de los agasajos, con el que recorrían senos y cuello con sus bocas, pero al tratar de incorporarse Cielo Riveros sintió de inmediato que el agasajo se volvía más intenso y agresivo, tal y como lo harían tres de los más fieros depredadores desalentando la débil defensa de la víctima que habían atrapado con tanto esfuerzo y dedicación, y comprendiendo que no había acomodo ni defensa posible, la bella penitente dejó caer de nuevo su cabeza hacía atrás.


Luego de un rato excitada por tan intenso ataque a su intimidad, los abrazó con suavidad y pudo sentir en sus finos brazos el cepillado que las rapadas y picantes cabezas de los tres sacerdotes le hacían al moverse, por momentos Cielo Riveros se sentía como una hembra amamantando a tres cachorros que luchaban entre ellos por capturar con sus bocas su excitada carne, hasta que finalmente dejó caer sus brazos a ambos lados simulando estar desmayada.


Pero sabedor de que su víctima estaba perfectamente consciente, el fornido sacerdote que en todo momento la había mantenido ensartada con su erecto mástil, volvió a accionar con vigorosos movimientos de entrada y salida hasta conseguir descargar por dos veces consecutivas en el interior de su víctima antes de retirar su largo y vaporoso miembro, el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con un ruido acompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera.


Cuando por fin Cielo Riveros se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado que los abundantes derrames en sus delicadas partes hacían del todo necesario, luego tomó una prolongada ducha de agua caliente y una vez limpia y fresca salió con su pelo humedecido para caer pesadamente sobre un mueble en el cual se echó a descansar quedando como dormida.


CAPÍITULO IV


(Virginal tesoro que está siendo entregada a la lujuria, cual rufián que debe comparecer ante la justicia, te sentencio a sentir el mismo placer con el que has enloquecido a mis sentidos.)


Sin darse cuenta la jovencita se había quedado profundamente dormida y al despertarse lo primero que vio fue a los tres sacerdotes sentados en muebles que rodeaban su lugar de descanso, habían estado junto a ella durante su sueño e instintivamente trató de cubrir la desnudez de su cuerpo, pero uno de ellos le sujetó la mano pidiéndole que no se cubriera. Enseguida le ofrecieron algo de beber, Cielo Riveros saboreó el vino de una cosecha rara y añeja bajo cuya poderosa influencia se sintió tan reconfortada que de nuevo dejó caer su cabeza hacía atrás para seguir descansando con los ojos cerrados.


. Pero transcurrida media hora, los tres curas consideraron que había tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presionar a Cielo Riveros para volver a gozar de su persona, para lo cual acudieron al lugar donde la chica descansaba para pegar sus bocas en ese cuerpo perfecto al que empezaron a succionar como si fuera el más dulce postre. Pero a pesar de estar bien despierta Cielo Riveros parecía estar ausente, sin embargo las sensuales y libidinosas caricias de los sacerdotes continuaron hasta que Clemente se apoderó con su boca de la hermosa y lampiña área vaginal de la chica, lo cual de inmediato la hizo abrir los ojos desmesuradamente al tiempo que su cuerpo se tensaba haciendo el reflejo de levantarse, pero de inmediato los otros dos sacerdotes la atraparon de los brazos con ambas manos y de las orejas con los dientes haciendo que la jovencita abriera la boca en una especie de grito silencioso mientras sentía el febril trabajo que Clemente hacía con su inquieta lengua.


Un fuerte pero femenino grito de placer anunciaba que de nuevo la jovencita estaba en su cuerpo. Al soltarla Cielo Riveros cayó echando su cabeza hacía atrás retorciéndose con un llanto de angustioso placer como alma condenada, que al ser traída de nuevo a la realidad comprende que su cuerpo es una cárcel del placer y los sacerdotes sus exigentes carceleros.


Con la respiración agitada y los ojos vidriosos, la joven escuchó la voz del malicioso Ambrosio.


— Esta lindura también sabe mover la boca… Me consta. — Sentenció el chismoso Ambrosio, dejando al descubierto otro más de los servicios que podían exigir a su joven víctima.


— ¡En serio! — Le dijo el Superior con su excitado y colérico rostro enrojecido y sudoroso por la excitación. — Tengo que probar esa boquita puñetera. — Le dijo al tiempo que se montaba en el improvisado lecho, y al ver que la jovencita hacía el reflejo de impulsarse hacía atrás, el enardecido sacerdote brinco hasta quedar sobre ella con sus rodillas a ambos lados de los costados de la chica para atraparla de inmediato.


En ese momento la jovencita cerró sus ojos como si quisiera escapar de nuevo de su cuerpo mientras echaba su cabeza hacía atrás al ver que los otros dos habían acudido en ayuda del superior. Luego de un rato, cuando Cielo Riveros abrió de nuevo sus ojos, vio que frente a su rostro a escasos centímetros estaban los potentes y tumefactos miembros del superior y los otros dos, luciéndose como si presumieran ante ella con sus descomunales erecciones. Cielo Riveros experimentaba una extraña perturbación al aspirar la fragancia seminal que emanaba de esas monumentales erecciones.


— Así que sabes mamar como toda una puta. — Continuó diciéndole el superior mientras presionaba su cuello con el lomo de la verga para casi de inmediato buscar los labios de la muchacha.


Toda la acción había sido tan rápida y tan sorprendente que la jovencita no tuvo oportunidad de pensar ni de decidir, así que acostada como estaba y con el padre superior encima de ella, volvió a cerrar sus ojos y poco a poco fue abriendo su boca para facilitar la introducción de ese largo y endurecido dardo, y una vez acoplados procedió a complacer al sacerdote dándole unos mamones en el medio tronco que fueron sentidos por el santo padre como la ansiada puñeta celestial a la que se sentía invitado con solo ver el rostro y los labios de la hermosa víctima que tenía en su poder para saciar con ella cualquier antojo que cruzara por su retorcida y lujuriosa mente.


— ¡Amén! — Cantó Ambrosio al ver la ejecución de una autentica puñeta oral.


El tercer eclesiástico permaneció silencioso, mientras su enorme artefacto amenazaba al cielo, observando con envidiosa atención cada detalle de ese infame y grotesco acto de abuso y corrupción.


Cielo Riveros fue ampliamente lechada por el superior cuya venida fue engullida por completo por la jovencita que se había quedado como hipnotizada ante el comportamiento del eclesiástico. El padre superior extrajo su largo miembro al tiempo que lo jaloneaba febrilmente con su puño para lanzar un último chorro de leche en la cara de Cielo Riveros coronándola a la altura de la frente con lo que parecía una diadema de perlas chorreantes. Luego la chica fue invitada a escoger la siguiente verga que debía mamar.


— Sugiero que siga Clemente. — Propuso Ambrosio, sabedor de los lujuriosos planes que el superior tenía, quería guardar todo su vigor seminal para usarlo en un antojo que tenía pendiente desde que inició a su joven discípula.


Mientras tanto, la chica que aún yacía sobre el acojinado mueble sin atreverse a tocar el semen que rodaba por su bello rostro, trataba de retirarlo de sus labios con las puntas de sus dedos mientras veía como esa viscosidad se estiraba como miel entre sus labios y sus dedos.


— Acomódate de nuevo preciosa. — Le ordenó Clemente mientras montaba en el mueble hasta quedar frente a ella diciéndole: —. Ahora vas a probar el sabor de los mecos de burro, si te gustaron los del superior verás que estos son más espesos calientes y pegajosos.


Cielo Riveros se inclinó hacia atrás haciendo ademán de querer alejarse de ese feo y vulgar sacerdote, pero enseguida Clemente se abalanzó sobre ella como lo había hecho el superior acostándola de nuevo en el mueble. Pronto Cielo Riveros se vio capturada por el lujurioso sacerdote el cual la forzaba a introducir lo más que podía del voluminoso miembro entre sus lindos labios.


Con la frente perlada por el semen del superior, la muchacha se deslizaba por el mueble hasta quedar arrodillada y recargada contra este, protagonizando con el sacerdote lo que parecía ser una violación oral. Finalmente, la jovencita se quedó quieta sintiendo la introducción del largo pene hasta su garganta; luego de un rato lo mamoneaba a modo de puñeta, jaloneando y haciendo pausas de vez en cuando, y al extraerlo sus lindos labios se abrían y cerraban alrededor de la amplia cabeza de ese dardo produciendo el ruido característico de la succión.


Sin darse cuenta Cielo Riveros había caído en un éxtasis de adoración, lamiendo y relamiendo ese enorme miembro de brincadas venas, restregando su boca y su lengua en el velludo pelambre de ese sacerdote al cual parecía estar bañando con la lengua, lamiéndolo desde los velludos muslos hasta llegar al tremendo aparato genital del sacerdote para acariciarlo con su boca abierta, recorriéndolo por completo como si quisiera memorizar con sus labios la forma que tenía mientras lamía y relamía el semen que erupcionaba como respuesta a las excitantes caricias que ella le hacía, luego tomaba la punta de esa enorme verga y la succionaba con fuerza tratando de extraer cada gota que esta pudiera exudar antes de venirse.


— ¿Qué tal te saben cabrona?… ¿Verdad que ya te gustaron? — Balbuceaba Clemente al tiempo que Cielo Riveros parecía decir que si haciendo con su cabeza movimientos hacia arriba y hacia abajo provocando con sus labios y lengua una caricia extrema en la lechosa punta. — Eso es preciosa… sigue así… ¡Oh Dios! … Mamas como puta enamorada.


No pasó mucho tiempo antes de que Clemente empezara a lanzar aullidos que más bien se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos. Al sentir la hinchazón extrema de la cabeza de esa enorme verga en su garganta la jovencita apretaba sus labios con la esperanza limitar la extrema presión con la que salía el semen, sin saber que eso produce exactamente lo contrario. Clemente se vino con la presión de un burro en primavera, expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta de la muchacha.


El semen de Clemente era tan espeso y cálido como abundante, y chorro tras chorro derramó todo el espermático contenido en la boca de Cielo Riveros la cual al no poder tragárselo todo, tuvo que soltar esa verga que seguía eyaculando en su cara. Al terminar, el espeso y blanco semen del vigoroso sacerdote rodaba por el cuello de la jovencita hasta alcanzar sus senos.


Arrodillada en la alfombra y recargada en el mueble como había quedado después del aparatoso y violento proceder de Clemente, esta vez la chica no se ocupó de despejar el semen de su rostro, en vez de eso se dedico a remamar y limpiar el todavía erecto miembro de Clemente, cuando de pronto sintió al superior colocándole una mano sobre su hombro.


— Ha llegado el momento de una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mía. —dijo el Superior cuando a continuación, Cielo Riveros giró hacia el superior para aplicar sus dulces y masturbantes labios a su ardiente miembro. — Hallarás en ella mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difíciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente.


— Me someteré a todas las pruebas, padrecito — Murmuró Cielo Riveros. — Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseos de los buenos padres.


— Así es, bija mía, y recibes por anticipado la bendición del cielo citando obedeces nuestros más insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.


En seguida de esto, el superior tomó a Cielo Riveros de los cabellos como símbolo de dominio para que se levantara del alfombrado piso en el que estaba arrodillada, al tiempo que Ambrosio también tomaba con su mano empuñada otra parte de su fino pelo, y mientras parecían jalonearla cada uno hacía su lado haciéndola quejarse con un gesto de dolor, el superior continuó con su bizarra explicación del acto.


— Lo sé querida, pero debes saber que todo dolor hace que el cerebro libere endorfinas, la sustancia mágica que irrigada en la sangre debe contrarrestar el dolor. Pero cuando estas son liberadas por el acoso del deseo, se convierten en un poderoso anestésico que aparta por completo el sufrimiento, y el placer gana la partida.


E inclinándola ligeramente hacía atrás para que arqueara su espalda mientras la mantenían sujeta de los cabellos, el superior continuó:


— Ahora, deberás pararte lo más derecha posible mientras te damos algunos impactos en las piernas con el puño cerrado, pero no temas, los daremos con la parte del índice y el pulgar que es la que hace menos daño e impactaremos la parte trasera de tus piernas, el sonido del golpe será fuerte, pero el daño mínimo.


Y uniendo la teoría a la práctica, el superior dio el primer golpe haciendo estremecer a Cielo Riveros que se mantenía erguida y con los ojos cerrados, le siguió Ambrosio con otro golpe igual en la otra pierna, haciéndola moverse para reacomodarse en la erguida posición exigida por los sacerdotes, mientras el tirón a los cabellos la mantenía de cara al cielo, moviendo los labios con los ojos cerrados, como si rezara en silencio.


Los impactos continuaron, no solo a las piernas, sino a los brazos y costados del dorso, hasta que la jovencita empezó a quejarse con agudos chillidos, que curiosamente reflejaban una terrible excitación en vez de dolor, situación que el superior aprovecho para dar un respiro a su joven penitente, continuando con la instrucción mientras está caía de rodillas con la cabeza en el alfombrado piso.


— Este tratamiento que ahora conoces, tiene una simpática historia, se llama “Putiza”, que es un seudónimo de “golpiza”, la cual era aplicada por su dueño a las mujeres que vendían su cuerpo, cuando su conducta así lo ameritaba, pero cuenta la leyenda que el emperador en turno, compadeciéndose de estas infelices, promulgó una ley que prohibía pegar a esas mujeres con la parte frontal del puño, así como la del puño imitando un martillo, razón por la cual el único golpe válido, fue el que ahora conoces, y recibió el nombre de “Putazo”, cuando descubrieron que aplicado en ciertas áreas del cuerpo, lejos de ser un castigo, era un tratamiento que excitaba a esas mujeres, tal como lo estas experimentando ahora, en carne propia.


Un par de golpes más a las piernas, y Cielo Riveros quedó completamente acostada en la alfombra chillando de placer, y montándose sobre la espalda de ella para presionarla contra la alfombra, el superior la inmovilizó por completo mientras colocaba la mano empuñada sobre el costado de su bello rostro, haciendo presión con los nudillos entre quijada y oreja mientras le decía.


— ¡Lo ves preciosa ¡… Ahora ya sabes porque dicen que no hay mayor placer que clavar el puño en la cara de una puta que se ha portado mal con su dueño.


Dicho esto, entre ambos la agasajaron con furia sujetando con ambas manos toda zona pudenda de su cuerpo mientras la chica se revolcaba bramando de placer con el atormentado llanto de la lujuria, luego la ayudaron a incorporarse, y una vez de pie, el superior tomó a la muchacha colocándose tras ella, para darle un apretón de cintura pasando su erecto miembro bajo las abiertas piernas de ella, haciéndola sentir que montaba una sólida barra a la que podía ver sobresalir por el frente bajo su entrepierna, como si fuera parte de su cuerpo, y cerrando la abertura de sus piernas, Cielo Riveros tomó ese miembro para presionarlo en su bajo vientre con las palmas de sus manos, notando que la hinchada punta quedaba a escasos cuatro dedos de su ombligo, en seguida el superior hizo unas contracciones dorsales con las que simulaba clavar con furia su largo miembro una y otra vez, sacudiendo con fuerza el cuerpo de la bella penitente.


— ¡Así se culea preciosa! — Murmuró el superior en la nuca de la jovencita cuyo rostro y cabello aún estaban adornados por gruesos y blancos chorros de semen que aún le resbalaban lentamente desde la frente hasta la barbilla al tiempo que con los ojos cerrados expresaba el placentero sufrimiento que aún padecía.


Tras la “Santa Putiza” y el bestial agasajo, los tremendos jaloneos que el superior le había aplicado a sus adoloridas partes íntimas, en combinación con el apretado abrazo a su cintura, hacían que las piernas de la jovencita temblaran por la excitación.


En ese momento, el superior la tenía presionada contra el baúl acojinado, donde había perdido la virginidad a manos del bestial Ambrosio, y los otros dos sacerdotes que hasta ahora se habían mantenido a la expectativa, procedieron a estirarla de los brazos colocándola de cara al baúl de manera que dejara expuestas sus desnudas y hermosas nalgas al certero e inevitable ataque del miembro del superior, enseguida éste se colocó en la mejor posición tras su inexperta víctima, que aún no entendía el objetivo final de esas acciones.


Seguidamente, el superior apuntó la cabeza de su tieso miembro hacía el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Cielo Riveros, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su orificio trasero, de manera novedosa y antinatural.


— ¡Oh!, ¡Por Dios! —gritó Cielo Riveros —. No es ése el camino ¡Ahyy!… ¡Por favor…! ¡Por favor!… ¡Piedad!… ¡Compadeceos de mí! . . . ¡Me muero!


Esta última exclamación le fue arrancada por una repentina y vigorosa embestida del Superior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta la raíz. Cielo Riveros sintió que una serpiente se había metido en el interior de su cuerpo.


Pasando sus fuertes brazos en torno a la delgada cintura de Cielo Riveros para abrazarla, se apretó contra su dorso, y comenzó a restregarse contra su lampiña entrada, con el miembro insertado tan adentro del recto de ella como le era posible penetrar. La jovencita experimentaba las palpitaciones de placer que se hacían sentir a todo lo largo del henchido y tumefacto dardo, mientras recordaba con todo detalle los movimientos que el superior había hecho tras ella cuando estuvieron parados y lo que le dijo al oído, y ahora, con ese miembro de mulo clavado hasta la raíz, Cielo Riveros se mordía los labios mientras aguardaba los movimientos del macho, que sabía bien iban a comenzar y no pararían hasta llevar su placer al máximo.


Los otros dos sacerdotes veían aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lenta masturbación.


En seguida el sacerdote accionó, tal y como lo había sentenciado, sacudiendo con ansia loca ese increíble nalgatorio, al que golpeaba contra su regazo con cada impacto de entrada, enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina, que apretaba el tronco de su enorme verga como la empuñadura de una mano. El superior se movía con tanto vigor y energía, que Cielo Riveros se quejaba con el mismo ritmo con el que se movía su brutal violador, hasta que, con una embestida final, llenó de leche sus entrañas.


Resoplando fuego por sus narices, el enardecido sacerdote seguía aferrado a la cintura de Cielo Riveros tras la violenta embestida, sabedor de que él era el primer poseedor de esa virginal entrada, estaba engolosinado, como mosca en la miel, y no estaba dispuesto a ceder tan pronto su puesto al ansioso Ambrosio que también quería cabalgar ese trofeo. Así que tras un breve respiro, volvió a accionar con una serie de estocadas cortas y rápidas, chaqueteando con furia el apretado y firme anillado de su garrote, provocando el rítmico golpeteo con el que sacudía el inerte cuerpo de la joven penitente, y a medida que se aproximaba la eyaculación del sacerdote, Cielo Riveros empezaba a sentir lo propio en sus entrañas, y con sollozantes gemidos la jovencita arañaba como poseída el acojinado baúl, al sentir en su cuerpo como se aproximaban los transportes finales que acompañan al explosivo placer del orgasmo.


Un gruñido de fiera salió de la garganta del buen sacerdote anunciando el final de sus acciones, al tiempo que Cielo Riveros lanzaba un femenino pero fuerte grito de placer en el que exhalaba por completo el aire contenido en sus pulmones. El brutal tratamiento había provocado en las juveniles entrañas de Cielo Riveros el despertar de una emoción que anteriormente solo había sentido en su sexo, la inexperta y joven penitente seguía gritando de placer con expresiones de llanto, tras haber sentido por primera vez el orgasmo de sus entrañas.


Tras las violentas acciones, ambos quedaron inmóviles, como muertos, hasta que los otros dos sacerdotes ayudaron a separarlos.


Después, al tiempo que el superior extraía del cuerpo de Cielo Riveros, su miembro, todavía erecto y vigorizante, declaró que había abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosio que la aprovechara.


El espectáculo del placer que habían experimentado sus cofrades le había provocado gradualmente un estado de excitación erótica que exigía perentoria satisfacción y el deseo por poseerla en esa forma era algo por lo que ardía de ansiedad.


— ¡De acuerdo! — gritó Ambrosio. —. Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con tu robusto centinela el de Venus.


— Di mejor que con placer legítimo — repuso el Superior con una mueca sarcástica.


— Sea como dices. Ahora seré yo quien se encargue de hacer gritar de placer a esta chiquilla. — Dijo Ambrosio.


Cielo Riveros yacía todavía sobre su vientre, completamente inerte encima del improvisado lecho, con sus redondeces posteriores totalmente expuestas, más muerta que viva, como consecuencia del brutal ataque que acababa de sufrir. Ni una sola gota del semen que con tanta abundancia había sido derramado en su oscuro nicho había salido del mismo, pero por debajo, su raja destilaba todavía la mezcla de las emisiones de ambos sacerdotes.


Enseguida, Ambrosio y Clemente la estiraron para levantarla, pero Cielo Riveros se hacía la pesada, quería seguir en esa posición, con la frente clavada en el acojinado baúl, Finalmente entre ambos la levantaron, y tuvieron que reír al darse cuenta de que la jovencita perdía el equilibrio al estar de pie, debido a las brutales emociones que los abusivos sacerdotes habían inducido en su cuerpo, y como si los tres estuvieran de acuerdo, Ambrosio la sujeto de los hombros, pero lejos de ayudarla a equilibrarse, la lanzó contra Clemente, quien sin darle a la jovencita oportunidad de reaccionar, rápidamente la lanzó contra el superior, y este de nuevo contra cualquiera de ellos. Así continuaron durante varios segundos, riendo a carcajadas con ese juego cruel, hasta que la novata chica se desplomó rendida, y antes de que cayera al suelo, Ambrosio la sujetó, pero esta vez para colocarla a través de los muslos del Superior, que, para ese fin, se había recargado en el baúl. Cielo Riveros completamente mareada y al punto del desmayo, se encontró de nuevo con el llamado del todavía vigoroso miembro del superior adentrándose en su colorada vulva. Lentamente lo guio hacia su interior, hundiéndose sobre él. Al final entró totalmente, hasta la raíz, quedando montada sobre el superior, con sus piernas bien extendidas a ambos lados de él.


En ese momento, el Superior pasó sus vigorosos brazos en torno a la delgada cintura de Cielo Riveros, para atraerla sobre sí y dejar sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansioso miembro de Ambrosio, que se encaminó directamente hacía ese tierno y recién abierto orificio, el cual ahora mostraba la brutal abertura que el superior le había hecho, como prueba fiel y marca imborrable, que daba fe del salvaje encolamiento con el que ese orificio había perdido la virginidad. No obstante, esa ventaja, Ambrosio tuvo que vencer las mil dificultades que se presentaron, pues para Cielo Riveros, ser usada por el superior en esa forma, era una cosa, pero Ambrosio era casi un burro, como Clemente, y la chica trataba en vano de negociar el cuidado de esa forzada penetración con un ansioso Ambrosio que no entendía razones, y del cual difícilmente se podía defender teniéndolo a sus espaldas mientras era dominada por el fuerte abrazo del superior al frente. Sin embargo, al cabo de casi cinco minutos de forcejeos y suplicantes quejas, entre ambos hombres terminaron por someterla, y tras una serie de vigorosas sacudidas de avance, con una estocada final, el lascivo Ambrosio quedó enterrado tan adentro de las entrañas de su víctima, como lo había estado minutos antes el superior, situación que ambos sacerdotes aprovecharon para reacomodarse, ahora el superior subía su abrazo al talle de la espalda, dejando a Ambrosio la breve cintura de la que se abrazó de inmediato. Y ahora, que ambos sacerdotes estaban perfectamente cómodos y en inmejorable posición para empezar a moverse, Cielo Riveros por fin había dejado de luchar, sabedora de que para ella no había otra opción que dejar gozar a los sacerdotes hasta saciarse, se había quedado completamente inmóvil, tan quieta y silenciosa como una muñeca de trapo, con los brazos y las piernas colgando y sin fuerzas, tanto por el dolor que sentía como por el apretado par de abrazos con el que ambos hombres la tenían asegurada.


Y ahora, con una firme estaca en su vagina y una verga de burro en el culo, quejándose con agudos y sofocados gemidos, Cielo Riveros sentía como Ambrosio era el primero que empezaba a moverse, con la misma furia de su anterior atacante, haciendo pausas para retardar lo más posible su desahogo, y en cuanto éste se detenía, sentía los vigorosos movimientos con los que el Superior continuaba embistiéndola por delante.


Así continuaron ambos sacerdotes, turnándose para aplicarle a su Cielo Riveros penitente esos vigorosos movimientos de entrada y salida con los que sacudían todo su hermoso cuerpo, los cuales cada vez hacían mayor efecto en la chica, cuyas quejas de dolor pronto terminaron por transformarse en verdaderos gruñidos de placer.


De pronto, Los movimientos del superior se hicieron más rápidos, hasta que rugiendo como fiera, llegó al final, y Cielo Riveros sintió su sexo rápidamente invadido por la leche. La jovencita no pudo resistir más, y se vino abundantemente, mezclando su derrame con los de sus atacantes.


Ambrosio, empero, no había malgastado todos sus recursos, y mientras el superior se retiraba, éste seguía manteniendo a la linda muchacha firmemente empalada y fuertemente abrazada de la cintura.


Clemente no pudo resistir la oportunidad que le ofrecía el hecho de que el Superior se hubiera retirado para asearse, y viendo como la chica con las piernas bien separadas se balanceaba sobre sus zapatillas de tacón alto, inclinándose hacía el frente para acoplarse con Ambrosio, se lanzó sobre el regazo de ella para conseguir casi enseguida penetrar en su interior, ahora liberalmente bañado de residuos viscosos.


Con todo y lo enorme que era el monstruo del pelirrojo, Cielo Riveros encontró la manera de recibirlo, y durante unos cuantos de los minutos que siguieron, no se oyó otra cosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de los combatientes.


En un momento dado los movimientos de ambos sacerdotes se hicieron más agitados. Cielo Riveros sentía como que cada momento era su último momento. El enorme miembro de Ambrosio estaba insertado en su conducto posterior hasta los testículos, mientras que el gigantesco tronco de Clemente, hinchaba de nuevo el interior de su vagina, provocándole de nuevo a la chica la misma emoción que sintió con la perdida de la virginidad de ambos orificios.


La joven era sostenida por los dos hombres, con los pies bien levantados del suelo, y sustentada por la presión, ora del frente, ora de atrás, como resultado de las embestidas con que los sacerdotes introducían sus excitados miembros por sus respectivos orificios.


Cuando Cielo Riveros estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y la tremenda rigidez del bruto que tenía delante, que éste estaba a punto de descargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que el gigantesco pene enviaba en viscosos chorros.


—¡Ah…! ¡Me vengo! —gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior de Cielo Riveros, con gran deleite de parte de ésta.


—¡A mí también me llega! — gritó Ambrosio, alojando su poderoso miembro todavía más adentro de lo que ya estaba, al tiempo que Cielo Riveros sentía como con cada una de las pulsaciones de la enorme verga que tenía clavada hasta los testículos, ésta se engrosaba desde la raíz hasta la endurecida punta, lanzando furiosos y calientes chorros de semen que circulaban dentro de sus intestinos, provocándole una emoción tal, que la hizo gritar repetidamente para luego quedar desfallecida en un llanto de placer.


Así continuaron ambos sacerdotes, abrazados con fuerza a esas bellas formas, vomitando el prolífico contenido de sus cuerpos en el interior del de Cielo Riveros, a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluvio de goces.


CAPÍITULO V


(Ofrece a tus sentidos la honestidad del alma, y no te avergüences jamás de la original naturaleza de ese sentir, porque éste, en si mismo es divino, y negarlo, una ofensa es a la divinidad misma.)


Luego de una larga espera de cinco semanas, en que Cielo Riveros había tenido que salir de viaje a visitar con su tía parientes en otra ciudad, a su llegada, la joven a petición de ellos, se reunió con los tres sacerdotes en el mismo lugar.


En esta oportunidad Cielo Riveros había puesto mucha atención en su “toilette”, y como resultado de ello parecía más atractiva que nunca, vestida con prendas preciosas, femeninas zapatillas de tacón alto, y una finísima mascada anudada a su cuello que hacía un magnífico juego con el resto de las vestimentas.


. Los tres hombres quedaron arrobados a la vista de su persona, en seguida se aseguró la puerta y de inmediato cayeron al suelo los paños menores de los sacerdotes, y Cielo Riveros se vio rodeada por el trío, que uno tras otro, a modo de saludo la sometían a las más diversas caricias, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamente desnudos y amenazadores. El Superior fue el primero en adelantarse para darle la bienvenida, colocándose descaradamente frente a ella con el miembro expuesto, la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besos sus labios y su rostro sujetando con sus dientes el labio inferior de Cielo Riveros, al mismo tiempo que Clemente la tomaba con sus toscas manos de su frágil cuello, depositando un cálido beso en su oreja prolongándolo lo suficiente para sujetar la oreja de Cielo Riveros con sus labios y tratar de introducir la punta de su lengua en el orificio del oído, provocando la coqueta sonrisa de la jovencita que no resistía esa caricia, por último, Ambrosio viendo que sus compañeros no la soltaban se colocó tras ella y la tomó por el talle y abrazó su cintura atrayéndola hacía él para aplicar succionantes besos en su nuca y su espalda. Para ese momento Cielo Riveros estaba tan excitada como ellos, la recepción era tan calurosa, que pronto su sangre juvenil afluyó a] rostro, inflamándolo con un intenso rubor, con el superior prendido a su labio, Clemente a su oreja y Ambrosio abrazándola por atrás, la jovencita trató de buscar un respiro, provocando la inmediata reacción de los tres hombres, que ante la débil defensa de su víctima forcejearon enardecidos hasta que la derribaron en un amplio mueble semejante a una cama, que estaba justo atrás de ella.


El padre Ambrosio que era el que había caído primero llevándose con él a Cielo Riveros, se mantenía pegado a la espalda de la joven penitente, unido a ella por un fuerte abrazo a la cintura, mientras el superior y Clemente trataban de ganar el frente, los tres vigorosos sacerdotes rodaban revolcando a la joven penitente en esa improvisada cama, dando el aspecto de ser tres fieros leones atrapando a una joven gacela, hasta que luego de un rato el superior les dijo:


— ¡Un momento! —Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa muchacha nos tiene que dar satisfacción a los tres: por lo tanto, es menester que regulemos nuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques que desencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, pero como Ambrosio se viene como un asno, propongo pasar yo por delante. Desde luego, Clemente debería ocupar el tercer lugar.


—La vez anterior yo fui el tercero —exclamó Clemente, que en ese momento estaba sobre Cielo Riveros, con una mano crispada en uno de sus senos, luchando por besar su cuello—. No veo razón alguna para que sea yo siempre el último. ¡Reclamo el segundo lugar!


—Está bien, así será —declaró el Superior, que teniendo a Cielo Riveros sujeta por el talle, no perdía oportunidad para besar sus exquisitos labios.


—. Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.


— ¡No estoy de acuerdo! replicó Ambrosio que en ese momento estaba a espaldas de Cielo Riveros, sujetándola de la cintura por un fuerte abrazo que le dificultaba respirar. — Si ustedes van por delante, yo la haré mía tres veces por el culo. En todo este tiempo no he hecho más que pensar en eso, y estoy que reviento de leche.


La discusión continuó, mientras Cielo Riveros más excitada que adolorida, ahogaba en su garganta toda queja de dolor, mientras disfrutaba sintiendo en su cuerpo el enojo y el agresivo forcejeo con el que los tres sacerdotes la reclamaban. Y una vez que se pusieron de acuerdo, la soltaron y tras reponerse de la rudeza sumada de los tres ardientes sementales, mareada y semiasfixiada, la chica se puso de pie, y accediendo a sus deseos con una coqueta sonrisa, se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos su exquisito vestido, y sus lindas zapatillas de tacón alto. Así se ofreció a la admiración de los tres sacerdotes. Y de acuerdo a lo pactado, Cielo Riveros fue colocada en el baúl y el Superior fue el primero que introdujo su arma, inserción que Cielo Riveros recibió con todo agrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y tras una lujuriosa escena recibió los chorros de su eyaculación con verdadera pasión extática de su parte.


Seguidamente se presentó Clemente. Que le pidió acostarse en la alfombra, para inmediatamente caer sobre ella, presionando con su potente instrumento entre las torneadas piernas de la joven. La desproporción resultaba evidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, y tras de varias tentativas, consiguió introducirse y comenzó a profundizar con su vergón en las partes íntimas de la bella penitente.


Después de una lucha que se llevó casi diez minutos, en los que Cielo Riveros con el rostro transformado por el dolor, pedía por momentos ir más despacio con la penetración, o retroceder un poco para luego volver a avanzar, la jovencita acabó por recibir la entumecida y larga verga de Clemente hasta los testículos. Cielo Riveros se abrió de piernas cuanto pudo para permitirle al bruto gozar a su antojo de sus más íntimos encantos.


No es posible dar una idea de la forma en que las terribles proporciones del pene de aquel hombre excitaban la lasciva imaginación de Cielo Riveros, como vano sería también intentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartada y distendida por el inmenso órgano genital del fornido sacerdote.


Clemente no se mostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó un cuarto de hora en poner fin a su goce que culminó con violentas descargas de semen. Cielo Riveros las recibía con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de su parte con los espesos derrames del lujurioso padre.


Apenas había retirado Clemente su majestuoso miembro del interior de Cielo Riveros, cuando de acuerdo a lo pactado, ésta quedó en poder de Ambrosio, quien la puso de pie.


Esta vez, Ambrosio sabedor de que era su turno, en el que sería suya para gozarla a sus anchas y sin interrupciones, con gran paciencia la despojó de toda su ropa, dejándola tan solo con esas exquisitas y sensuales zapatillas de tacón alto y la mascada que tenía anudada en su cuello, para llevarla al centro de ese cuarto, y una vez ahí, completamente erguida, despertó el murmullo de admiración que la visión del increíble cuerpo de Venus estatuaria de esta singular chica les provocaba, y mientras Ambrosio la miraba con la maliciosa y enigmática sonrisa de los sátiros, desató la fina mascada que adornaba el delgado y largo cuello de Cielo Riveros y la deslizó por la erguida espalda de la joven soltándola para que cayera, y tal como lo esperaba la mascada se detuvo en el resalte de esas hermosas lomas de Venus que seguían con gracia femenina la pronunciada curvatura de la parte baja de esa torneada y bien formada espalda.


— ¡Ved compañeros!, — declaró Ambrosio — he aquí la demostración de que ésta bella chiquilla es poseedora de un culo perfecto.


Y blandiendo con su puño ese erecto miembro de mulo que en esta ocasión parecía haber excedido sus dimensiones, sin duda por el uso de algún afrodisíaco farmacéutico, continuó con sus acciones, tomó a Cielo Riveros por los hombros para hacerla girar hasta tenerla de espaldas a él, y de acuerdo con lo que había manifestado durante el acuerdo pactado, dirigió su ataque a las nalgas, y con bárbara violencia introdujo la endurecida y bien lubricada cabeza de su descomunal instrumento entre los tiernos pliegues del orificio trasero.


En vano batallaba para poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevo asalto, no obstante, la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y el inconveniente que representaba el que se encontraran de pie.


Pero Ambrosio no era fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que, en uno de sus intentos, consiguió alojar la endurecida punta de su enorme verga en el delicioso orificio, una vigorosa sacudida consiguió hacerla penetrar unos cuantos centímetros más, y de un solo golpe, el lascivo sacerdote consiguió clavarse hasta los testículos.


Una vez que hubo logrado su objetivo gracias a sus brutales acciones, se sintió excitado en grado extremo, las hermosas nalgas de Cielo Riveros ejercían un especial atractivo sobre este lascivo sacerdote cuyos irregulares apetitos rara vez eran saciados en esa forma, razón por la cual mantenía un tortuoso celibato que solamente era desencadenado cuando una víctima estaba por completo a su merced. El padre Ambrosio había penetrado con su largo y grueso miembro tan adentro como le era posible, sin importarle el dolor que provocaba con la dilatación a su indefensa víctima, con tal de poder experimentar la delicia que le causaba la casi virginal estreches de las delicadas y juveniles partes íntimas de ella.


Cielo Riveros lanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutal violador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo, pasando sus forzudos brazos en torno a su delgada cintura, y consiguió mantenerse en el interior del febricitante cuerpo de Cielo Riveros, sin cejar en su esfuerzo invasor. La oposición de la hembra al goce proyectado por el macho, sirve para abrir el apetito sexual de ambos, y añadir al acto características de delito, o de violencia, que agregan un deleite que de otro modo no existiría.


Paso a paso, empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, mientras Ambrosio seguía aferrado a su cintura, manteniéndola empalada por detrás sin cejar en su esfuerzo invasor, mientras Clemente usando sus manos como cornetilla hacía la imitación de furiosos rebuznos, que no podían ser más oportunos como fondo, dado el bestial salvajismo con el que Ambrosio había ensartado a su víctima y continuaba manteniéndola ganchada, como si fuera parte de ella. Como es lógico, este lascivo espectáculo tenía que surtir efecto en los espectadores, y un estallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudir el vigor de su compañero, cuyo rostro deformado, rojo, y contraído, testimoniaba ampliamente sus placenteras emociones.


Pero el espectáculo despertó. además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos. cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se consideraban satisfechos.


En su caminata, Cielo Riveros había llegado hasta la pared, donde el Superior se encontraba sentado en el piso, el cual la tomó de las caderas con ambas manos quedando la entrepierna de Cielo Riveros frente a su rostro, circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a moverse tras la chica, con vigorosos movimientos de entrada y salida que sacudían con un rítmico golpeteo ese culo que él admiraba con la máxima calificación, el intenso calor de ese conducto le proporcionaba al buen padre el mayor de los deleites.


La posición en que se encontraban ponía los encantos naturales de Cielo Riveros a la altura de los labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándose a succionar en la húmeda rendija de la joven penitente que ahora resistía la embestida del padre Ambrosio con las palmas de las manos apoyadas en la pared.


. Sentir a sus espaldas el vigor varonil del padre Ambrosio procurándose el máximo de placer, sumado a la masturbación celestial que la lengua del superior llevaba a cabo en su sensible sexo, hizo que la naturaleza femenina de Cielo Riveros pronto cobrara su cuota, ahora cada movimiento del santo padre, por mínimo que fuera, tironeaba exquisitamente todo su sistema nervioso, Cielo Riveros sentía que el padre Ambrosio la tenía ganchada del alma, y con la frente clavada en la pared y los parpados apretados, la joven penitente aflojó todo su hermoso cuerpo al sentir la excitación que le provocaban los movimientos del padre Ambrosio, los cuales en un momento dado se volvieron más y más agitados, hasta que finalmente sintió como la eyaculación del sacerdote que tenía atrás, se proyectaba ascendentemente en su abdomen, con un calor que le provocó tal emoción, que la hizo gritar de placer, derramando sobre el superior su femenina esencia.


— ¡Oh! por Dios… ¡Virgen Santísima! … ¡que delicia! — Exclamó Cielo Riveros, echando su cabeza por completo hacia atrás, apoyada en el hombro del padre Ambrosio, que en ese momento luchaba cuanto podía por adentrarse todavía más de lo que ya estaba, haciendo que los pies de Cielo Riveros se despegaran momentáneamente del suelo mientras duraba la eyaculación.


La cantidad de semen que el padre Ambrosio era capaz de expulsar, en esta ocasión estaba excediendo por mucho su acostumbrada superabundancia. El buen padre había estado almacenado por espacio de un mes, y Cielo Riveros sentía en esos momentos como circulaba por sus intestinos una corriente de semen tan tremenda, que la descarga parecía más bien la venida de un asno en celo, que la eyaculación de los genitales de un hombre.


El brutal tratamiento equiparable a la violación, la ansiosa embestida de bestia en celo, más la bestial venida con la que el buen padre había terminado, habían despertado por completo la capacidad de Cielo Riveros  la joven penitente para gozar con esos perversos gustos adquiridos por su cuerpo a manos del continuo abuso de los lascivos sacerdotes, y sin poder controlarse más, volteó su cara buscando los labios del buen padre Ambrosio al tiempo que trataba de abrazar su grueso cuello con uno de sus brazos diciéndole:.


— ¡Béseme! Padre… ¡Béseme por favor!… se lo suplico… creo que estoy enamorada de ustedes, nunca imaginé que pudieran hacerme sentir algo como esto, juro que jamás había sentido algo semejante en mi vida… los adoro, haré siempre lo que me pidan.


Pero mientras Ambrosio no cabía en sí mismo por la satisfacción de saber que con sus mañosas acciones le había provocado un ataque de lujuria a su joven y bella penitente, el malicioso superior tenía intenciones de aplicarle a la joven discípula un disfrute todavía más sólido que el que acababa de recibir, por lo que, tirando de la muchacha para que se arrodillara en el alfombrado piso, al mismo tiempo que él tomaba asiento en su silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamente dentro del suave vientre de ella.


Así, Cielo Riveros se encontró de nuevo entre dos fuegos, y las fieras embestidas del padre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridos esfuerzos del padre Superior en la otra dirección.


Ambos nadaban en un mar de deleites sensuales: ambos se entregaban de lleno en las deliciosas sensaciones que experimentaban, mientras que su víctima, perforada por delante y por detrás por sus engrosados miembros, disfrutaba de los excitados movimientos de ambos sacerdotes con agudos y sollozantes gemidos y con estridentes quejas de placer, que claramente dejaban suponer que ella gozaba diez veces más que cualquiera de ellos.


Pero todavía le aguardaba a la hermosa Cielo Riveros  otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clemente pudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamado por la pasión, montándose en la silla por detrás del Superior, tomó la cabeza de Cielo Riveros y depositó su ardiente arma en sus rosados labios, enseguida la muchacha tomó entre sus labios la dura punta de esa enorme verga embarrando desordenadamente sus labios con el semen que exudaba de la gruesa punta con hábiles movimientos circulares de su cabeza, luego la introdujo en su boca para frotar con sus labios el duro y largo tronco.


Entretanto Ambrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante por el Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción trasera del padre, sentía aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación.


Empero, Clemente fue el primero en descargar, y arrojó un abundante chapuzón en la garganta de Cielo Riveros, que tras haber devorado la prolongada eyaculación que recibió en su garganta, y sin haber derramado una sola gota al exterior, siguió mamando y remamando el endurecido tronco de Clemente. Le siguió Ambrosio, que aferrándose con furia a la breve cintura de Cielo Riveros, lanzó un torrente de leche en sus intestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz. Así rodeada, Cielo Riveros recibió la descarga unida de los tres vigorosos sacerdotes.


CAPÍITULO Vi 


 (La delgada línea entre la y el incesto)


(¿Dónde se esconde la felicidad, acaso en un claro de luna silente bajo un manto de estrellas? Sí pudiéramos vivir por siempre, es muy probable que algún día hiciéramos lo correcto)


Una semana después de lo relatado:


Era manifestó que Ambrosio deseaba a Cielo Riveros para su uso exclusivo, en vez de compartirla con sus cofrades, y con eso en mente, maquinó un osado y diabólico plan para salirse con la suya.


En resumen, y para tal fin, Ambrosio había acudido directamente al tío de Cielo Riveros, y le relató cómo había sorprendido a su sobrina masturbándose en una forma que no dejaba duda de la necesidad que ésta tenía del contacto con el sexo opuesto, mostrándole el video como prueba.


Al dar este paso el malvado sacerdote perseguía una finalidad ulterior, que sabía bien que no le sería negada. Conocía sobradamente el carácter del hombre con el que trataba, y como su confesor que era, sabía también que una parte importante de su propia vida real, no era del todo santa, como veremos más adelante.


En efecto, la pareja se entendía a la perfección. Ambrosio era hombre de fuertes pasiones, sumamente erótico, y lo mismo sucedía con el tío de Cielo Riveros.


Este último se había confesado a fondo con Ambrosio, y en el curso de sus confesiones había revelado unos deseos tan irregulares, que el sacerdote no tenía duda alguna de que lograría hacerle partícipe del plan que había imaginado.


Los ojos del señor Verbouc hacía tiempo que se habían posado en secreto en el cuerpo de su sobrina. Se lo había confesado, y ahora Ambrosio le aportaba pruebas que abrían sus ojos a la realidad de que Cielo Riveros había comenzado a abrigar sentimientos de la misma naturaleza hacia el sexo opuesto, y que la distancia entre desearla y poseerla era mínima.


Ambrosio al ser su confesor espiritual debía aconsejarlo, y el santo varón le dio a entender que la relación entre parientes cercanos era una práctica bíblica, argumentando que las hijas de Lot tras huir de Sodoma, habían coitado con su padre en una cueva, y que si eso fue practicado por tan distinguida familia, la obsesión por su sobrina era totalmente válida, lo cual dicho sea de paso, era la forma idónea de mantenerla satisfecha mientras cumplía la edad en que podría entregarla en matrimonio a un buen partido. Ante tales argumentos el señor Verbouc comprendió que había llegado su oportunidad, además, había quedado bien claro para él que, si quería contar con el apoyo del buen padre, debía compartir con él a su sobrina.


El pacto quedó así sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto, la tía de Cielo Riveros era una minusválida que casi no salía de su habitación, y Ambrosio preparó a Cielo Riveros para el suceso que iba a desarrollarse.


Cielo Riveros fue citada por el sacerdote y ese día, compareció tan sonrosada y encantadora como siempre en el salón de recibimiento de la cofradía, pero esta vez no hubo ningún caluroso recibimiento, Ambrosio con un funesto y sombrío gesto en su rostro, le dijo que tenía una grave noticia que comunicarle.


Después de un discurso preliminar acerca del vandalismo y los robos recientes que había sufrido la sacristía, le informó que el comprometedor video que tenía de ella, había desaparecido, y aprovechando el momento en que una extrema palidez se había apoderado del rostro de Cielo Riveros a causa del temor de ser descubierta por su tío, no tuvo empacho en decirle de lleno que tenía conocimiento de que su tío había recibido, por quién sabe qué conducto policiaco, ese video en el que ella se masturbaba, informándole de paso que hacía unas horas había recibido la llamada de su tío, con quien mantuvo una larga conversación, citándolo para que compareciera en compañía de ella, y le advirtió que no debía decir una sola palabra acerca de su intimidad anterior, pues su tío aún creía que ella era virgen, y enseguida, con voz grave y pausada, le fue revelando poco a poco los detalles de cómo su tío se había enterado tras la captura de unos ladrones, Incluso le habló de la ardua labor de convencimiento que se había echado a cuestas para evitar que su tío optara por castigarla, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejor manera de evitar un severo castigo, sería acudir de inmediato a la parte alta de la mansión donde su tío los esperaba, aclarándole que debía seguir al pie de la letra todas las instrucciones que su tío tuviera a bien exigirle, a lo que Cielo Riveros accedió sin pensar, pues sabía bien que en la presencia del buen sacerdote, no habría golpes ni azotes, y que los severos regaños que la esperaban, serían moderados por la presencia del eclesiástico.


El señor Verbouc era un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los cuarenta y tantos años, de porte varonil y atractivo, tal como el padre Ambrosio. Como tío suyo que era, siempre le había inspirado profundo respeto, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritaria presencia. Se había hecho cargo de ella desde la muerte de sus padres, y la trató siempre, si no con afecto, tampoco con despego, en realidad, ella sentía gran cariño por él, pero debido a su sombrío carácter nunca se lo podía demostrar, sin embargo durante sus confesiones, Cielo Riveros le había dicho al padre Ambrosio que mantenía ciertos sueños eróticos que la avergonzaban en extremo, en los que su tío y ella jugaban en una gran cama matrimonial en la que ella podía besarlo a su antojo, y que cuando era tocada afectuosamente por él durante el día, sentía humedecerse su sexo, razón por la cual siempre se mantenía alejada de él.


La interesante trama siguió por pasos contados, hasta que el señor Verbouc con cara de severo enojo recibió en su despacho al padre Ambrosio en compañía de su sobrina, enseguida pidió a su hermosa sobrina que tomara asiento en un pequeño banco “sin respaldo”, el cual fungía como el banquillo de los acusados, mientras él posaba frente a ella en un cómodo sillón ejecutivo. Luego de una bien estudiada pausa en que la miró fijamente hasta que la angustiada chiquilla bajó la vista al suelo, su tío procedió a hablar.


— Ha sido una verdadera vergüenza para mí lo que hiciste, Cielo Riveros — Le dijo su tío, mientras ella permanecía con la vista en el piso. — No hubo recato en lo que hiciste. Basta con el video que este buen padre y yo tuvimos que ver no menos de una docena de veces para convencerme de que realmente eras tu la que hacía esas cosas, y tras profundas reflexiones con la persona que me entregó este video, quien es alguien de todas mis confianzas, antes de optar por aplicarte un castigo ejemplar, este santo varón a quien pedí consejo, abogó por ti haciéndome comprender que es del todo necesario que tu cuerpo reciba lo que por ley natural le corresponde, para ello, este buen sacerdote a tenido a bien instruirme sobre la solución que le permita a tu cuerpo satisfacer esa necesidad que te hace cometer esas locuras, para ello, él se ha ofrecido para que podamos contar con los recursos que el cuerpo de éste vigoroso sacerdote tiene, siempre que yo supervise la calidad con que esto se haga, para que tu virginidad permanezca intacta.


. Tras revelarle audazmente el propósito que se había formulado de proveerle lo que tanta falta le hacía a su cuerpo, Cielo Riveros totalmente desconcertada, apenas podía creer que su tío estuviera autorizando al padre Ambrosio a copular con ella, pero antes de que pudiera reaccionar, recibió sobre sus hombros la sensual caricia con la que el padre Ambrosio suavizaba las ásperas palabras de su tío, moldeando su cuerpo alrededor de su cuello a modo de masaje, hasta que de pronto, abrió los ojos cuanto pudo llenando sus pulmones de aire, al sentir como éste pegaba contra su espalda la tremenda erección que asomaba por su abierta sotana, haciendo contacto con la parte descubierta de su escote, hasta casi llegarle a la nuca, en un encuentro de piel contra piel, incluidos los largos, peludos y bien desarrollados testículos que colgaban pesadamente pegados a la parte medía de su espalda. En ese momento Cielo Riveros se encontraba como hipnotizada, balanceando suavemente su cuerpo como consecuencia del descarado contacto que el padre Ambrosio hacía con ese descomunal instrumento pegado a su espalda, mientras la mantenía sujeta de los brazos.


— Contad con este siervo de Dios señor Verbouc, para que este noble propósito se cumpla. — Declaró Ambrosio — Ésta es una de las formas que nuestra santa madre iglesia tiene prevista para apaciguar las nacientes emociones que atormentan el cuerpo de las jovencitas, cuando los sentidos del placer empiezan a despertar. Esa ansiedad debe siempre ser calmada por alguno de los ministros religiosos, que, como yo, nos hemos echado a cuestas esa misión, evitándoles así, caer en el error y el pecado en el que incurrirían con las malas compañías.


— El tratamiento que este buen sacerdote le dará a tu cuerpo será doloroso mi querida Cielo Riveros. — Sentenció el señor Verbouc. — Pero es del todo necesario para la preservación de tu virginidad, evitando que caigas en los embarazosos riesgos de los amoríos hechos a la sombra, así que no debes oponer ninguna resistencia, relájate cuanto puedas y déjalo hacer lo que él sabe hacer, y al final, te aseguro que tu cuerpo obtendrá lo que tanto necesita.


Así planteadas las cosas, la joven no se atrevió a pronunciar una sola palabra. Enseguida se corrieron las cortinas y se apagó la luz, con lo cual Cielo Riveros se sintió aliviada, pues a pesar de todo, sentía gran vergüenza por la presencia de su tío. Y una vez oscuro el cuarto, Ambrosio se despegó de su espalda, y la puso de pie, encaminándola al centro del cuarto donde ambos quedaron de pie, dando la espalda al sillón donde estaba sentado el señor Verbouc, y poco a poco, Cielo Riveros se desnudó cubriéndose de la mirada de su tío con el cuerpo del padre Ambrosio, y cuando estuvo completamente desnuda, el padre Ambrosio la rodeó con sus brazos para abrazarla, haciendo que su cuerpo se encendiera de inmediato, luego oprimió sus hombros para que se arrodillara en la alfombra, hasta que finalmente deposito su cuerpo sobre el alfombrado piso.


Un par de audífonos se colocaron en sus oídos para que escuchara música durante el acto, un tierno gesto del buen padre que la hizo sonreír, y por instrucciones de Ambrosio, colocó su frente en la alfombra, y casi de inmediato sintió la abierta sotana del sacerdote que arrodillado tras ella se preparaba para iniciar las acciones de lo que sabía bien iba a ser un feroz enculamiento, y enseguida sintió los esfuerzos de la bien lubricada arma abriéndose paso en sus entrañas.


Cielo Riveros — ¡Mhmm! ¡Ohuu!… Con cuidado Padrecito…  ¡Oh!… ¡Ayy¡… ¡Auu!


Cielo Riveros se quejó y lloró como si fuera la primera vez, sabiendo que su tío supervisaba la acción, y en cuanto sintió que tenía a su atacante firmemente empotrado hasta la raíz, dio inició la parte en la que no necesitaba actuar, los vigorosos movimientos de entrada y salida la hacían mugir de placer, sin embargo, no perdió la oportunidad para seguir actuando.


— ¡Despacio Padrecito!, ¡Despacito por favor!, ¡Oh! ¡Ayy! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!


Los movimientos copulatorios continuaron, con la misma excitante violencia a la que ya estaba acostumbrada, hasta que todo terminó, con una eyaculación tan tremenda que la hizo gozar a gritos como si fuera la primera vez, solo que en esta ocasión no tuvo necesidad de actuar.


Sin embargo, completamente encendida por el torrente de vigor masculino que se había desatado en sus entrañas, la salaz jovencita no podía quedar satisfecha con un solo coup, y tal vez por lo erótico del oscuro ambiente, o por la presencia de su tío, en esta ocasión, Cielo Riveros estaba tan excitada que parecía haber roto su propio record de placer, por lo cual extendió sus largos brazos para pasarlos bajo la sotana y poder abrazar la espalda del sacerdote. Estaba segura de que, con la oscuridad, y al abrigo de esa extendida sotana, su tío no vería ese atrevido abrazo, y una vez que logró sujetarse las manos tras la espalda de su atacante, dio inicio una serie de ondulaciones que hacía con su cuerpo mientras sentía el férreo abrazo a su delgada cintura. Con la tenue luz que se filtraba al cuarto, se podía ver una oscura masa moviéndose sobre el cuerpo de Cielo Riveros, dando la impresión de que era su atacante el que se movía. La jovencita continuó moviéndolo con furia una y otra vez al ritmo de una música que solo ella escuchaba, y al cabo de un rato, el orgasmo de ambos puso fin a los frenéticos movimientos de la chica, que gritaba como endemoniada restregando su rostro en la alfombra.


En cuanto el acto fue consumado por segunda vez, y mientras ambos seguían abrazados, se corrieron de nuevo las cortinas, dejando entrar la luz del día para iluminar a la pareja.


Sin soltar a su amante, y sintiéndose perfectamente abrigada por el fornido cuerpo que yacía sobre su espalda, como por la sotana que los cubría como una sábana negra, Cielo Riveros se mantuvo en reposo, disfrutando cada segundo, hasta que luego de un rato, se atrevió a levantar su rostro, y lo que vio fue aterrador. El padre Ambrosio estaba de pie frente a ella. En ese momento la sangre se heló en sus venas, y sintió que algo terrible había ocurrido. De inmediato soltó a su atacante y sus brazos cayeron sin fuerzas en la alfombra.


Con la frente clavada en el piso, y con un llanto orgásmico que aún no terminaba, Cielo Riveros comprendió que tenía a su tío montado en el culo, y clavado hasta la raíz. En la oscuridad, se habían cambiado los papeles, su tío tomó la extendida sotana del padre Ambrosio para engañarla y poder hacer realidad su sueño dorado: atravesarle el culo a su sobrina.


Cielo Riveros estaba profundamente perturbada. Había tenido dos orgasmos con él, siendo el segundo tan intenso, que la hizo perder el control, descarándose en su goce sin recato ni pudor. Y aunque sensual, como hemos visto ya, hasta un punto que rayaba en la perversidad, se había educado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo y repelente carácter de su pariente. Todo lo espantoso del delito que se le ocurría, aparecía ante sus ojos. Ni siquiera la presencia y supuesta aquiescencia del padre Ambrosio podían aminorar el recelo con que contemplaba la terrible situación en que se encontraba, había gozado como loca con su tío.


Entretanto el señor Verbouc, que evidentemente no estaba dispuesto a concederle tiempo para reflexionar, y cuya excitación era visible en múltiples aspectos, apretó de nuevo la cintura de su joven sobrina, sabiendo que esto disparaba en su cerebro la señal de placer que llegaba a todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo, y no obstante su renuencia, cubrió su nuca y su espalda de besos apasionados y prohibidos.


Cielo Riveros era joven e infinitamente impotente, por comparación, bajo el firme abrazo de su pariente. Llevado al frenesí por el contacto y las obscenas caricias que se permitía. Verbouc se dispuso con redoblado afán a posesionarse de la persona de su sobrina.


Cielo Riveros — ¡Por caridad! — suplico ella, jadeante por sus esfuerzos. — ¡Soltadme! ¡Esto es demasiado horrible! ¡Es monstruoso! ¿Cómo podéis ser tan crueles? ¡Estoy perdida!


— En modo alguno estás perdida querida sobrina — replicó el tío. — Sólo despiertas a los placeres que Venus reserva para sus devotos, y cuyo amor guarda para aquellos que tienen la valentía de disfrutadlos mientras les es posible hacerlo. Tú siempre fuiste mi obsesión querida sobrina, desde hace tiempo que admiro y venero ese increíble cuerpo con el que la naturaleza te dotó, mi locura por ti me hizo hacerte algunas travesuras mientras dormías, al principio solo me conformaba con verte dormir, contemplando las deliciosas ondulaciones de tu cuerpo acomodándose, pero hubo ocasiones en que te di un somnífero para que no despertaras, y poder así acariciar tu pelo y darte apasionados besos con los que dibujaba tu cuerpo entero, y viendo que esto era efectivo, días más adelante me aventuré a poner la verga en tus labios. ¡Ah! querida Cielo Riveros, no sabes cuantas puñetas me hice con tu boca, ni cuanta leche mía tragaste, tengo docenas de grabaciones en video de los movimientos indecentes que tus labios hacían succionando por instinto, hasta que eras lechada, y la labor de limpieza que tu lengua hacía mientras dormías, lamiendo tus labios como una gatita.


— ¡Que horror!… ¡Madre santa!… ¡Soltadme, tío!… ¡Oh! ¡Oh! — Suplicaba Cielo Riveros.


Cielo Riveros temblaba de sorpresa y de terror ante la naturaleza del delito expuesto. Esta nueva experiencia la tenía desconcertada. El cambio habido entre el reservado y severo tío, cuya cólera siempre había temido, y cuyos preceptos estaba habituada a recibir con reverencia, y aquel ardiente admirador, sediento de los favores que ella acababa de conceder, la afectaba profundamente aturdiéndola.


Ambrosio, hacia el cual se había vuelto la muchacha, no le proporcionó alivio; antes, al contrario, con una torva sonrisa provocada por la emoción ajena, alentaba a aquél con secretas miradas a seguir adelante con la satisfacción de su placer y su lujuria. Finalmente, Ambrosio volvió a correr las cortinas, dejando el cuarto a oscuras para que la pareja siguiera gozando.


Otro lujurioso apretón de cintura, y Cielo Riveros rogaba al cielo morir mientras sentía el diluvio de besos que caían sobre su espalda provocándole una forzada excitación.


La chica estaba a punto de empezar a defenderse con las uñas, pero el padre Ambrosio oportunamente tomó sus manos uniéndolas para atarlas con la mascada que Cielo Riveros usaba en su pelo, luego le colocó ambas manos cruzadas tras la nuca, y con el largo que sobraba de la mascada, rodeó su delgado cuello atando la mascada con un nudo de cierre, justo en su garganta, dejándola completamente expuesta al manoseo de su tío.


Sin embargo, Cielo Riveros aún ofrecía cierta resistencia, que sólo servía para excitar todavía más el anormal apetito de su asaltante.


— Estate quieta Cielo Riveros, o tendré que someterte a golpes — sentenció su tío, apuntándole al rostro con índice de fuego.


Dicho esto, y en el entendimiento de que librarse era punto menos que imposible, Cielo Riveros dejó caer su cabeza hacia adelante clavando la frente en la alfombra, rendida y sin fuerzas para seguir defendiéndose, mientras sentía como su tío accionaba tras ella disfrutando de sus encantos.


Cielo Riveros gritó una vez más, mientras con sus temblorosas extremidades lograba elevar un poco su trasero pretendiendo librarse, pero lo único que conseguía era excitar aún más a su tío, que interpretaba esto como los excitados movimientos que minutos antes la chica había ejecutado, creyendo que quien la poseía era el padre Ambrosio.


— ¡Sol…tad…me… Ti…o! — ;Oh oh! !Auu!… !No!… ¡Otra vez no!… ¡Por favor!


Estas últimas exclamaciones surgieron de la garganta de la atormentada muchacha al sentir los vigorosos movimientos de entrada y salida del miembro de su tío, hasta derramar una vez más en su interior la lujuria contenida de una pasión incendiaria.


El contorsionado cuerpo de Cielo Riveros, con sus ojos vidriosos y sus manos temblorosas, revelaban a las claras su estado, sin necesidad de que lo delatara también el rugiente susurro de éxtasis que se escapaba trabajosamente desde su garganta.


Con la frente clavada en la alfombra, los labios mordidos y los dedos crispados tras su nuca, el cuerpo de Cielo Riveros adquirió la rigidez inherente a estos absorbentes efectos, en el curso de los cuales la ninfa había derramado su juvenil esencia en la alfombra.


Luego de tales eventos, Verbouc insatisfecho aún y con su miembro tan erecto como cuando empezaron, manifestó su propósito de poseerla en forma natural. Para tal fin entre él y Ambrosio la acomodaron en un mueble acojinado que haría las veces de una cama, y con las manos aún atadas a la nuca, sabedora de que no había escape posible, sin oponer resistencia dejó que acomodaran su cuerpo con las piernas extendidas.


La idea del terrible incesto que se proponía consumar su tío, la hacía recordar los descabellados sueños que le había contado al padre Ambrosio.


Verbouc se subió sobre su cuerpo y le abrió las piernas, mientras Ambrosio la mantenía firmemente sujeta. El camino estaba abierto, los blancos muslos bien separados, los rojos y húmedos labios del coño de la linda jovencita frente a él. No podía pedir más ventajas, y apuntando la roja cabeza de su arma hacia la prominente vulva, se movió hacia adelante, y con un empujón se hundió unos centímetros en el sagrado conducto de su sobrina, otro empujón de avance y Cielo Riveros rugía de lujuria, empujón tras empujón, el señor Verbouc había llegado hasta la mitad de la que él consideraba una virginal entrada, y de un solo golpe clavó toda la longitud de su largo miembro en el vientre de Cielo Riveros.


— ¡Oh, Dios! ¡Por fin estoy dentro de ella! —chillaba Verbouc—. ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué placer! ¡Cuán hermosa es! ¡Cuán estrecha! ¡Oh!


El buen padre Ambrosio sujetó a Cielo Riveros más firmemente, pero ésta aflojó por completo su cuerpo cuando sintió entrar el turgente miembro de su tío, que firmemente encajado en la cálida persona de su víctima, comenzó con una rápida y briosa carrera hacia el final del placer. Cielo Riveros era el cordero en las fauces del lobo, la paloma en las garras del águila.


Dolor, excitación y angustia recorrían todo el sistema nervioso de la víctima de la lujuria a cada nuevo empujón. Luego siguió una serie de estocadas rápidas y continuas, hasta que un murmullo sordo en la garganta de Cielo Riveros anunció que la naturaleza reclamaba en ella sus derechos, y que el combate amoroso había llegado a la crisis exquisita, en la que espasmos de indescriptible placer recorrían rápida y voluptuosamente todo su sistema nervioso. Por su parte, Verbouc dio un grito de placentero arrobo, y descargó en el interior de su sobrina el abundante torrente de su incestuoso fluido.


El éxito de la profunda penetración, y la subsiguiente lucha amorosa, que terminó con tremenda lechada, había desatado el lascivo temperamento de la jovencita, que ahora experimentaba en todo su cuerpo esa oleada de placer prohibido que la hacía sentir el forzado, pero inevitable orgasmo al que estaba siendo arrastrada por la venida de su tío, terminando por gritar con aullantes gemidos, como si algo en el interior de su cuerpo, o mejor dicho de su mente, se hubiera roto con gran dolor.


Completamente satisfecho, Verbouc desmontó de la regía cabalgadura que era el regazo de su sobrina, extrayendo por completo un miembro tan dotado, que era bastante semejante al del padre Ambrosio, y mareado por el placer, camino hacía la salida de la sala, apoyándose en la pared como si estuviera ebrio, hasta el siguiente cuarto, donde se encontraba el padre Ambrosio, sentado en un sillón, leyendo tranquilamente su Biblia.


Al verlo, Verbouc dio un vistazo hacía la sala, al centro de la cual había dejado a su sobrina, acostada y con las manos atadas a la nuca, aún con las piernas extendidas y retorciéndose de placer a causa de las terribles emociones que había sufrido a manos de su tío.


Verbouc cerró la puerta, como si no quisiera seguir viendo esa escena, y en cuanto Ambrosio lo vio, cerró su libro diciéndole:


— ¡Consumatum Est!.. Hijo mío. Los más profundos deseos de ambos, están concedidos, y yo declaro que la voluntad divina por unir a dos almas, es un designio ineludible.


Agotado por las emociones, Verbouc se sentó en la alfombra junto a los pies del padre Ambrosio, para dirigirse a él con el mismo tono de culpabilidad de un niño.


— ¡Padre!… — Murmuró Verbouc. — He llenado de semen el vientre de la que probablemente sea hija mía. Como mi confesor que es, y el de toda mi familia, sin duda conoce la respuesta.


Tras un prolongado silencio, Ambrosio contestó evasivamente:


— Las almas carecen del parentesco que tienen sus cuerpos hijo mío, y Dios, no juzga a los cuerpos sino a las almas.


Tras otro largo y sombrío silencio, el padre Ambrosio declaró que debía volver a sus deberes parroquiales, y se despidió dando su bendición a la pareja que había unido.


Cuando al fin estuvo solo con su sobrina, Verbouc tocó con mano temblorosa el cerrojo de la puerta de la sala. Tras esa puerta, se encontraba el resultado final de una obsesión largamente reprimida en el tiempo, y cuyo impulso por satisfacerla era equiparable al de la supervivencia.


Lentamente Verbouc abrió la puerta, al entrar la cerró tras él y avanzó hasta donde yacía su sobrina, respirando agitadamente y con la frente perlada de sudor. Enseguida procedió a desatarla del amarre que le había hecho el padre Ambrosio para dejarla en libertad, decidido a enfrentar lo que tuviera que suceder, y en cuanto Cielo Riveros estuvo libre, como si su cuerpo fuera un resorte, se levantó y con un gruñido que salía desde su garganta, se lanzó como fiera contra su tío derribándolo en la alfombra para abrazarse de su cuello, mientras prácticamente se lo comía a besos.


— ¡Mmmh! ¡Carbón Tío!… No tienes idea de cuánto me gustas y cuanto me hiciste gozar. Todo este tiempo estuve buscando hombres que se parecieran a ti, enamorándome de mis maestros de escuela, de mis vecinos, y hasta de mis confesores, cuando lo que en verdad buscaba era este momento prohibido.


Y en cuanto Verbouc parecía querer decir algo para entrar en razón, Cielo Riveros agresivamente cubría su boca con el apasionado beso de una mujer enloquecida por el deseo.


— ¡Mmmh! ¡Silencio, querubín! — Interrumpió Cielo Riveros. — Yo sé muy bien todo lo que quiere este muchachito que llevas dentro. ¿Es un niño travieso y pervertido… verdad?, que se la pasa espiando a las niñas mientras duermen.


Y continuando montada sobre él, blandiendo su dedo índice en el rostro de su tío, con su clásico acento europeo, le reclamó:


— Pero fuisteis muy cruel al asustarme en esa forma, casi me orino mientras me tenías sentada en el banquillo de los acusados. — Y abrazando el cuello de su tío, lo oprimió contra sus desnudos senos diciéndole con cariño. — Cuan sabio es el padre Ambrosio, que por fin me colocó en tus brazos, para que nunca más te falte esto por lo que tanto has sufrido.


Se dice que los ojos son el espejo del alma, en los cuales, por fracciones de segundo, y durante un episodio de gran intensidad emocional, es posible verla tal cual es, y al ver el intenso azul irisado que había en el brillo de los ojos de Cielo Riveros, Verbouc sintió que estaba en presencia del demonio de la lujuria, sin embargo, completamente embriagado por el inevitable placer que Cielo Riveros le inducía a sus sentidos, Verbouc sentía que estaba en medio de un sueño, terminando por convencerse de que todo era uno más de sus alocados sueños del cual pronto despertaría.


Y como en un sueño, nadando en un mar de sensaciones sin conciencia, ambos se entregaron de nuevo a la insuperable lujuria del incesto.


Ya había anochecido cuando el señor Verbouc soltó a su “sobrina” del lujurioso abrazo en que había saciado su pasión, logrado lo cual, se deslizó exhausto para buscar abrigo en su frío lecho, al lado de su enfermiza esposa. Cielo Riveros, por su parte, agitada y rendida, se fue a su cuarto, y tras un baño de agua tibia, se sumió en un pesado sueño, del que no despertó hasta bien avanzado el día.


Cuando salió de nuevo de su alcoba. Cielo Riveros había experimentado un cambio que no le importaba ni se esforzaba en lo más mínimo por analizar. La pasión por el goce se había posesionado de ella para formar parte de su carácter, en su interior se habían despertado las más fuertes y prohibidas emociones sexuales, y les había dado satisfacción. El refinamiento en la entrega a las mismas y la intensidad del placer, habían generado el sello de la lujuria, que ahora marcaría para siempre su personalidad. Cielo Riveros, casi una chiquilla inocente hasta hacía bien poco, se había convertido de repente en una mujer de pasiones violentas, y de lujuria incontenible, su capacidad para gozar, ya no tenía límites.


CAPÍITULO VII


 (Orquídea de fuego)


(Blanca flor de mis sueños, cuan necesitado estoy de ti en estos segundos nocturnos, disfrutar del contorno íntimo de tus entrañas sedientas de amor, será por siempre el privilegio de dioses por el que habrá valido la pena existir.)


En este capítulo veremos cómo sucedió que un día el buen padre Clemente recibió en confesión a una elegante y joven dama con apariencia de unos veinte años de edad, ligeramente más alta que el buen sacerdote que la atendía, muy delgada y frágil, aunque femenina en extremo como modelo de pasarela, debido a una perfecta estructura ósea que hacía resaltar al máximo las curvas de su cuerpo. Su cara, pequeña y perfilada, tenía la expresión de una aristócrata, que al sonreír con coquetería daba la impresión de succionar con sus mejillas, y su lacio y rubio cabello, que caía a la altura de los hombros y le cubría la frente casi hasta sus deslumbrantes ojos de color, daba el toque angelical de la juvenil belleza nórdica. La joven dama pasó al confesionario y se sentó cruzando sus piernas con elegancia, al tiempo que la curvatura de su erguida espalda resaltaba la forma de su bien formado trasero.


Cabe mencionar que ese exquisito y femenino cuerpo de escultural apariencia, realmente era el de un jovencito travestí que a sus 17 años y gracias a la magia del maquillaje y a su bien desarrollado cuerpo con hormonas femeninas, tenía en su físico la presencia completa de una frondosa y bien desarrollada mujer que había adoptado el nombre de Estefanía, cosa que el fornido sacerdote sabía muy bien como su confesor que era, pues de acuerdo a lo que esta “chica” le había contado durante sus confesiones, su rama familiar venía de Europa del Este, donde es bien sabido que una rusa de 14 años tiene el mismo desarrollo físico de una norteamericana de 17 años. Y que, habiendo vivido en Tailandia, y estando consciente de su condición desde los 12 años, esos tratamientos hormonales, le habían sido aplicados desde esa edad, con plena anuencia de las leyes de ese país, modificando radicalmente su creciente estructura física en desarrollo, hasta moldear su cuerpo con esa forma, tan exquisitamente femenina, que superaba todo lo visto hasta entonces por el buen sacerdote. Esa chica amaba su trabajo, consistente en el arte de la pintura, con el cual había obtenido buenas ganancias por sus obras, pero a pesar de tener una figura ideal, nunca se había atrevido a buscar el amor, aún era cien por ciento virgen, y completamente inocente acerca de las relaciones sexuales.


Después que el confesor hubo impartido su bendición tras poner fin a la ceremonia por medio de la cual había entrado en posesión de lo más selecto de los secretos de la joven dama, y habiendo sido convencida por el sacerdote de que al fondo de la nave de la iglesia había una galería de arte que no debía perderse por ningún motivo, nada renuente, la condujo a la misma pequeña sacristía donde Cielo Riveros recibió su primera lección de copulación santificada. Por el largo y angosto corredor la dama avanzaba al frente del Padre Clemente, caminando con el impresionante estilo de una supermodelo, cuyas amplias y bien formadas caderas coordinaban con inigualable gracia femenina cada uno de los pasos que daba con su exquisito calzado de tacón alto, provocando en Clemente una erección que no podía disimular.


Y una vez adentro, el lujurioso sacerdote con el rostro deformado por la excitación y resoplando ruidosamente la respiración por sus anchas narices, pasó el cerrojo a la puerta, y sin perder más el tiempo, con un gruñido de fiera enfurecida se arrojó salvajemente sobre su elegante visita, derribándola en un acojinado sofá, que a la caída de ambos se desdobló para convertirse en una cama de tamaño matrimonial, y sin la menor consideración por la femenina fragilidad y elegancia de esa bella personita, la aplastaba con su fornido pecho en dominante posición, aplicándole furiosos besos en la boca, como si quisiera respirar el aire de sus pulmones, mismos que la dama recibía con sus hermosos ojos de color desorbitados ante la sorpresa del inesperado y violento proceder de su confesor.


Con una débil y femenina defensa la damita colocaba sus manos en los brazos de Clemente, pero la férrea musculatura de ese sacerdote le daba un claro mensaje de lo inútil que sería luchar contra ese cuerpo de toro enfurecido, hasta que de pronto cayó en la cuenta de que lo que ese agresivo sacerdote quería era gozar con ella, y convencida de que no tenía otra opción que dejarlo hacer lo que él quería, aflojó todo su hermoso cuerpo dejando caer sus brazos sobre la cama, en señal de rendición, cayendo poco a poco en el juego del abusivo sacerdote, hasta que no pudo ocultar por más tiempo el placer que las acciones del lascivo sacerdote le provocaban a su juvenil cuerpo.


Clemente siempre había sido feo, pero en aquel momento, resultaba verdaderamente odioso por su terrible lujuria, con el rostro y los ojos enrojecidos, el entrecejo y todas las demás facciones congestionadas, en una expresión que parecía la de un terrible enojo, mientras seguía empeñado en esa febril y dominante faena de sátiro.


Luego de un rato, la dama semiasfixiada por la incansable cantidad de besos a su boca, echó la cabeza hacía atrás dejando su delicado y largo cuello expuesto al bestial agasajo que el abusivo y lujurioso sacerdote seguía dándole mientras gruñía como bestia en celo, debido a la ansiedad que empezaba a ser desencadenada tras un largo periodo de abstinencia.


Una vez satisfecho con el agasajo, Clemente rompió el silencio para dirigirse a la dama con su excitada y ronca voz.


— ¡Su hora llegó preciosa!, el placer que tanto miedo le ha dado buscar, la tiene atrapada en este cuarto, de aquí no vamos a salir hasta que cumpla con todas las funciones para las que preparó con tanta dedicación este cuerpo. — Le dijo Clemente mientras volvía a sujetar con sus dientes el labio inferior de la chiquilla estirándoselo con cariño y diciéndole. — ¿Se va a portar bien?


A lo cual la dama respondió cerrando sus ojos con un leve movimiento afirmativo de su cabeza.


Enseguida Clemente se levantó sobre la cama, quedando con sus rodillas a ambos costados de la chica, que, acostada bajo el sacerdote, seguía retorciéndose de placer. Enseguida, y aprovechando su dominante posición, Clemente abrió su sotana para dejar al descubierto y a escasos centímetros del rostro de la chica su enorme verga en brutal estado de erección.


El tufo que emanaba de la dura punta hizo que la chica volteara su cara evadiendo la erecta presencia con un gesto de angustia, como si buscara un respiro estirando su largo cuello para alejarse, pero el insistente acoso del excitado sacerdote era tal, que la tenía atrapada con una de sus manos tras la nuca mientras con la otra empuñaba su robusto miembro buscando el contacto de su miembro con el bello rostro de la joven, hasta que con los largos dedos de su fina mano, tomó el brutal instrumento para empuñarlo en un intento por tomar el control de la situación, pero una vez que lo tuvo asido firmemente con su delicada mano, pudo sentir la mágica excitación que emanaba de esa pulsante pieza transmitiéndose por su fina mano, por lo cual, lentamente permitió que el sacerdote acercara ese miembro a su cara hasta hacer contacto con una de sus mejillas, moviendo lentamente su cara para acariciarlo con suavidad, sintiendo el tremendo calor que emanaba de ese objeto, así como las tremendas pulsaciones del enjambre de venas que parecían estar brincadas a reventar, y cuando se hubo acostumbrado al contacto de tan tremendo objeto, cayó en la cuenta de que el tufo emanado de la dura punta, y del que en un principio trató de librarse, ahora provocaba en ella un estado de excitación tal, que sentía sensaciones de irresistible deseo recorriendo por todo su cuerpo, y sabedora de lo que pasaría si soltaba ese pulsante miembro, lo soltó y dejó caer sus brazos extendidos sobre la cama, para que el excitado sacerdote deslizara esa dura y lechosa punta hacía su pequeña, delicada, y femenina boca, presionándola para que abriera los labios, a lo cual la chica accedió, al principio con gran timidez, simulando un tierno beso con el que tocaba con su lengua delicadamente el orificio de la dura punta, sintiendo la salida de cada gota de la pertinaz espermatorrea del padre Clemente, hasta que luego de un rato, presa de un incontrolable frenesí, abrió su boca engullendo medio tronco al tiempo que movía su cabeza en círculos para sentir el contacto de sus labios con ese miembro en toda forma posible, y con los ojos cerrados, y sin el menor gesto de asco o remilgos, disfrutaba extasiada, lamiendo toda la extensión de ese largo y anchuroso miembro, desde los testículos hasta la roja cabeza, luego lo succionó a modo de beso en todas sus partes, hasta terminar sorbiendo la dura y lechosa punta con morbosa fruición, la imagen que daban ambos sería la envidia de los productores de películas pornográficas, una pequeña, delgada y perfilada cara de mujer, casi una chiquilla, degustando una enorme verga, tan erecta que las palpitantes venas lucían como las brincadas varices de un músculo en tensión.


— ¿Qué le parece el tamaño de verga?… preciosa. — Preguntó Clemente con vulgaridad.


— ¡Santo Dios! Padrecito… ¡Es Enorme!… ¡Con solo tocarla siento dolores! — Exclamó la joven dama para casi de inmediato volver a atrapar con su boca esa descomunal erección que ahora ejercía sobre ella el mismo poder de atracción que un imán tiene sobre una pieza de metal.


Luego de un largo rato en el que la chica continuaba disfrutando con la succión del enorme y tieso dardo, abrió sus increíbles ojos de esmeralda enfocándolos en los del buen padre Clemente, al tiempo que con un tierno ademán oprimía el largo lomo de ese erecto miembro contra su corazón.


— ¡Tiene que metérmela por detrás!, padre. Como bien lo ha dicho usted, ha llegado el momento, aún estoy virgen, y ya no soporto más esta ansiedad que me quema por dentro, usted que conoce los rigores de la abstinencia, puede imaginar lo que significa eso multiplicado por diez. Podría hacerlo con cualquier barbaján, pero usted es quien comprende mis sentimientos, y conoce mis más profundos deseos.


Y efectivamente, según le había contado durante sus confesiones, esta grácil criatura, jamás había sido besada, ni tenido contacto sexual con hombres, y a excepción de lo que veía en los videos pornográficos, nunca antes había sentido el contacto de una verga.


— Mhh… Así que esta preciosidad quiere ser mi hembra ¿Tienes idea de las cogidas de burro que doy con esta verga?, chiquilla preciosa. ¿y cómo hago chillar a las doncellitas que caen en mi poder cuando les abro el culo? — Preguntó Clemente.


— ¡Quiero saberlo padre!, o mejor dicho sentirlo — Contestó ella — soportaré todo, dejaré que me joda y que me haga suya, aunque tenga que morir en el intento, usted me desea, y quiero que sea el que haga por fin despertar mi cuerpo al supremo placer del acto venéreo.


Los ojos del padre Clemente centelleaban en su pelirroja y rapada cabeza, y en su enorme arma se produjo un latido espasmódico que hubiera podido alzar una silla, y la chiquilla viendo que la verga del padre Clemente había erupcionado una blanca gota de semen que empezaba a rodar como la cera de una vela encendida, de inmediato pegó sus abultados y sensuales labios a la punta de ese respetable miembro para limpiar con su lengua el repentino y caliente derrame de semen, y una vez en posesión de esa monumental arma, la chica no resistió la tentación de volver a probar esa delicia, y se dio por completo a la tarea de succionar tan deliciosamente que Clemente no se atrevía a separarla de él, y solo optó por tomarla con una de sus manos de esa rubia cabellera, para hacerla sentir que él tenía el mando.


Con media verga en el interior de su boca, los delgados y bien formados labios de la chica succionaban con tal fuerza y pasión, que el buen sacerdote sentía como si se la quisiera desprender desde la raíz. Con cada mamadota que la chica daba, extraía pequeñas gotas de semen, que el buen sacerdote sentía recorrer por todo el largo de su excitado miembro. Esa pequeña sensual y femenina boca, tenía el mismo poder de succión que tiene un becerro recién nacido.


— ¡Ya niña!… ¡Ya!… es suficiente. Una más, y tendré que venirme en tu boca. — continuó Clemente — y al separarla, mientras la sujetaba con ambas manos de los cabellos, vio como un viscoso hilo de semen colgaba como puente, entre esa bella boca y la punta de su engrosado miembro.


Luego de tal acción, el padre Clemente estaba excitado hasta la locura, resoplando su respiración con un ruido que vagamente semejaba un rebuzno.


— Padre, es increíble. — Continuó la chica. — No sé cómo explicarlo padre, pero pude sentir con la boca el tremendo calor, los latidos de su corazón, la excitación y la ansiedad que usted tiene de arrojar ese semen que ha acumulado durante tanto tiempo, y el férreo control que tiene sobre sus emociones, y ese olor padrecito, es un perfume que me pierde por completo.


— Lo sé preciosa. — Continuó Clemente. — Este cuerpecito tuyo al que has moldeado con hormonas femeninas, ya maduró, y ahora te reclama una función para la que ya estás en plena forma, en este momento eres una hembra en celo, ansiosa por copular, y tu fino olfato detecta al macho ansioso y cargado de semen, e instintivamente tu paladar te exige probar la calidad del semen y la capacidad de penetración, provocándote esa incontrolable necesidad que sientes de acariciar con labios y lengua la erección de su aparato reproductor.


. Dicho esto el padre Clemente la incorporó, y colocándola de rodillas sobre la cama, lentamente la despojó de toda su ropa, y entonces Clemente pudo gozar de la vista de la joven dama en toda su espléndida desnudez, y mugió ahogadamente como un toro al palpar con sus toscas manos las delicadas y femeninas formas, cuyo contacto transmitía a su excitado miembro y testículos, el cosquilleo que desataba todos los poderes copulatorios de su robusto cuerpo, y mientras ella, como paloma enamorada continuaba dándole delicados y finos besos al enardecido y lujurioso rostro de ese sacerdote, sin poder contenerse más, se colocó tras ella y la abrazó con fuerza, uniéndose con la furia del deseo a ese frágil delgado y femenino cuerpo, haciéndola cerrar los ojos y echar la cabeza hacía atrás, en señal del exquisito disfrute que el libidinoso proceder de ese santo varón la hacía sentir, y excitado, Clemente le murmuró al oído.


— ¡Vive Dios!, ¡que delicia es tan solo abrasarte niña!, después de todo eres producto de una naturaleza femenina, con un cuerpo cuyas formas son el antojo de los machos. ¡Pues prepárate querida! — Sentenció Clemente. — Porque de aquí no saldrás hasta que, de buena cuenta de ti, ya no hay marcha atrás, vas a ser la hembra de un burro salvaje y te lo advierto, yo no me conformo con una sola cogida. — y continuó diciéndole.


— Será en esta cama donde perderás la virginidad, y si porque soy tu bondadoso confesor crees que tendré piedad o miramientos contigo… ¡Te equivocas!, yo haré lo que sé hacer, y te aseguro que vas a sufrir. En mis brazos gritarás y chillarás con el mismo escándalo de una virgen recién desflorada, cuando tus encantos interiores abracen con fuerza el tronco de esta verga de burro, más no por eso dejarás de gozar.


Y apuntando con índice de fuego a la cama, le sentenció:


— Tú y yo gozaremos aquí como macho y hembra, y al final, tu cuerpo quedará colmado de las placenteras sensaciones que experimenta una doncella agradecida en noche de bodas.


Un segundo después, la damita excitada por la vulgaridad de las descripciones con las que el buen padre le había hecho saber su ahora inevitable destino, según sus propias y brutales palabras, era tomada de los cabellos en señal de dominio sin que opusiera la mínima resistencia, y con su excitada y ronca voz Clemente continuó informándola sobre la siguiente actividad previa al coito.


— ¡Pero primero! y como escarceo previo a la condición de virginidad que tienes, debo darle algunos impactos a este cuerpecito tuyo para llevarlo a la máxima excitación.


Y uniendo los hechos a las palabras, el buen padre empezó con el mismo bárbaro tratamiento llamado “Putiza”, que entre el superior y Ambrosio le habían dado a Cielo Riveros para reducir los dolores del todavía más salvaje enculamiento, y que consistía en clavar el puño cerrado en las partes más carnosas de las extremidades, impactándolo del lado del índice y del pulgar.


Un “putazo” a la parte trasera del muslo mientras la sujetaba de los cabellos, y la chiquilla apretaba los dientes gruñendo de placer, otro más y exhalaba el aire de sus pulmones quejándose.


— ¡Ouuu! Padre… eso dolió.


— Lo sé hija, pero el golpe debe tronar rico y sabroso, para que haga efecto. — Argumentó Clemente. Y los impactos continuaron, en la parte trasera de las piernas, pantorrillas, brazos, y costados del dorso, hasta que el lujurioso sacerdote consiguió lo que se proponía, cuando vio como la hermosa chiquilla se revolcaba en la cama chillando de placer, mientras continuaba manteniéndola firmemente sujeta de los cabellos.


El padre Clemente se regodeaba oyendo los chillidos de placer que con todas sus mañosas acciones había provocado en ese juvenil cuerpo, sabedor de que por fin podría dar rienda suelta a sus instintos pedófilos con una víctima que ansiaba ser violada como parte de su desarrollo natural.


Casi al siguiente segundo, la excitada chica era acomodada en la cama, bocabajo y con una pequeña almohada bajo su regazo.


El lujurioso sacerdote se deleitaba con la contemplación de esa visión paradisíaca, el femenino y bien formado cuerpo de esa singular chica, tenía la forma perfecta para el tipo de copula que el buen padre tenía planeado aplicar, la aparente delgadez de su cuerpo era la perfecta distribución del peso exactamente donde debe estar, tal nivel de perfección era lo más próximo a una diosa. Y una vez lubricadas las partes de ambos, dio inicio un agasajo de exploración, clavándole los cinco dedos de sus enormes manos en sus temblorosas piernas, haciéndola retorcerse de placer mientras deslizaba ese malicioso masaje desde las exquisitas y bien formadas pantorrillas, hasta la lampiña y virginal entrada, en la que planeaba alojar completa y hasta la raíz, su enorme verga de burro.


Con sus regordetes dedos pulgares, el sacerdote presionó en una acción separadora, con la cual logró acomodar la hinchadísima punta de su largo miembro, provocando en su víctima el reflejo instintivo de extender las piernas, al sentir la presión invasora. Clemente no esperó mayores incentivos, y tras varias embestidas y no pocos rechazos, consiguió hacer entrar la dura punta de su arma, un empujón de avance y su miembro se introducía, haciendo a la dama quejarse con agudos gemidos de dolor, indicando con esto que el buen padre empezaba a abrir su estrecha y virginal intimidad.


Otra embestida de toro enfurecido y el sacerdote se adentró aún más… y cada vez más… y más, hasta que dio la impresión de que el hermoso recipiente no podría admitir más sin peligro de sufrir daño en sus órganos vitales, lo que obligó a que la joven dama, en un reflejo instintivo de protección, levantara sus brazos para apoyar las palmas de sus manos en la cintura del excitado sacerdote, y tras luchar contra ella por alojarse en su interior, Clemente solo consiguió clavarse unos cuantos centímetros más. Con cada empujón, el cuerpo de la chica se encendía como fogata, y con femeninas quejas de dolor disfrutaba de la agresividad con la que era atacada por el enfurecido sacerdote, que por ningún motivo estaba dispuesto a soltarla de las hermosas y bien formadas caderas, a las que estaba asido con sus enormes manos de gorila crispadas como garras.


. Enloquecido de placer Clemente rabiaba y gruñía tratando de adentrarse sin éxito, mientras ella luchaba por sujetarlo, con la esperanza de que éste se conformara con una entrada a medias. Con cada nueva sacudida los brazos de la dama se doblaban y se volvían a estirar como resorte impidiéndole al buen padre ganar terreno en su esfuerzo invasor. Pero Clemente no era fácil de vencer, su indomable temperamento de sátiro se había encendido al máximo, el feo y abotagado rostro del lujurioso sacerdote, estaba verdaderamente deformado por la excitación, haciéndolo lucir endiabladamente feo en comparación con la dulce y seductora imagen de su víctima, a la que sacudía una y otra vez haciéndola sonreír, hasta que de pronto, la sonrisa desapareció de su rostro, y sus brazos cayeron sin fuerza en la cama, al sentir que con una de esas bestiales embestidas, el bruto había conseguido abrirle la parte más interna, estrecha, y resistente de su conducto. Luego tras un par de estocadas de avance corto, que la damita soportó en completa inmovilidad con las piernas extendidas y los brazos caídos en la cama, el vigoroso sacerdote se detuvo para tomar un respiro, y de un solo golpe, entró hasta la raíz.


Sorprendida y boquiabierta, la dama sentía que el sacerdote se había internado en su cuerpo con toda la bestial membresía de ese largo, anchuroso, y tumefacto miembro de burro semental. Ahora Clemente bramaba de lujuria, excitado por haber llegado tan adentro de ella que hasta los testículos parecían querer entrar, y tal como acostumbraba, celebró su triunfo con sonoros rebuznos de victoria, que retumbaban en las cuatro paredes de ese cuarto, opacando el angustioso llanto de virgen desflorada con el que la chiquilla restregaba su rostro en la cama, soportando la tortura de tener alojado a semejante ejemplar en sus entrañas. La greñuda mata de encrespados pelos del miembro del padre Clemente, acosaban la lampiña y virginal entrada de la dama, sin embargo, Clemente no paraba de empujar, y a pesar de haber entrado completamente y hasta la raíz, seguía insistiendo, presionando una y otra vez las redondeces posteriores del inerte y dócil cuerpo de la chica, cuyos cerrados ojos se apretaban expresando el dolor que le provocaba el enfurecido sacerdote, al continuar con la instintiva e involuntaria inercia animal de un impulso que lo hacía adentrarse con bárbara violencia para asegurar el propósito final del acto, hasta que por fin se convenció de que ya no podía penetrar más.


. Entre tanto el rostro de la bella joven, con la boca abierta en una expresión de grito silencioso, reflejaba las encontradas sensaciones de dolor y placer que cruzaban por su cerebro con la dolorosa entrada de esa verga de burro, atravesando y expandiendo la más recóndita intimidad de sus entrañas, sin embargo, por la expresión de ese femenino rostro, el astuto sacerdote sabía bien que la chiquilla estaba disfrutando al máximo su papel de hembra.


Y una vez que la tuvo perfectamente ganchada por el culo, el buen sacerdote cargó todo el aplastante peso de su cuerpo, sobre el delgado y frágil cuerpo que tenía bajo su completó dominio. Por su parte, la dama con los brazos y las piernas extendidas, sentía como su fornido violador resoplaba en su nuca el agitado y caliente aire de su respiración, como jadeantes rebuznos, y a pesar del rictus de dolor que había en su cara, se encontraba disfrutando intensamente del placer de sentirse inmovilizada por el robusto y velludo cuerpo que tenía sobre su espalda, así como por los excitantes sonidos de burro que el buen sacerdote seguía haciendo sobre su nuca.


Y ahora, tras hacerla sentir que verdaderamente había sido cornada por un burro en celo, con los parpados apretados, y el rostro transformado por la dolorosa excitación, la linda chiquilla tenía la sensación de que el lascivo sacerdote la tenía ganchada del alma con esa verga de burro, pues cada movimiento, cada acomodo, incluido el fortísimo palpitar de las gruesas venas de esa descomunal verga, recorrían por completo todo su sistema nervioso, provocándole una emoción hasta el momento desconocida para ella. Sin embargo, Clemente solo se estaba dando un respiro para controlarse, y poder iniciar una faena cuya duración sería tan prolongada, como enloquecedores los efectos del placer que con su experimentado robusto y bien equipado cuerpo le iba a provocar a esta joven dama. Y durante unos momentos, la chica con sus largas piernas extendidas a ambos lados del sacerdote, sentía como entre mugidos y resuellos de excitación, éste se acomodaba para acoplarse con su cuerpo, hasta que quedó en reposo sobre ella, con sus largos y bien desarrollados testículos de toro colgando pesadamente hasta casi tocar la cama.


La sangre del buen sacerdote hervía mientras sentía como la parte frontal de su cuerpo hacía contacto completo con las increíbles formas de esta singular belleza, que en ese momento ondulaba la perfecta y bien formada estructura de su espalda, acoplándola de la mejor manera a la forma del robusto cuerpo de su violador, para proporcionarle la máxima comodidad posible.


. Entonces, Clemente pasó sus brazos bajo los hombros de la dama atrayéndola hacía él, oprimiendo su velludo pecho contra la perfecta y bien torneada espalda de la dama, y  lentamente empezó a restregarse contra la lampiña y fina entrada adentrando cada vez más la extensa raíz de pelambre que circundaba la nervuda y gruesa raíz de su enorme verga, hasta que conforme con el terrible masaje con el que había limado esa fina entrada, pasó sus poderosos brazos bajo el abdomen de la dama para abrazarse a su delgada cintura, encorvando su fornido cuerpo para acoplarse por completo a la delgada figura de su compañera, embonándose como capullo contra esa femenina forma a la que apretaba con fuerza haciéndola sentir que estaba perfectamente atrapada por un cerrojo de acero del que sería imposible escapar, y comprendiendo que debido a la ansiedad y al rabioso deseo que este santo varón sentía por ella, pronto empezarían los movimientos que darían alivio al prolongado celibato de ese sacerdote, la chica volvió a clavar la frente en la cama, preparándose para la dolorosa tarea de servirle de burra a este magnífico ejemplar con el que ahora se encontraba en pleno trabajo de apareamiento.


Casi de inmediato comenzó un encuentro en el que los movimientos de este buen sacerdote sacudían la cama y hacían crujir todos los muebles de esa habitación, y asiéndose con ambas manos a las sabanas, la damita sentía los formicantes movimientos del sensual sacerdote, clavándose a fondo con cada embestida, sin retirar más de la mitad de la longitud de su endurecido miembro, para poder adentrarse mejor con cada impacto de entrada, produciéndose un rítmico golpeteo que sacudía todo su hermoso cuerpo. Los movimientos de apareamiento continuaron, y eran tan extremos y desvergonzados como los de un perro callejero, urgido por alcanzar el placer de la eyaculación, hasta que la dama comenzó a estremecerse por efecto de las exquisitas sensaciones que le provocaba un asalto de tal naturaleza a su intimidad.


A poco, con los ojos cerrados y la frente clavada en la cama, la damita empezaba a llorar de placer, dando gracias al cielo por el increíble momento que estaba viviendo.


Entretanto, el padre Clemente, enloquecido de placer, seguía sacudiendo con furia incontenible ese increíble nalgatorio, clavando su pistón en el interior del apretado y firme conducto de su bella dama una y otra vez, y a cada momento su arma se endurecía más, y más, hasta llegar a asemejarse a una barra de acero sólido.


Pero todo tiene su fin, y también lo tuvo el placer del buen sacerdote, que después de haber penetrado, tallado, y sacudido con furia esa virginal entrada, no pudo más, y dejando escapar desde su garganta un gruñido de fiera enardecida, hundió hasta la raíz su miembro en el interior de la joven dama, para empezar a arrojar en su interior los abundantes, calientes, e interminables chorros de semen, mientras la damita sentía una tremenda oleada de calor en la parte interna de su ombligo, estrellándose con furiosas repeticiones, expandiéndose a brincos con el mismo ritmo con el que pulsaban explosivamente las venas del santo padre a todo lo largo de esa enorme verga que tenía clavada hasta la raíz. El padre Clemente había reservado un periodo de abstinencia, en el que no había hecho otra cosa que pensar en ella, acumulando el semen que acabaría con la virginidad de esta dama en forma total, absoluta, y definitiva. Casi instantáneamente, la chiquilla gritó y chilló por la emoción, al sentir proyectarse en sus entrañas el brutal orgasmo de ese sacerdote, que por fin la había convertido en mujer. Todo había terminado, todo había pasado, el acto venéreo que tanto había deseado esta dulce chiquilla, había sido consumado por completo, el último espasmo dorsal del sacerdote había inyectado el último chorro de semen, y ahora yacía como muerto, sobre la espalda de su joven víctima, pero con su miembro tan erecto como cuando empezó el combate amoroso, pues el buen padre estaba demasiado excitado por la larga abstinencia como para que con tan sólo esto perdiera rigidez su miembro.


Decir simplemente que Clemente se había venido, no daría una idea real de los hechos. Lo que en realidad hizo fue inundar el interior de la joven dama con una cantidad de semen que parecía más la venida de un asno en celo que la de un hombre. Por su parte, la chica sentía que la acción preñadora del tenaz sacerdote había disparado semen en su interior con tal fuerza, presión, y abundancia, que esa venida de burro había llegado hasta su cerebro y eso era una emoción que superaba por completo todas las fantasías que había tenido al respecto.


El lector no imaginará que el buen padre Clemente iba a quedar satisfecho con sólo este único coup que acababa de asestar con tan excitante dama, ni tampoco que la dama, cuyos licenciosos apetitos habían sido tan poderosamente apaciguados, quisiera retirarse. Por el contrario, esta cópula no había hecho más que despertar las adormecidas facultades sensuales de la joven, que en su primer encuentro, había experimentado un orgasmo tan poderoso como el del bruto que ahora reposaba sobre su espalda.


Luego de un buen descanso, Clemente aprovechó para acariciarla, tomándola de su delgado y fino cuello para besarle la nuca, el cuello, las orejas, y la boca. Luego buscó el oído de la chica para lamer su interior y murmurar.


— ¡Es Usted una chiquilla muy caliente! reina… ahora ya sabe lo que es coger con un burro. Espero no haberla lastimado mucho, pero, la verdad es que, con alguien como usted, me emociono y no entiendo razones, una vez montado me convierto en una máquina de coger.


Con un doliente gesto, la chica frotaba con suavidad la oreja que estaba en contacto con los labios del sacerdote contra la boca de éste, y tragando saliva le dijo con una voz tan suave que parecía el exhausto resuello de quien ha corrido hasta caerse.


— Mis respetos para usted padrecito… creo que debo felicitarlo… es usted todo un burro… salvaje y despiadado, como debe ser todo semental… me ha hecho gozar hasta gritar, he sido la hembra de un semental de fuego, y ahora siento que toda la ansiedad, el deseo, y la lujuria de su prolongada abstinencia, están adentro de mí, haciéndome gozar.


Con una amplia sonrisa por los halagos, Clemente hizo un movimiento dorsal de sacudida con el que de nuevo se clavaba hasta la raíz, haciéndola gruñir con la frente clavada en la cama, y una vez más el bruto se lanzó al ataque, golpeando con furia la lampiña entrada de la chica con la peluda raíz de su descomunal miembro de burro, el excitado sacerdote accionó con tal fuerza y vigor contra el inmóvil e inerte cuerpo de la chica, que en todo momento la hacía sentir que estaba en poder de un burro salvaje, emprimaverado y sin riendas, cuya única función era gozar y gozar, y después de eso, otra vez volver a gozar. Al terminar, un bramido como de bestia salvaje escapó del ronco pecho de Clemente a medida que arrojaba su cálida descarga, volviendo a disparar furiosos y calientes chorros de semen que se proyectaban intestinos arriba de esa linda criatura, al tiempo que ella no cesaba de lanzar aullidos de éxtasis, al sentir una vez más la furia del deseo de ese santo varón, convertido en las potentes descargas de semen que de nuevo se encontraban circulando por sus sensibles y vacías entrañas.


Tras el lujurioso combate, el fornido sacerdote otorgó otro breve descanso a su atractiva compañera, la cual todavía presa de un orgasmo continuo que para ella no terminaba, continuaba moviéndose como lo hacen las bailarinas eróticas, meciendo al buen padre como si éste se moviera por su cuenta con movimientos de entrada y salida, pero Clemente la sujetó con ambas manos del cuello y la nuca para controlarla diciéndole.


— ¡Quieta Preciosa!, déjeme descansar un minuto y verá como le doy otras dos cogidas.


Y sin soltarla del cuello continuó besándola extasiado, acariciando con su boca ese rubio y lacio pelo, que era el adorno perfecto de la más linda cara que jamás hubiera besuqueado, y mientras jugaba con ella, la aplastaba cuanto podía con su robusto cuerpo para controlar la insatisfecha lasciva de la excitada chiquilla a la que sujetaba con fuerza, y una vez domada y controlada como yegua inquieta, la chica mordía la almohada que estaba en su cara mientras pasaba su orgasmo, luego sintió como la boca del lujurioso sacerdote acariciaba el lóbulo de su oreja para decirle al oído con su excitada y ronca voz:


. — No tiene idea preciosa, de cuantas ganas tenía de abrirle el culo, y cuanta falta me hacía domar a una yegüita como usted. Yo no soy guapo ni divertido, soy rojo, pelón, horrible, y mal hablado, y si no cojo a diario, me la tengo que puñetear hasta tres veces por día, rociando de semen la tapa de alguna revista con una chica linda como usted, pero con todo y eso, quiero ser su macho, el que la haga gritar de placer todos los días y todas las noches, este agujerito suyo es un trofeo en el tronco de mi verga, soy su primer burro y su primer orgasmo, por lo tanto, usted debe ser mía. ¿Qué me contesta esa boquita puñetera?, ¿Califico para ser su Novio?


Sonrojándose por las vulgares palabras del tosco sacerdote, la chiquilla escondía su cara en la cama diciéndole:


— ¡Padre!… que cosas dice… no sé qué decir.


Pero Clemente sabía muy bien que esa coqueta sonrisa que la chica trataba de ocultar, era el “Si” que estaba esperando, y encendido por la excitante coquetería de esa respuesta, apretó con más fuerza la breve cintura de la frágil chiquilla y accionó con furia, camino hacía la tercera cogida.


— !MMH!…¡Oh Por Dios!…!MMMH!… ¡Padre!, ¡Oh! ¡Oh! ¡Au! ¡Au!… ¡Dios mío!… ¡esto es el cielo!… ¡Padre!… ¡Padrecito!,… ¡Mi buen Padrecito!… ¡Me muero¡ ¡Me muerooooo¡


Los movimientos de burro encabronado volvieron con toda la fuerza y vigor del primer encuentro, pero ahora, tras dos salvajes embestidas, la chiquilla empezaba a gozar en serio con los violentos movimientos del libidinoso sacerdote, y como respuesta física, aflojó por completo todo su hermoso cuerpo, quedando tan inerte y dócil como una muñeca de trapo, lo que le permitía disfrutar al máximo de la brutalidad y la rudeza con la que era tratada por ese salvaje sacerdote, que desahogaba su espantosa lujuria con el mismo entusiasmo de una bestia en celo. El buen padre Clemente, sabía bien que ahora era dueño total y absoluto de uno de los más perfectos cuerpos de mujer que había, el de una, que, si participara en un concurso de belleza, fácilmente se haría pasar por una súper modelo. Y como se lo prometió él, tranquilamente le dio otro par de embestidas, que la hicieron gozar a gritos.


Al final, con cinco o seis venidas de asno en su abdomen, la hermosa chiquilla por fin se sentía pletórica de leche, y tan complacida y satisfecha como una hembra en celo, tras haber sido preñada con éxito por el vigoroso y dominante macho que había saciado en ella toda la ansiedad y la lujuria de una prolongada abstinencia.


Casi para el atardecer, la bella y elegante dama salía de la cofradía, con el rostro fatigado, y esta vez, con un caminar tan cuidadoso que difería por completo del paso firme de modelo profesional con el que había llegado, sin embargo, y aunque pensativa por la experiencia que acababa de vivir, sus hermosos ojos de esmeralda, reflejaban una felicidad que solo se ve en las mujeres enamoradas cuando regresan de una exitosa luna de miel.


CAPÍITULO VIII (¿Orquídea Blanca… o Magnolia de Acero?)


(Dulce lamento de una queja que se mueve con el mismo ritmo de la ansiedad, sofocado y femenino gemir de una garganta cuyo sonido luminoso busca el ritmo del silencio, es la protesta callada de una geisha que muere envainada por sable negro de incomparable dureza y calidad)


Tres largos meses pasaron, y Estefanía no se presentaba, hasta que un buen día apareció en compañía de una jovencita mucho menor que ella en edad, cuya hermosura resaltaba en la distancia, y a la cual llevaba de la mano, como a una hermana menor. La característica principal, de esa chiquilla, aparte de tener un cuerpo tanto o más fino y perfecto que el de Estefanía, era la de ser albina, una rara condición en la que el pelo y la piel carecen de pigmento, dando por resultado una blancura extrema en la piel y un blanco platinado en el pelo, lo cual, lejos de ser una desventaja, hacía resaltar morbosamente su prematura femineidad. Ataviada con una coqueta gorrita que coronaba su cabeza, y la que parecía ser una falda tipo escolar, la recién llegada permaneció sentada en una de las bancas de la iglesia observando el ambiente, mientras Estefanía se dirigía al confesionario.


. — Padre Clemente, disculpé la tardanza, pero tuve que hacer un viaje a Tailandia, de donde viene también mi compañera, a la que traje de allá. — Le comentó Estefanía.


— ¿Viene de Tailandia? — Le contestó Clemente — Pero sí parece europea, y más bien me recuerda a las gimnastas rusas de los juegos olímpicos.


— Tiene usted razón padre. — Respondió Estefanía — Ella es el típico producto femenino de los montes Urales, y el cuerpo de gimnasta que tiene en parte es debido a su pasión por el patinaje artístico. Sin embargo, ella es alguien que, como yo, recibió del gobierno tailandés la comprensión que para nuestra condición siempre es negada en el resto del mundo.


— ¿Quieres decir que… ella también?… ¿Y a esa edad? — Preguntó desconcertado Clemente, a lo que Estefanía contestó moviendo su cabeza en forma afirmativa.


Fue entonces que Clemente miró a través del postigo del confesionario con mucha más atención. Para la natural lascivia de este degenerado sacerdote, la sola mención de esa posibilidad aunada a la imagen de perfección que estaba viendo a través del postigo, lo excitaban hasta la locura.


— ¡Vive Dios!… ¿Pero qué clase de tecnología están usando para hacer eso? — Preguntó Clemente, más excitado que intrigado.


— Ella es un caso especial de hermafroditismo congénito. — Contestó Estefanía. — Nació con esa ambigüedad, pero una ligera cirugía y el tratamiento con “hormona madre”, una maravilla de la medicina, la ayudó a terminar de desarrollar en forma natural las protuberancias propias del género femenino quedando convertida en mujer al cien por ciento, el único problema es que ese cambio de condición la hace generar en forma natural hormonas que la excitan hasta la locura, pero debido a su corta edad, ella tiene miedo, yo diría que casi terror de llevar a cabo un acto sexual en la forma de un apareamiento natural, así que la llevé a un lugar especial de ese país, donde le dieron un masaje sensual de relax, y algo que allá le llaman: jugar a la “Noche de Bodas”, que no es otra cosa que una simulación de acto sexual sin penetración con la esperanza de que ese tratamiento la calmara, pero eso solo empeoró las cosas, ahora ha empezado a desesperarse debido a que su cuerpo carece de la genuina zona masturbable, y el equivalente de la pubertad femenina está llegando a su cuerpo en forma prematura y exagerada. Por las noches la excitación se incrementa con tal fuerza que a veces no duerme si no toma calmantes.


A esas alturas del relato, Clemente estaba casi babeando de lujuria, viendo desde su escondite como la sensual chiquilla cruzaba sus piernas y hacía un arqueo con su espalda, como si estuviera inquieta, mirando hacia donde estaba Estefanía con una angelical expresión en su rostro, y Estefanía, intuyendo que Clemente no tenía el menor escrúpulo para servirle de semental a tan inquietante y joven damita, le dijo:


— Padre, si usted quisiera, bueno… quiero decir, si en nombre de atender las desesperadas necesidades de quien sufre, pudiera usted hacerla sentir feliz, como lo hizo conmigo.


Habiendo captado la idea, y sabedor de que tenía en charola de plata un manjar de dioses, Clemente como todo buen negociante, se hizo el difícil.


— No lo sé Estefanía, la verdad… yo soy un burro viejo, y una vez que la tenga ganchada, no sé si podré controlar el ansia de atormentarla y hacerla chillar de dolor y placer, pero…la edad que tiene… ¡es innombrable!, como increíble es la perfección de esas formas, y la delgadez, y la delicadeza de ese cuerpo, tan frágil y femenino, no voy a soportar las ganas de apretarla con la rabia del deseo, como lo hice contigo.


— ¡Ella es capaz de soportar cualquier tormento Padre! — Contestó Estefanía —  Es toda una mujer, y la condición que la naturaleza nos impone es resistir o morir. No tenemos otra opción.


— ¡Esta bien! — Contestó Clemente limpiando con su mano el sudor de su rostro inducido por la lujuria. — ¡Que sea como Tú dices! Tráela esta misma noche, en cuanto se oculte el sol, entren por la puerta del patio que da hacia los cuartos de meditación.


— Solo una última cosa Padre. — Replicó Estefanía — Hay un deseo o fantasía en la mente de esta niña que quiero satisfacer. Debido tal vez al país que la adoptó, o tal vez al hecho de que ella sea albina. Tiene clavada en su mente una obsesión por la gente de raza negra.


— ¡Genial! — Murmuró Clemente. — Y ahora me lo dices. ¿Cuál es la idea, hacerlo a oscuras?


— ¡Claro que no Padre! — Contestó Estefanía — Se trata de algo más divertido. En las farmacias hay productos colorantes para la piel, como los que usan algunos actores de teatro para representar personajes de raza negra, la pigmentación se remueve con otra sustancia que viene incluida, y después de bañarse no dejan rastro. Usted puede preparar su cuerpo decorándolo con ese color, y yo le diré a mi amiga que solo la traeré para una simulación de acto sexual sin penetración, para evitarle el terror que siente a ser penetrada.


Clemente casi rebuznaba con solo imaginarse disfrazado de mulato copulando con esa belleza albina, razón por la cual se puso de pie y descollando su enorme miembro lo empuñó con una de sus manos mientras que con la otra estiró el cuello de Estefanía. Después de estar viendo cómo se movían los abultados y sensuales labios de la chica, el sacerdote estaba urgido de una felación (El terrible masaje que esos femeninos labios podían darle a su endurecido y lechoso miembro) Pero la chica declinó la oferta con femenina delicadeza diciéndole:


— ¡No Padre!… Debe guardar toda su energía para esta noche, recuerde que debe ser inolvidable para ella.


— ¡Esta bien! Esta noche a las ocho en punto. — Contestó Clemente — Ya sabes cómo prepararla para que todo sea más fácil, sean puntuales, que yo estaré preparado como lo pediste.


Estefanía salió del confesionario y sin apartarse del postigo por donde sabía bien que Clemente tenía clavada su lujuriosa mirada, hizo una señal a su joven amiga para que se acercara a donde ella estaba, la cual se levantó de la banca y se acercó caminando con un peculiar movimiento de caderas que describía mejor que mil palabras la armoniosa femineidad de ese juvenil cuerpo. Estefanía le acomodó el pelo con cariño, y con el pretexto de arreglarle la parte trasera del cuello de su blusa la hizo colocarse frente al postigo, y Clemente pudo admirar muy de cerca la singular perfección de ese femenino rostro, cuyos ojos de color, y provocativa sonrisa lo tenían boquiabierto, luego la hizo girar para que quedara de espaldas al postigo, y la imagen expuesta casi corta la respiración del buen padre, los ojos de Clemente, inyectados de rabiosa lujuria se abrieron desmesuradamente al ver esa femenina forma que solo algunas mujeres consiguen tener. La perfectamente bien torneada espalda de esa chiquilla, tenía un arco perfecto, que hacía un resalte idóneo que se conectaba con las pronunciadas curvas de las protuberancias propias de un culo sin igual que combinaba perfectamente con una delgada cintura y unas desarrolladas caderas, y bajando la vista, ambas piernas apenas cubiertas por la corta falda que traía puesta, irradiaban la perfección de de una deportiva juventud. El pobre padre sufría contemplando esa visión que complacía por completo sus más caras fantasías. Finalmente ambas se retiraron de ahí caminando lentamente, con pasos pausados y bien marcados mientras Clemente seguía con su lujuriosa mirada los movimientos que esa chiquilla hacía al caminar, con cada paso la corta falda resaltaba la elevación de ese increíble nalgatorio, y mientras ellas platicaban divertidas, justo cuando iban saliendo de la iglesia, voltearon extrañadas hacia atrás, con esa mirada mezcla de desdén y presunción que tienen las mujeres bonitas, cuando un mugido sofocado, como el de un toro embramado pareció escucharse al fondo de ese lugar, seguido de profundos resuellos semejantes a rebuznos, pero solo rieron sin darle mayor importancia a eso que parecía ser la obra de algún bromista que había quedado impresionado con sus impactantes y curvilíneas figuras.


Esa misma tarde Clemente compró el producto dérmico que necesitaba, y desde temprano empezó con sus preparativos. Había asegurado los cuartos de retiro espiritual para él solo, y había dado la tarde libre a jardineros e intendentes de limpieza para que nadie perturbara ese retiro, que para la clase religiosa es el equivalente de tomar vacaciones. La tintura puesta en su tina de baño había dado a su piel la tonalidad esperada según las instrucciones, la cual no se caía con el agua a menos que aplicara el removedor especial incluido, y como el tono dependía de la concentración, tuvo buen cuidado de preparar una mezcla aparte con la que dio a su largo miembro un acabado negro azabache cuya negrura brillo y textura, hacían lucir su erecto mástil como una verdadera verga de burro. Un poco de colorante adecuado para el pelo en la escasa corona que circundaba su calva cabeza, terminó de darle el toque final a su nueva apariencia, y durante un rato, observó cada detalle en un espejo de cuerpo completo, ahora si que había quedado como todo un auténtico negrazo, y con esa canibalesca apariencia que lo hacía lucir en extremo agresivo y peligroso, se divertía haciendo gestos en el espejo, ejercitando esa profunda y severa mirada de cazador salvaje que no tiene clemencia con las víctimas que atrapa.


Por su parte, Estefanía también había preparado a su amiga, a la cual según instrucciones del padre Clemente, la ayudó a hacer una lavativa intestinal que desfogara por completo sus entrañas, no solo por el tamaño de miembro que iban a alojar, sino por la exagerada cantidad de semen que ese sacerdote iba inyectarle en repetidas ocasiones. Era la misma forma en la que a ella le había pedido que se preparara antes de atraparla, con el pretexto de mejorar sus meditaciones, ya su amiga, ella le decía que era para un mejor relax del masaje.


El reloj de la entrada marcó las ocho en punto con sus ocho campanadas, y el corazón de Clemente se aceleraba y su inquieto miembro amenazaba con alzar su sotana cuando por la ventana vio un par de sombras en la entrada del jardín que daba a la calle, y colocándose una capucha de monje salió al patio a recibir a sus distinguidas visitantes.


Clemente pasó a las chicas y cerró la reja con llave, luego las condujo hasta el interior de un cómodo despacho, donde había preparado algo de té caliente. Y una buena colección de libros de arte con los que Estefanía se podría entretener mientras él se ocupaba de su amiga en el sótano contiguo a ese despacho.


Tras las corteses presentaciones clemente se despojó de la capucha de monje y descubrió su calva y ahora negra cabeza dejando ver también la oscura y velluda piel de su pecho que asomaba por la entreabierta sotana, enseguida, Clemente se acercó a ella, y enfoco en la linda chiquilla que sería blanco de sus degenerados instintos, esa mirada que tanto había practicado en el espejo, notando de inmediato el devastador efecto que eso hacía en ella, cuya respiración pareció interrumpirse haciendo repetidamente el reflejo de tragar saliva, hasta quedar boquiabierta, como hipnotizada por esa mirada que le comunicaba el fuego de las poderosas sensaciones sensuales almacenadas en el cuerpo de ese sacerdote, hasta que Estefanía la movió con su codo y la chiquilla reaccionó con una risa nerviosa dándole la mano al padre Clemente para saludarlo, el cual tomó esa exquisita mano que parecía la de una gatita y se inclinó para depositar un beso en esa hermosa mano. A pesar de que no hizo movimiento alguno, la piel del brazo de esa chiquilla se erizó al contacto de los labios de ese sacerdote con su mano, lo cual no pasó desapercibido para el astuto sacerdote que con esa sola señal, sabía bien que lo que le había contado Estefanía era verdad, a su corta edad, las hormonas estaban volviendo loca a esa impúber criatura, cuyas tremendas y permanentes sensaciones eran las de una mujer completamente desarrollada y en pleno periodo de ovulación.


. Ahora Clemente empezaba a comprender la urgencia que Estefanía tenía de que atendiera a su amiga, de lo contrario terminaría en un manicomio. Así que bajo el entendimiento de que todo estaba listo para empezar, Clemente indicó a Estefanía que dispusiera de toda la comodidad de ese lugar hasta el amanecer, donde no solo había libros, sino televisión computadora teléfono refrigerador con alimentos y un cómodo sofá cama


Acto seguido tomó a la jovencita de los hombros y la encaminó hacia las escaleras del sótano, donde le pidió que bajara. mientras hacía un último comentario con Estefanía.


— Estas en tu casa Estefanía. — Le indicó Clemente. —  Yo me haré cargo de tu amiga, pero te advierto, lo que le haré a ella será un tratamiento completo, oigas lo que oigas, debes saber que todo es por su bien, y que está bajo mi custodia.


— De acuerdo padre. — Respondió Estefanía —  Por experiencia sé que solo usted puede hacerla sentir bien.


Y acercándose al rostro de Clemente le dio un beso en la boca diciéndole:


— A propósito, padre, se ve usted terriblemente excitante con ese color, no sabe cuánto envidio a esa chiquilla por lo que va a gozar allá abajo.


— Tienes razón Estefanía — Respondió Clemente. — Esta yegüita que trajiste, blanca como la nieve y dulce como la inocencia, va a probar un burro negro, emprimaverado y tan caliente que casi revienta de leche, cuando salga de aquí estará convertida en toda una gozadora.


La puerta del sótano se cerró, Clemente hecho llave por dentro y descendió por las escaleras, la dulce chiquilla lo esperaba impaciente y tan pronto estuvo frente a ella la sujetó por los hombros para probar la complexión de ese cuerpo, o más bien para comprobar con sus manos que la maravilla que tenía a la vista coincidía con el tacto.


Ansioso por ver de cuerpo completo a esa delicia, Clemente le quitó la caperuza que cubría su cabeza echándola hacia atrás y la capa completa cayó al suelo. Completamente arrobado por la visión que tenía frente a sus ojos Clemente bufaba de lujuria mientras parecía lanzar llamas por los ojos ante la perfección del esmerado arreglo con el que Estefanía había preparado a su joven amiga. La chica tenía puesta una peluca de color negro que la hacía lucir en extremo sensual, y para deleite del buen sacerdote; bajo esa capa había un cuerpo de increíbles formas sin otra ropa que una de las más finas lencerías que envolvían cada curva de sus provocativas protuberancias. Clemente volvió a tomar a su nueva adquisición de los hombros y la llevó hasta un acojinado mueble donde la sentó mientras tomaba un respiro para convencerse de que no estaba soñando. Con el rostro enrojecido por la excitación, el buen sacerdote no le quitaba la mirada mientras preparaba a toda prisa el resto del mueble donde estaba sentada para darle el “masaje tailandés”. Luego la tomó de la mano y la llevó hasta la pared, donde le aplicó succionantes besos a todo lo largo de ese delgado y femenino cuello, comprobando con cada succión la calidad de esa carne. Luego la abrazó para levantarla del suelo comprobando que esa dulce chiquilla debía pesar menos de cuarenta kilos, sin embargo, al tenerla cargada y levantada del piso en esa forma, la chiquilla veía al buen padre desde arriba con esa característica mirada de superioridad que da la belleza extrema.


— Mmmh… Así que eres una “Rompe Corazones” … ¿Verdad?… chiquilla preciosa — Le dijo Clemente con una amplia y maliciosa sonrisa. — Pues yo soy un “Rompe Culos”.


Extrañada por no poder ubicar en su idioma natal esa palabra que oía por primera vez, la jovencita respondió con una risita de placer.


—Ya verás canija presumida… Conmigo pagarás todas las que has hecho. — Seguía sentenciando Clemente con su ronca y excitada voz:


Enseguida, Clemente la volvió a bajar hasta que quedó frente a su rostro, y de inmediato empezó un feroz besuqueo como si quisiera succionar el aire que ella tenía en sus pulmones, las formas de esa femenina figura que tenía en su poder, incluida esa cintura de avispa y senos completamente desarrollados, eran una provocación de tal nivel que despertaban en el buen sacerdote el irrefrenable deseo de poseerla sin importarle que fácilmente le cuadruplicaba la edad. El abusivo sacerdote se regodeaba tocando y succionando todo lo que tenía a la vista, como si quisiera devorarla, haciendo que la chica se retorciera con su trasero apoyado en la pared, y chillara de placer al sentir el contacto de esos inquietos y gruesos labios, acompañados del cepillado de esa incipiente barba que tallaba la piel de su cara, su cuello, y sus senos, por un momento, durante el forcejeo la peluca cayó al suelo mientras la chica apoyaba su cabeza en el velludo pecho del sacerdote tratando de contener un poco la espantosa lujuria de ese ataque, y entonces Clemente abrió la parte baja de su sotana para dejar al descubierto esa larga y negra protuberancia que tan pronto fue liberada brincó como resorte apuntando al cielo, y en un acto de impúdica exhibición, empuñando su negro miembro con una mano le mostró a la sorprendida chiquilla la robusta erección de esa verga de burro diciéndole:


— ¿Qué le parece este vergón? Preciosa, ¿Le gustaría jugar a la “Noche de Bodas” con esto?


Atónita y boquiabierta por la visión de las terribles dimensiones de ese largo y negro miembro, tan erecto que las venas que lo envolvían parecían querer estallar, la chiquilla volvió a levantar su cabeza enfocando sus intensos ojos en los del padre Clemente.


Enseguida Clemente la volvió a colocar erguida contra la pared, y poniendo esa negra y pulsante masa sobre su vientre, la presionó contra ella, como si la aplastara contra la pared, provocándole de inmediato la consecuente reacción de placer que la jovencita era incapaz de ocultar, y habiéndose asegurado del sensual temperamento de su joven dama, Clemente la llevó hasta una amplia mesa acojinada en terciopelo que hacía las veces de una cama donde la acostó para poder apreciar mejor el manjar que tenía servido en esa mesa, una luz rojiza previamente preparada para ese acto le daba a la piel de la hermosa chiquilla un aspecto bronceado muy semejante a la de las más rutilantes estrellas de cine.


La fascinante visión que se presentaba ante los ojos del lujurioso sacerdote, la pulcritud de esa piel y el suave aroma que emitía, hicieron que el buen sacerdote fuera Incapaz de resistir por más tiempo, el padre Clemente se deshizo de su sotana y montó de inmediato sobre la cama quedando sobre la jovencita para continuar con el agasajo que había dejado a medias, esta vez el abusivo sacerdote estaba en inmejorable posición para dominar a su víctima que por momentos se estiraba echando la cabeza hacía atrás, dejando su cuello expuesto al bestial agasajo de ese enardecido sacerdote que cual depredador hambriento atrapando a una frágil víctima, no estaba dispuesto a retroceder ni un ápice ante tan cuantiosa ganancia. Los sofocados y potentes mugidos de placer con los que el buen padre gruñía durante el agasajo, le hacían saber a la jovencita que él era quien había hecho esos ruidos cuando salían de la iglesia.


Una vez que el exigente apetito de Clemente por devorar esas maravillosas formas con su impúdica boca estuvo satisfecho, se incorporó sobre ella con sus rodillas apoyadas en la cama a ambos costados de ella, y con su regordete dedo pulgar acarició los abultados y sensuales labios de la chiquilla, luego introdujo el dedo índice en su boca sintiendo de inmediato la suave succión que ésta hacía.


— ¡Tienes los labios más hermosos que he visto chiquilla!, ¿Has mamado una verga? — Le dijo Clemente en forma vulgar.


La chica movió negativamente su cabeza con femenina suavidad, y entonces sujetando su largo miembro con la mano empuñada, Clemente pasó su otra mano bajo la nuca de la chiquilla atrayéndola hacía su largo y negro miembro, en seguida, la chica cerró los ojos y aflojó todo su hermoso cuerpo, como si se abandonara, al ver acercarse ese negro objeto que venía directo a sus labios con un incipiente derrame asomándose en la punta. El padre Clemente sabía bien que la chiquilla había sido aleccionada por Estefanía para que confiara plenamente en él, lo cual era un buen principio, pues a partir de ese momento el lujurioso sacerdote iba a disfrutar con ella como jamás lo había hecho, esos delgados y bien formados labios pronto estarían a su completo servicio.


La introducción no se hizo esperar, y el largo, negro, y reluciente miembro de Clemente, poco a poco se introdujo en esa dulce y pequeña boca, que a diferencia de Estefanía, succionaba con gran delicadeza, con gran amor, como si tratara de detener el tiempo para gozar eternamente de ese momento, respirando con tranquilidad, completamente relajada y sin prisa por llegar a ninguna parte, la chica disfrutaba cada movimiento, cada acomodo del contacto con esa calientísima y pulsante barra negra, que no dejaba de exudar gruesas y calientes gotas de semen, que continuamente salían por la dura punta, y que ella hacía pasar por su garganta.


Luego de un buen rato, y tras haberla hecho tragar un sinnúmero de micro eyaculaciones, el miembro de Clemente estaba dando señales de estarse preparando para entregar una muestra mayor, razón por la cual, el buen sacerdote extrajo su miembro hasta que la dura punta quedó en los labios de la chiquilla. La intención era que le diera una última exprimida a la punta de esa endurecida, lechosa, y negra verga, que ya estaba en óptimas condiciones para el acto venéreo. Enseguida el sacerdote trató de retirarla pero la chiquilla no estaba dispuesta a soltar tan fácilmente ese objeto de adoración que de algún modo parecía transmitirle el placer de la terrible excitación que padecía el buen padre, por lo cual Clemente tuvo que sujetarla de la cabeza para zafarse de ella, después de eso, Clemente la incorporó un poco para poder abrazarla con su erecto miembro presionado contra el pecho de ella, en esa posición la chiquilla seguía pegando su labios al oscuro y velludo pecho de Clemente, haciendo el reflejo de succión en toda parte que tocaba con su boca.


— Eres la “mamadora” ideal con la que todo hombre sueña. — Le dijo Clemente, mientras la chiquilla con sus ojos cerrados succionaba el velludo y negro pecho del sacerdote, emulando con avidez el reflejo de una recién nacida alimentándose.


Siguiendo sin entender esas palabras que salían de la retorcida y lujuriosa mente del sacerdote, la chiquilla solo acertó a sonreír y después a limpiar sus labios con la lengua, haciendo que la ya encendida fogata de lujuria que era la mente de ese degenerado sacerdote terminara de incrementarse.


Enseguida Clemente la acomodó en la cama para que las exquisitas redondeces posteriores de la linda chiquilla quedaran expuestas, a lo cual la chica accedió con gran docilidad, quedando tendida en la cama con su cara en la almohada y sus piernas extendidas a ambos costados del sacerdote, y sin mayores preámbulos, Clemente se montó sobre ella para casi de inmediato dar inicio a la penetración forzada de esa virginal entrada.


La chiquilla empezó a luchar, al darse cuenta de que no se trataba de un acto simulado sino de una penetración real, cuando sintió la dura y bien lubricada punta de esa enorme verga haciendo furiosos esfuerzos por entrar, pero el padre Clemente no era fácil de derrotar, y el primer avance de la bien lubricada punta ya se había producido, haciendo sentir a la joven víctima que la entrada de esa verga de burro era inevitable, sin embargo la ansiedad que provocaba en el sacerdote el poderoso impulso por adentrarse de golpe era fuertemente frenada gracias a esa férrea disciplina sacerdotal que era la misma que aplicaba para abstenerse en la paciente espera de la posesión de la víctima que había elegido, evitando con eso dañarla, lo cual prolongaba hasta la locura el ansiado momento en que ese inmaculado y virginal orificio estaría apretando con fuerza el tronco raíz de su enorme verga de burro.


— ¡Ouu!… Padre… Mi buen padrecito… ¡Tenga cuidado por favor! — Suplicaba sollozante la indefensa chiquilla al buen padre mientras aflojaba todo su cuerpo en señal de rendición.


Sin embargo Clemente continuó empujando una y otra vez, hasta conseguir el siguiente avance tan solo para retroceder un poco como si hiciera caso de las quejas de su víctima para luego volver a repetir la penetración con un poco más de ganancia en la profundidad, y sin detallar los diez mil obstáculos que tuvo que vencer el buen padre, amén de las repetidas suplicas y peticiones de clemencia que acompañaban a cada impulso de entrada, no pasó mucho tiempo antes de que el vigoroso sacerdote vencido por la ansiedad empujara resueltamente una y otra vez hasta quedar perfectamente empotrado en el hermoso culo de su víctima, aplastándola por completo con su pesado cuerpo.


En el exterior, Estefanía expresaba una sutil pero coqueta sonrisa de satisfacción mientras leía un libro, cuando le pareció escuchar desde el interior de ese sótano unos imperceptibles rebuznos, los cuales sabía bien que en el interior de ese sótano debían escucharse como potentes rebuznos de victoria que hacían cimbrar las cuatro paredes de ese cuarto.


En el interior la dulce víctima que yacía bajo el pesado y negro sacerdote, permanecía inmóvil, con la cara clavada en la cama, y sus piernas extendidas a ambos lados de éste, sollozando como virgen recién desflorada, mientras el fiero sacerdote con el rostro abotagado y terriblemente deformado por la lujuria y la ansiedad, terminaba de acomodarse sobre ella, hasta quedarse quieto, resollando el agitado y caliente aire de su respiración sobre la nuca de la chiquilla, mientras esos huevotes de toro colgaban pesadamente hasta casi tocar la cama.


En esa posición, la chiquilla sentía que tenía un elefante encima, y efectivamente, la desproporción de esos cuerpos daba la impresión de que se trataba de un pesado elefante jodiendose a una frágil gacela.


El abusivo sacerdote por fin se encontraba reposando tranquilamente sobre ella, presionando la hermosa y bien torneada espalda de la chica con su velludo y negro pecho, mientras ésta hacía respiraciones cortas y rápidas, como si le soplara a algo muy caliente, el instintivo reflejo del padre por adentrarse la forzaba a mantenerse erguida, con la espalda arqueada, y el trasero tan elevado como si intentara cargar al sacerdote con esa sola parte de su cuerpo. Ahora, ese culo de extrema perfección e inmaculada virginidad, se encontraba tan abierto como excitada estaba la descomunal y negra verga de burro que tenía clavada hasta la raíz, hinchada y endurecida en esa forma que coloquialmente es llamada “Parada a Reventar”.


Con el rostro descompuesto por el sufrimiento, la indefensa chiquilla sentía como si un tren hubiera entrado en su cuerpo. Inmovilizada tanto por el dolor como por el tremendo peso del sacerdote que tenía sobre su espalda, no se atrevía a mover ni un solo dedo, ya que el excitado sacerdote reaccionaba al menor movimiento de su víctima con el reflejo de adentrarse con bárbara violencia en el apretado y virginal conducto que estaba en su poder, haciéndola sentir la potencia de esa descomunal erección, cuya endurecida y caliente punta parecía presionar la parte interna de su ombligo.


Clemente disfrutaba de un placer demencial al sentir que su verga estaba completamente alojada en el culo más parado que jamás hubiera visto, y ahora, con el lujurioso sacerdote perfectamente montado en su culo, la chica sabía bien que tras la aparatosa y monumental cornada con la que había sido ganchada, iban a venir los sagrados movimientos de apareamiento, que no pararían hasta culminar con la consumación del acto.


Mientras tanto el lujurioso sacerdote que no perdía el tiempo, continuaba abrazándola y acomodándose en la forma que acostumbraba, y a pesar de que el cuerpo de la chiquilla estaba inmóvil y completamente dócil como muñeca de trapo, los violentos movimientos con los que Clemente la acomodaba sujetándola ahora de los brazos, ahora de la cintura con rebuuznantes gruñidos de lujuria, daban el aspecto de ser una fiera lucha entre el laborioso y negro sacerdote y su blanca víctima, y una vez que estuvo perfectamente acomodado y aferrado a ese delgado y fino cuerpo, Clemente provocó unas cuantas contracciones dorsales con las que le dio dos o tres estocada al hermoso cuerpo que tenía atrapado, como ejercicio de prueba antes de empezar a moverse.


— ¡Ayy!, ¡Oyy! ¡Uuyy!… ¡No por favor padrecito!… Me voy a desarmar como muñeca de plástico. — Suplicaba la indefensa chiquilla con la frente clavada en la cama.


Pero lo mismo hubiera sido suplicar al aire, pues esto era tan solo el acomodo inicial, y esas suplicas eran música para los oídos del sádico y enardecido sacerdote, y tras unos cuantos resuellos que sonaban como rebuznos en la nuca de la chiquilla, dieron inicio los lujuriosos movimientos con los que el abusivo sacerdote se procuraba el máximo de placer, sacudiendo de pies a cabeza el hermoso cuerpo de su víctima, en una forma que parecía que la cama se iba a desarmar en cualquier momento. El buen padre se movía frenéticamente, enloquecido por el placer, haciendo sentir a su joven víctima todo el rigor de los movimientos especializados del macho urgido por descargar su semen, sin embargo, Clemente sabía bien que no pasaría mucho tiempo antes de que la sensual naturaleza de esta precoz chiquilla despertara, conectando su cerebro de tal modo que cada uno de los rudos salvajes y dolorosos movimientos de entrada y salida fueran traducidos en sensaciones de placer, lo cual ocurrió antes de lo previsto.


— ¡Oh!… ¡Padre!… ¡Padrecito!… ¡Que es lo que siento!… ¡Dios mío!… ¡Creo que estoy muriendo, Padre!… ¡Me muero!… ¡Me muerooooooo!… ¡Ahhhhhh!


Con este último grito Clemente supo que la chiquilla acababa de entrar en un orgasmo continuo, y como si ese grito estuviera cargado de un poder indefinible, casi simultáneamente Clemente lanzó un bramido de toro enfurecido clavándose tan adentro de su víctima que hasta los testículos parecían querer entrar. La chiquilla sentía que su cerebro estallaba con luces multicolores al sentir fluir por sus entrañas la potente, caliente, y súper abundante venida del Padre Clemente. El buen padre estaba tan excitado que su descarga parecía estar batiendo todos sus records anteriores, haciendo a su compañera disfrutar de esa interminable venida de asno que se prolongó por espacio de casi un minuto.


Durante todo el tiempo que duró ese orgasmo simultaneo, Clemente se encontraba con los ojos en blanco, abrazado con fuerza al cuerpo de la frágil chiquilla, mugiendo como toro enfurecido, con su picante rostro clavado sobre la torneada y fina espalda de su víctima, mientras ejecutaba el reflejo de adentrarse cuanto podía, en un claro síntoma de que el buen padre había caído en un profundo éxtasis de lujuria. Tres meses de abstinencia habían circulado por el virginal conducto de su blanca víctima. Este era el ansiado desfogue que ponía fin a una interrumpida disciplina sacerdotal que este hombre practicaba con férrea voluntad, concentrado en el profundo deseo de conseguir los favores de una dama, hasta que está caía en su poder, y ni que decir de su joven víctima, cuyos aullidos y convulsiones, semejantes a estertores de muerte, daban fe de que ese hermoso y juvenil cuerpo, así como su cerebro, experimentaban las mismas bestiales emociones del buen padre, solo que multiplicadas por diez.


Al terminar, Clemente estaba completamente exhausto por la emoción, resollando, más bien bufando, el agitado y caliente aire de sus pulmones sobre la nuca de su víctima, con el característico ruido semejante a rebuznos que ella había escuchado cuando salían de la iglesia. Ambos quedaron como muertos, completamente inmóviles y por largo rato. El silencio de la noche solo era rasgado por la potente respiración de burro satisfecho que emitía ese terrible y negro sacerdote, y por los jadeantes y femeninos sollozos de su recién desflorada víctima.


Con sus cuatro extremidades extendidas bajo el pesado sacerdote, y tan dócil como inmóvil, la chica sentía las terribles emociones que experimentaba su cuerpo tras haberle servido de hembra con el culo al lujurioso sacerdote para que saciara en ella el bestial antojo que le había despertado desde que la vio en la iglesia caminando hacía la salida. El mínimo movimiento que el sacerdote hiciera le provocaba a la chica orgásmicos calambres que iniciaban como relámpagos desde el tronco de esa enorme verga que tenía clavada hasta la raíz, hasta alcanzar sus cuatro extremidades haciéndola gruñir de placer, mientras se mantenía con los parpados apretados y la frente clavada en la cama, emitiendo esa queja que luchaba por sofocar. Ahora la chica sentía que su apretado y virginal conducto, aún expandido por esa descomunal erección de burro emprimaverado, por fin había despertado al placer y se encontraba completamente habilitado para dar servicio a los machos.


Los tiempos de reposo se cumplieron, al cabo de los cuales el buen sacerdote volvió a tomar del cuello a la linda chiquilla sujetándola con ambas manos para decirle al oído:


— ¿Qué le pareció este inicio de noche de bodas, reina? — Preguntó Clemente. — ¿Le gusta estar casada con “Don Burro”?


Sin saber que contestar, la chiquilla solo se mantuvo con los ojos cerrados. En sus anteriores experiencias de simulación de acto sexual, el robusto y negro semental tailandés frotaba su entrepierna sin penetración hasta alcanzar la eyaculación, sintiendo como esta hacía un charco bajo su vientre, pero esta vez, atrapada bajo el peso del robusto sacerdote, sentía por primera vez esa venida en su interior, y era ese formidable espécimen apodado “el burro”, el que por fin la tenía bien garchada.


Enseguida la chica sintió como Clemente hacía algunos acomodos estirándola de la cintura hasta quedar ambos de rodillas, y mientras ella seguía unida a Clemente por ese apéndice de burro, con la cabeza clavada en la cama, y con sus rodillas bien separadas, pudo sentir como Clemente la estiraba de los antebrazos, elevándola hasta llevarla a la posición de “yegua con riendas”, mostrándola al aire como trofeo de caza.


Con los parpados apretados y mordiéndose su labio inferior, la chiquilla sabía muy bien lo que se proponía el lujurioso sacerdote, cuyas acciones no se hicieron esperar. Completamente inerte y sin oponer la mínima resistencia, la linda chiquilla sintió el rítmico golpeteo del regazo de ese sacerdote contra su trasero, como si galopara con ella controlándola hábilmente de las riendas, que en este caso eran sus brazos, hasta que de nuevo fue arrastrada al orgasmo por la monumental eyaculación del buen padre que la hizo lanzar un gruñido que la chica se esforzaba por sofocar en su garganta, hasta que tuvo que dejarlo escapar, gritando por la intensa y prolongada emoción que estallaba en su interior, al sentir esa lechada de burro que circulaba por sus entrañas, proporcionándole a su cuerpo las misma emociones que experimenta una hembra en celo cuando es preñada por el vigoroso y enardecido macho, que tras una larga y violentas lucha, finalmente logra vencerla para aparearse con ella.


No conforme con esta última entrega, el lujurioso sacerdote seguía manteniéndola en esa misma posición, con un control total de las riendas. Tras un breve descanso, el brutal sacerdote ahora la acomodaba en toda forma posible, llevando la cara de su víctima a visitar y tallar las cuatro esquinas y los cuatro lados de esa cama, hasta que convencido de que la tenía completamente domada, finalmente volvió a caer sobre ella aplastándola por completo para terminar en esa posición. El éxtasis en el que había caído la chiquilla era tal que su cuerpo temblaba como si tuviera frió, situación que el abusivo sacerdote aprovechó para abrazarla y mordisquearla, cual negro caníbal devorando a su blanca víctima.


En esos momentos, para el cerebro de la sensual chiquilla no había otro deseo ni otro interés que seguir sirviendo de hembra a ese burro sin riendas que no entendía razones, para que siguiera cumpliendo con ella su ansiada función reproductora, haciéndola sentir que con cada embestida perdía la virginidad de ese orificio una y otra vez.


Por su parte el cerebro de Clemente apenas operaba con un punto más que el de un retrasado mental, cuya única función era coger y coger, moviéndose con ansia loca tras la chica, que en esos momentos experimentaba con más fuerza que al principio la delicia de esos movimientos de burro encabronado, cuyas indescriptibles emociones la hacían quejarse como si estuviera siendo atormentada. La viciosa inercia con la que el degenerado sacerdote seguía aplicando esos vigorosos movimientos daba la impresión de que el buen padre se había convertido en una verdadera máquina de copular, hasta que todo volvió a terminar una vez más.


Tras esta primera ronda de cogidas, la chica sentía que había quedado completamente espermatorreada, el lujurioso sacerdote se le había venido cinco o seis veces en el culo, y ahora con los parpados apretados y arrastrando la frente en la cama, la chica tenía la sensación de que esa brutal abstinencia sacerdotal transformada en placentero desfogue genital, circulaba por todo su cuerpo como un estallido de placer que parecía no tener fin.


El prolongado descanso que Clemente estaba tomando de ninguna forma suspendía la recién nacida lividez de la jovencita, que seguía sintiendo la terrible excitación que le provocaba seguir aplastada por el tremendo peso de ese sacerdote y abierta por esa descomunal erección que no menguaba ni un ápice. Lechada tras lechada, el bestial tratamiento que ese bárbaro sacerdote le había aplicado, había terminado por despertar en ella toda la lujuria que su juvenil cuerpo era capaz de sentir. Los tremendos latidos del corazón de Clemente eran sentidos por ella a todo lo largo del excitado miembro de ese sacerdote que ahora yacía sobre ella con expresión de idiota satisfecho, pero luego de un rato, cuando parecía que todo había acabado, Clemente estiró sus brazos hacía abajo y tocando los muslos de la chiquilla con las manos empuñadas elevó sus brazos y dejó caer con fuerza un golpe doble en los hermosos muslos de la joven impactando con la parte del pulgar e índice. De inmediato se produjo en el cuerpo de la joven un reflejo con el que contorsionaba su cuerpo por la explosión de placer que esos golpes le habían provocado, elevando de nuevo su trasero como si quisiera cargar al sacerdote en vilo con esa sola parte de su cuerpo, hasta que volvió a caer aplastada por el peso de éste, luego poco a poco empezó a provocar ondulaciones con su cuerpo, tratando de mover al pesado sacerdote hasta que consiguió desplazarlo sobre su espalda como si éste se meciera suavemente sobre ella. Con el rostro perlado de sudor y la frente clavada en la cama, la chiquilla continuaba con esos frenéticos movimientos, hasta que logró alcanzar un máximo de perfección en su técnica, y a pesar de que el pesado sacerdote trataba de aplastarla en todo momento con su peso, ella continuaba moviéndolo sobre su espalda clavándose con fuerza al jadeante burro que parecía galopar sobre ella dejándose ir pesadamente con cada impulso de entrada. Quejándose con los sollozantes gemidos de la hembra excitada, en un momento dado la chiquilla parecía gruñir de placer, hasta que ambos gritaron de nuevo anunciando el exitoso y orgásmico desenlace de ese drama sensual. Esta vez Clemente había sido arrastrado al orgasmo casi por mandato de esa voluptuosa flor que ahora respiraba ruidosamente oxigenando con urgencia sus pulmones.


Corriendo un velo a los lujuriosos eventos de esa noche, a la mañana siguiente, ambos salían del sótano de esa iglesia, el buen padre abría la puerta y la jovencita envuelta en su capa cruzó la puerta dando pasos cortos mientras Clemente la tomaba de los hombros, como cuidándola para que no perdiera el equilibrio, lucía fatigada en extremo, pero su cara irradiaba la satisfacción de haber obtenido de ese negro y lujurioso sacerdote lo que tanto necesitaba su cuerpo. Estefanía la recibió con un fraternal abrazo y cruzaron algunas palabras en su idioma natal. Enseguida Estefanía soltó una femenina carcajada y luego la abrazó de nuevo besando la frente de la chiquilla, cuyo bello rostro aún conservaba un gesto de sufrimiento.


— Dice que se siente como burra recién preñada, y que está segura de que en nueve meses dará a luz una camada de burritos. — Le comunicó Estefanía al padre.


Ambos rieron con la ocurrencia de la chiquilla. Finalmente, las jóvenes se despidieron del sacerdote, no sin antes prometerle una segunda visita, pues Clemente fue muy insistente en que ese conducto que acababa de inaugurar, aún estaba demasiado apretado, y que se requerían por lo menos otros dos o tres tratamientos, aplicados claro con la milenaria sabiduría de los burros.


CAPÍITULO IX 


(Julia Delmont… 


(Hermosa flor que despiertas a la vida, juntos cruzaremos el pantano del placer y cabalgaremos hacia el paraíso de la carne. Unidos en alma mente y cuerpo permaneceremos hasta que las estrellas se apaguen y la madrugada extasiada; se bañe con el néctar de tu perfume de luna.)


Cielo Riveros tenía una amiga apenas un año menor que ella, sin embargo, ésta era ligeramente más alta que ella y muy delgada, pero con formas capaces de deleitar los ojos y cautivar el corazón de un artista por lo perfecto de su forma y lo exquisito de sus detalles, aunque de temperamento frío, en comparación con el ardiente y voluptuoso de Cielo Riveros, la chica no habla madurado lo bastante para entender los sentimientos pasionales, ni comprender los fuertes instintos que despierta el placer.


Julia era el nombre de su joven amiga, que parecía que estaba hecha para despertar el deseo del más insensible de los hombres, y para encantar con sus graciosos modales de aristócrata y su siempre placentera figura al más exigente adorador de Venus. Tanto por sus finos modos como por su descendencia familiar, sus compañeras de colegio la apodaban “La Francesita”.


Sin embargo, una sombra se cernía sobre el destino de esta joven dama, pues el sensual y vicioso cerebro de Clemente, no tardó mucho en concebir una acción cuya audacia e inquietud no sé qué haya sido nunca igualada. El buen padre se había percatado bien de la necesidad que la joven Julia tenía por conocer los misterios de la relación de pareja, y no dejaba pasar oportunidad alguna hablar de eso con la joven, cuando acudía a su confesionario para hacerle preguntas directas y pertinentes acerca de su comportamiento para con los demás, y de la conducta que ella despertaba entre los que observaban su cuerpo con tanta insistencia.


Disfrutar con la contemplación de la perfecta figura de Julia, y sentir los latentes fuegos de la lujuria que ella le despertaba, era el objetivo real del libidinoso sacerdote cada vez que su bella penitente asistía al confesionario, el cual estaba diseñado de tal forma que por una abertura en la parte baja lograba mirar las largas y perfectas piernas de esa chica que al sentarse con toda confianza, cruzaba sus piernas dejando expuesta la mejor visión a los ojos inyectados de lujuria del padre Clemente, de lo cual, su joven penitente no se daba cuenta.


Pero desde luego que Clemente no se iba a conformar tan solo con la contemplación del excitante cuerpo de la joven penitente, evidentemente estaba en espera de la oportunidad para encaminar las cosas hacia la satisfacción de un acto venéreo, pues como veremos más adelante, el lujurioso sacerdote ya la había adentrado en los lujuriosos juegos que él y sus compañeros sabían gastarle a las jóvenes penitentes que lograban acorralar, las cuales no se daban cuenta de las maliciosas y degeneradas intenciones de estos torvos sujetos, hasta que ya era muy tarde para escapar. Pero para lograr atraparla y deleitarse con la fornicación del cuerpo perfecto de esta chiquilla, Clemente necesitaba de la ayuda de sus compañeros, y desde luego, también de Cielo Riveros, y fue así como en su torcida mente, concibió las acciones que debían llevarse a cabo por medio del más indecoroso y repulsivo plan que jamás haya oído el lector.


A continuación, veremos cómo fue que Cielo Riveros llegó a enterarse de una experiencia de su amiga Julia, en la que el atrevido proceder del padre Clemente la había hecho caer en uno de sus lujuriosos juegos.


El buen padre contactó a Cielo Riveros para ponerla al tanto de sus deseos, y del infame plan que había elucubrado durante sus lujuriosas masturbaciones con las piernas de julia, el cual fue escuchado atentamente por Bella, y una vez que ésta entendió lo que iba a hacer, le dijo.


— Sé muy bien que la pequeña Julia no es insensible a sus instintos animales. — Le comentó Clemente a Cielo Riveros. — Me consta que ese diablito siente ya la comezón de la carne.


Clemente le comentó a Cielo Riveros que su miembro se enderezaba con la sola mención del nombre de la muchacha, también le contó que en días pasados había confesado a la esposa del señor Verbouc, y admitió jocosamente que ese día Julia lo había dejado tan caliente que durante la ceremonia en la que atendió a su tía, no había podido controlar sus manos al tocarla, ya que el simple jugueteo que su tía hacía estirando su labio inferior con los dedos, despertó en él ansías sensuales incontenibles, y le contó sobre la coqueta sonrisa de ella, cuando acercándose con el pretexto de darle un beso en la frente, oprimió su miembro erecto contra uno de sus brazos al atraerla para abrazarla “cariñosamente” mientras estaba sentada.


— Fue el beso más largo que he dado en la frente, parecía que teníamos imán, no podíamos despegarnos. — agregó Clemente. — Mientras me movía con suavidad procurando que nadie nos viera, tuve que hacer un gran esfuerzo para no sacármela y jalármela ahí mismo, frente a su rostro, y tras largo rato, al ver que no había rechazo, pude moverme un poquito remolineando y frotando, hasta que descaradamente pude sujetar con el puño mi erección envuelta por la sotana y oprimirla contra su brazo, alcanzando a tocar con la punta uno de sus senos hasta que no pude más y tuve que levantarla para llevarla hasta el interior de un confesionario, una vez adentro la senté, luego me la saqué y viendo que se quería levantar me abalancé sobre ella presionando su cuello con la verga bien parada obligándola a recargarse en la pared, hizo ademán de que luchaba pero yo no soy tonto y por su sonrisa sé muy bien que estaba gozando con esa lucha, finalmente la sometí y en cuanto dejó caer sus brazos como si se hubiera quedado sin fuerzas la sujeté del pelo y acaricié toda su cara y su cuello con esta verga de burro, al principio se hacía la difícil poniendo cara de tormento, pero luego de un rato terminó mamando como solo una profesional lo puede hacer, no te imaginas como le gusta tragar leche a tu tía, aguantó tres puñetas bien cargadas y todavía me la seguía exprimiendo.


— ¡La muy puta! — Exclamó Cielo Riveros. — No tiene usted idea de lo santurrona que es. Me gustaría verla bien ganchada. — Continuó diciendo. — Observaría con deleite la operación, usted rebuznando y esa hipócrita convertida en burra… ¡Quiero que le duela!


— ¡Dalo por hecho querida! — Comentó Clemente. — Yo me encargaré de eso a su debido tiempo. Conmigo solo hay dos cosas seguras: el dolor, y el placer.


El padre Clemente se despidió de Cielo Riveros dejándola en ese cuarto para atender a unos feligreses que llegaban a esa hora., enseguida Cielo Riveros preparó sus cosas para irse pero antes de salir hizo algunos arreglos a su persona frente al espejo de un ropero y mientras se arreglaba escuchó una juvenil risa tras un ropero seguida de las voces dos hombres, extrañada Cielo Riveros abrió la puerta del ropero y vio que al fondo había una abertura por donde se espiaba hacía el otro cuarto. Curiosa como era y con la inmejorable situación de que el padre Clemente atendía a su rebaño, Cielo Riveros se introdujo en el ropero y pudo ver las escenas del otro cuarto. Efectivamente ahí estaban dos sacerdotes de esa cofradía con los que ella no había tratado, uno de ellos era jorobado y feo como el personaje de la historia de “nuestra señora de París” y el otro que tampoco podía presumir de guapo tenía un rostro sombrío y malicioso como el del monje de los relatos de terror, ambos estaban de espaldas y con sus sotanas abiertas observando cierta actividad que realizaba una jovencita sentada en un banquillo acojinado y sin respaldo frente a un espejo de tocador, la chiquilla tenía desnudo el dorso hasta la cintura y se podía ver que tenía unos senos de muy buen ver, en realidad estaban tan bien formados como solo la cirugía estética lo hace posible. La chica se estaba maquillando la cara y tenía puesta una red en el pelo para aplanarlo, pero mientras se ocupaba de su maquillaje; los inquietos sacerdotes se mantenían con sus miembros pegados a esa femenina y bien formada espalda acariciándole los hombros y los brazos, luego la chica se puso una peluca rubia y mientras la aseguraba a su cabeza los padres le hacían caricias bajo los brazos con sus largos miembros alcanzándole los senos y el cuello, pero sonriendo coquetamente en todo momento por las travesuras de los padres la chica siguió con sus arreglos y cuando hubo terminado giró el banquillo donde estaba sentada haciendo ademán de preguntar si les agradaba. La imagen era sorprendente, había adoptado el “look” de esa famosa y sensual roquera rubia que es la masturbarte obsesión de todos los hombres, el maquillaje y la peluca para parecerse a ella no dejaba de provocar la admiración de los sacerdotes mientras hacía con sus labios y su lengua los mismos femeninos gestos que la roquera hacía. Finalmente y como aprobación; uno de los dos acercó su miembro a la cara de la chica buscando el contacto con sus labios; como si ese fuera el premio por la caracterización de la rubia más sensual, enseguida la chiquilla empezó a masturbar con su boca el excitado miembro de ese sacerdote al cual le hacía una puñeta oral tan furiosa que daba la impresión de que la jovencita estaba sedienta de semen, pero luego de un rato la chiquilla introdujo el miembro del sacerdote cada vez más forzando su garganta a abrirse hasta que lo tragó por completo llegando con su labios hasta la peluda y negra raíz, aquello fue demasiado para el buen padre que entregó su semen casi de inmediato, buena parte de la venida del excitado sacerdote fue tragada por la chica, y solo hasta que extrajo de su garganta el eyaculaste miembro; una breve muestra salía por sus labios rodando hasta su barbilla debido a la extrema presión y abundancia con la que los chorros de semen seguían saliendo sin parar. Una vez que terminó con el primer sacerdote la chica tomó un respiro, y como si no se conformara con una sola nieve; se arrodilló en el alfombrado piso frente al otro sacerdote para tomar ese miembro entre sus labios y repetir la misma operación la cual terminó también en tremenda lechada.


Lo que pasó enseguida, fue algo que parecía sacado de las historias con las que Cielo Riveros había identificado los personajes de ambos sacerdotes. La chica se puso de pie y como si ya conociera las diversiones de esos sacerdotes retrocedió un poco mientras “Cuasimodo” avanzaba amenazante, enseguida y con la velocidad de un relámpago éste se lanzó sobre ella tomándola del cuello con ambas manos en una inconfundible acción de estrangulamiento, la chica cayó de espaldas en un mueble sin oponer la mínima resistencia, atrapada contra ese mueble y sin soltarla del cuello el jorobado le aplico dos o tres besos en la boca mientras la chica se mantenía con los brazos extendidos a ambos lados, luego la levantó del mueble tomada siempre del cuello con ambas manos en clara actitud de estrangulamiento y la colocó contra la pared; y gruñendo con furia estiraba sus brazos hacía arriba tratando de levantarla del piso mientras ella estiraba sus pies parándose en las puntas de sus dedos, lo interesante de esto es que mientras el jorobado seguía con esa supuesta estrangulación la chiquilla no aportaba el menor movimiento de defensa que instintivamente debería ocurrir con tal acción, por el contrario; se mantenía con sus brazos caídos y sin fuerza.


. Fue entonces que Cielo Riveros cayó en la cuenta de que lo que realmente estaban haciendo era actuar; reproduciendo con ese episodio el pasaje del cuento en el que las víctimas condenadas al calabozo; después de un mes de probar la oscuridad y el abandono; según la ley si eran mujeres y bonitas; como única oportunidad para ganarse el indulto debían ser atormentadas por estrangulación durante un minuto por un jorobado y fornido verdugo sin que opusieran la mínima resistencia o de lo contrario regresarían al encierro perpetuo, en es forma “Cuasimodo” probaba la voluntad de sus víctimas llevándolas con toda crudeza por las cuatro esquinas y las cuatro paredes del cuarto de tormento como si fueran muñecas de trapo mientras un juez calificador con reloj de arena en mano; tranquilamente daba fe del buen comportamiento de la víctima, quedando a su criterio la acción a tomar, si ante la mínima defensa por parte de ésta la devolvía al calabozo o si ante las repetidas suplicas devolvía el minuto de arena en su reloj para reiniciar el tormento desde el principio.


En esa misma forma el jorobado sacerdote con un gruñido de fiera enfurecida continuaba sujetando a la chiquilla del cuello contra la pared; presionándola hacia arriba, pero a pesar de tratarse de un estrangulamiento falso; los estragos que la adrenalina hacía en ese femenino cuerpo se reflejaban en el enrojecido rostro de la víctima de ese brutal tratamiento al cual era sometida por ese fiero sacerdote que solo aflojaba el castigo momentáneamente para darle un furtivo beso en la boca a modo de respiro y después llevarla de nuevo a otro mueble o posición gruñendo furiosamente en todo momento mientras disfrutaba de la docilidad de su víctima.


. En cuanto el jorobado sacerdote terminó con su acto teatral, la chiquilla estaba tan mareada y excitada como si acabara de bajar de una montaña rusa, y sin darle un respiro; entre los dos la sujetaron con fuerza para darle cierto acomodo. El jorobado pasó su brazo alrededor de ese fino y largo cuello sujetándola con gran ferocidad, como si se tratara de una lucha cuerpo a cuerpo sin el menor miramiento cuidado o delicadeza por las frágiles y femeninas formas de las que seguía abusando sin piedad mientras el otro sacerdote se colocaba tras ella para penetrarla. Pero en ese momento Cielo Riveros escuchó que el padre Clemente despedía a sus visitantes y muy a su pesar tuvo que abandonar su escondite, lo último que Cielo Riveros vio por la abertura antes de salir fue que el sacerdote que se había colocado tras ella la tenía de rodillas en la alfombra; con las piernas bien separadas y en la posición de yegua con riendas; en esa posición el sacerdote se regodeaba a placer con los encantos de la chica dándole unas sacudidas espantosas con cada impacto de entrada. Por experiencia Cielo Riveros sabía muy bien que se trataba de un enculamiento, pero aplicado con toda la ferocidad y ventajas del macho enardecido cuando está en completa libertad de dar rienda suelta a sus bestiales instintos procurándose el máximo de placer. Una diadema de perlas tan transparentes y húmedas como el limpio rocío de la mañana coronaban la frente de esa chiquilla, al tiempo que un grito silencioso parecía escapar de su boca, como mudo testimonio de los relámpagos de placer que cruzaban por su mente cada vez que ese vigoroso sacerdote se clavaba con furia en su orificio. Luego el sacerdote hacía una pausa para estirarla de los brazos levantándola cuanto podía para mostrarla de frente como trofeo de caza, la preciosa delicada y sensual roquerita rubia ahora estaba bien ganchada; con el culo atravesado por no menos de ocho pulgadas de verga parada a reventar mientras se mantenía con los ojos cerrados; moviendo los labios temblorosamente como si pronunciara palabras sin sonido. Cielo Riveros pronto se dio cuenta de que la chiquilla gozaba con todas las acciones de los padres, pues a pesar de la rudeza con la que era tratada por sus brutales violadores; por la expresión de su rostro Cielo Riveros sabía muy bien que la chiquilla estaba disfrutando al máximo su papel de víctima. En ese momento Cielo Riveros tuvo que abandonar ese cuarto para irse. Una vez en el camino, Intrigada acerca de lo que había visto quiso pensar que se trataba de una chiquilla muy sensual; pero conociendo los degenerados apetitos de esos sacerdotes no estaba muy segura de lo que se trataba.


Tan pronto como al siguiente día, Cielo Riveros tuvo a bien platicar con su amiga Julia, y así dar inicio al diabólico plan del Padre Clemente, y a los sucesos que la joven Julia tuvo que enfrentar a manos del degenerado sacerdote.


— Y dime Julia, ¿qué es lo que querías contarme sobre el padre Clemente? — Preguntó Cielo Riveros a su amiga.


— No sé cómo empezar Cielo Riveros. — Es tan bochornoso. — Comentó Julia — Tú me conoces, yo no soy coqueta ni ando provocando, pero… sin duda debe ser este cuerpo, no sé qué es lo que ven en mí con tanta insistencia todos los hombres. Fíjate que se me ocurrió contarle en confesión al padre Clemente que la otra vez, cuando iba en el autobús al colegio, éste iba tan lleno que un señor se colocó a  mi espalda, y al poco rato empecé a sentir que se pegaba poco a poco, hasta que pude sentir como oprimía mi trasero contra su abultada “cosa”, pero luego vino lo peor, los dos que iban a mis costados, al percatarse de eso, despistadamente y con el pretexto de lo lleno que iba el autobús, consiguieron pegarse en cada una de mis caderas, en la misma forma que lo hacía el que iba a mi espalda.


— Y… ¿que te dijo el padre? — Preguntó Cielo Riveros excitada por la anécdota.


— Me preguntó que si me había gustado sentir a esos hombres pegados en mi cuerpo.


— ¿Y te gustó? — Preguntó Cielo Riveros una vez más.


— Claro que si. ¿Cómo podría ser de otro modo? Me hicieron sentir algo que nunca antes había sentido. — Contestó Julia.


— ¿Y se lo dijiste al padre? — Siguió preguntando Cielo Riveros.


— Le dije que no me obligara a contestar eso, pero el insistió, me dijo que era del todo necesario que me sincerara con él, hasta que después de mucho sufrir, terminé diciéndoselo.


— ¿Y que pasó después? — Preguntó Cielo Riveros


— Lo que siguió, fue la cosa más extraña que he vivido. — Continuó Julia con su relato. — Me dijo que esos hombres se habían excitado con la sola visión de mi cuerpo, en la misma forma que yo lo había sentido cuando me tocaron, y que no debía sentir vergüenza por eso, porque era parte de las funciones de mi cuerpo, y tras preguntarme en que día del periodo menstrual me encontraba, me dijo que estaba en plena ovulación, y que por eso me había sentido así en el autobús. Luego me dijo que esos hombres habían hecho una masturbación mental al estar en contacto conmigo, y cuando le pregunté que era exactamente eso, me dijo que necesitaba saber sobre la anatomía del hombre, y que era conveniente que pasara con él al recinto que está al fondo de la iglesia para poder explicarme ese tema… ¡Hay! Cielo Riveros, no sé si deba seguir con esto, porque mejor no lo dejamos para otro día.


— ¡Nooo! No te vayas a ir, cuéntame más Julia, no seas malita, quiero saberlo todo.


— Es que, siento tanta vergüenza por lo que pasó, y sobre todo por lo que yo sentí — Y por fin, empezó Julia a contarle de lleno todo a su amiga Cielo Riveros. — Pues verás, pasamos por un angosto pasadizo hacía el fondo, yo iba adelante y el tras de mí, y una vez que entramos hecho el cerrojo a la puerta diciendo que era para que nadie del servicio de limpieza nos fuera a interrumpir. Estando ahí, se acercó agresivamente hacía mí, y tuve que retroceder hasta que sentí la pared en mi espalda, entonces me sujetó de la cara y me dio un beso en la boca que me dejó paralizada, no sabía qué hacer, luego me agarró de los hombros y con sus manos moldeó mi cuerpo, comprobando que no llevaba sostén, y entonces me dijo que una mujer con senos tan perfectos y firmes no lo necesitaba, y de inmediato empezó a desabotonarme la blusa para descubrirme el dorso diciendo que tenía que ver la forma de esos senos. Te juro que no lo podía detener, yo estaba como hipnotizada, y al quitarme la blusa para lanzarla al piso, solo acerté a cubrirme los senos con las manos, pero el me separó las manos de mis senos para dejar mis brazos caídos a los lados. En esa ocasión llevaba un pantalón negro de tela muy delgada que me ajustaba apretadamente la forma del cuerpo, y al verme sin la blusa me tomó con sus manos de la cintura, apretándola como si quisiera estrangularla, y al comprobar que casi podía cerrar sus manotas como si fueran un cinto, me dijo que yo estaba, por así decirlo, excedida en belleza, que apenas podía creer que a los trece años tuviera tal desarrollo en el cuerpo. Luego me pidió que le dijera en qué forma se había pegado a mi cuerpo el hombre del autobús, y me di vuelta para quedar de espaldas a él, y entonces pude sentir que se desabrochaba la sotana pegándose a mi cuerpo tal como yo se lo había contado. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando vi sobresalir por debajo de mi entrepierna el miembro de ese sacerdote en completo estado de erección, traté de voltear para dar por terminada la visita, pero antes de que pudiera reaccionar, me abrazó de la cintura de un modo que me dejó sin habla. Traté de zafarme, pero abrazada como me tenía, empezó a lanzarme mordidas de cariño que se deslizaban por mis brazos hombros o espalda, y empeñada en esa lucha, sentía como si me defendiera de una serpiente que a cada paso me lanzaba esas mordidas, hasta que finalmente lo dejé que me acariciara cuanto quisiera con su inquieta boca. Como ya te imaginaras, estando desnuda de la cintura hacía arriba, la sensación de esas mordidas de serpiente me excitaban terriblemente, y como yo soy un poco más alta que él, sentía su picante rostro atrapándome con su boca en el cuello, la parte baja de la nuca, hombros brazos y espalda, mientras me encaminaba hacía una pared, donde estaba colgado un postercito de revista, con una guapa mujer semidesnuda y en insinuante pose, ahí él me dijo que ahora me mostraría como se hace una puñeta, me tomó de la mano y me hizo apresar la parte que sobresalía entre mis piernas, la cual era tremendamente larga, luego movió mi mano con un rítmico vaivén. La piel de ese dardo se movía por encima de su dureza, luego me dejó que lo hiciera yo sola mientras seguía dándome ordenes de cómo y qué tan rápido hacerlo, y en un momento dado, los movimientos a los que me obligaba los tuve que hacer tan rápidos, que saltó un chorro de semen que se estrelló contra el póster de papel, con tanta fuerza que se podía oír como golpeaba, chorro tras chorro, hasta completar un total de cinco o seis repeticiones que rodaban por la imagen de ese póster que se encontraba como a un metro de distancia frente a mí. La cantidad de semen expelida fue tal, que continuaba chorreando por la pared hasta alcanzar el piso, donde casi formó un charco, durante todo el acto, él se la pasó apretándome la cintura y besándome la espalda, una y otra vez, y cuando terminó esa demostración de su terrible potencia, sin soltarme del abrazo que daba a mi cintura, lo escuché decirme con su boca pegada entre mi nuca y mi cuello: “Acaba usted de hacerse una puñeta, preciosa”, “Ahora ya sabe lo que hacen sus admiradores cuando la recuerdan”. Y apretándome todavía más fuerte me dijo: “Aunque lo que realmente quieren hacerle es esto”, y entonces empezó a moverse tras de mí, como lo hacen los perros, frotando su miembro entre mis cerradas piernas con tanta violencia, que volvió a suceder lo mismo, solo que esta vez los chorros de semen volaron hasta pegarse en la pared cercana. Y una vez que terminó, me di cuenta de que por mis piernas también chorreaba su semen, y el blancor que había quedado estampado en mis muslos, resaltaba tremendamente sobre mi pantalón negro.


Tras el excitante relato Cielo Riveros casi se retorcía en la banca donde estaba sentada, imaginando todas las escenas que su amiga le había contado.


— ¿Y cómo lograste escapar, Julia? — Preguntó Cielo Riveros.


— No escapé, Cielo Riveros. — Contestó Julia. — El padre Clemente me dijo que todavía no estaba preparada para una acción más placentera, pero que iba a darme una tarea para que pudiéramos empezar con algo que nos permitiría unirnos sin arruinar la virginidad y con lo que ambos obtendríamos la misma satisfacción.


— ¿Y cuál fue esa tarea, Julia? — Preguntó Cielo Riveros.


— Debía introducir en mi cuerpo ciertos objetos de madera que el medio, eran tres, cada uno con un diámetro mayor, el primero era como de media pulgada, el segundo de pulgada, y así iba aumentando hasta pulgada y media, debía hacerlo cada noche hasta llegar al de mayor diámetro, pero ni este era tan grueso como el miembro que tuve bajo mi entrepierna.


— ¿Y pudiste con el tercero? — Preguntó Cielo Riveros.


— No, al principio no pude, pero no me di por vencida y busqué otros objetos de tamaño intermedio hasta que casi lo hice — Contestó Julia. — Pero luego traté de superar ese tamaño para aproximarme al del padre Clemente y no pude más. Esa es la razón por la que no he ido a verlo, tengo miedo, en verdad la tiene de burro, y cuando se mueve, sacude mi cuerpo como si fuera un terremoto, te imaginas lo que sería sentir esos movimientos con ese animalón clavado.


En ese momento Cielo Riveros estaba tan excitada por la inocencia del relato, que casi se olvida de dar el primer paso para poner a Julia en camino hacía un encuentro con el padre Clemente, y del cual, Julia no debía sospechar que era una trampa de la que no habría escape posible.


— ¡Julia! tengo una gran idea. — Le comentó Cielo Riveros. —  Porque no vienes a mi casa a pasar el festejo de este fin de octubre, puedes quedarte a dormir en mi cuarto, van a ir los padres de la iglesia… Pero no pongas esa cara, no te asustes, también estarán mis tíos, otra amiga y algunos vecinos, el padre Clemente no te podrá hacer nada, y tendrá que írsela a jalar a su iglesia.


Y al ver que no estaba muy convencida, se acercó al oído de Julia, como para decirle algo en secreto, y le comentó lo siguiente:


. — Durante la celebración, que siempre es junto a la alberca, mis tíos me dejan que me vista como yo quiera, si hubieras venido el año pasado, te hubieras divertido viendo como se le salían los ojos al padre Clemente viéndome nadar en una ajustada mini tanga y un antifaz. Te imaginas como se pondrá cuando te vea a ti disfrazada igual, te aseguro que nos vamos a divertir como nunca, cuando veamos que no puede ni caminar con esa cosa hinchada.


— No sé… Contestó Julia. —  Me agrada la idea, pero de algún modo sé que eso no está bien, creo que lo mejor es hacerlo entender que yo no puedo con eso que él quiere.


— Así lo haremos Julia, pero no me dejes sola, esta vez lo tenemos que hacer sufrir entre las dos. Luego platicaremos con él para decirle que se olvide de ti, o le llevaremos la queja al superior. ¿Qué dices Julia?, ¿pasó por ti en la tarde para que me ayudes con los preparativos?, no traigas disfraz, en casa tengo docenas, y todos son súper sexy, podrás probarte el que tú quieras.


Tal como acordaron, Cielo Riveros pasó por su amiga Julia durante la tarde, y una vez adentro de su casa Cielo Riveros, condujo a Julia para que viera su colección de disfraces, los cuales casualmente estaban en el sótano de la casa, adonde bajaron para ir al fondo del oscuro lugar, donde había un cuarto con una gruesa puerta de madera, en el interior le mostró el espejo, y todas las comodidades de un tocador, lavabo, y sanitario, donde se podrían arreglar, y cuando estaban empezando a divertirse, el señor Verbouc llamó a Cielo Riveros para que atendiera a los primeros invitados que llegaban a la casa, y tuvo que dejar sola a Julia por un momento.


Mientras tanto, Julia seleccionó del guardarropa lo que iba a ponerse, y entró a un tocador con un gran espejo, donde se probó una peluca rubia, luego se puso unas pantimedias con aberturas en combinación con unas zapatillas de tacón alto pues estaba ansiosa por disfrazarse de ramera para hacer aullar al buen sacerdote, según la idea de Cielo Riveros, y durante un rato, admiro su fino y escultural cuerpo en el espejo, e hizo varias poses como las que hacen las modelos en una pasarela, y cuando estaba por probarse una minifalda de fantasía con tela de imitación piel de tigre, le pareció escuchar que Cielo Riveros regresaba para reunirse con ella, pero la puerta del cuarto se cerró y pudo oír una tabla deslizándose en la puerta.


— ¿Qué te parece este, Cielo Riveros?, ¿Crees que con esto me vea sexy? —Preguntó Julia.


Al no recibir respuesta, volvió a preguntar.


— Cielo Riveros, ¿Estás ahí?


Pero de pronto, la iluminación bajó, quedando iluminado el cuarto con una mortecina luz azul, y dejando la minifalda sobre el baúl, Julia se dirigió a la entrada del cuarto, con el dorso desnudo, ataviada tan solo con la exquisita pantimedia con aberturas y la peluca rubia, pero al llegar a la entrada, con la tenue luz de penumbra que había, vio la puerta cerrada y asegurada a la antigua usanza, con un tremendo tablón de madera, tan enorme y pesado, que era imposible que hubiera sido Cielo Riveros quien asegurara la puerta en esa forma.


Un escalofrío recorrió su cuerpo desde la nuca hasta los pies, al intuir que algo terrible estaba pasando, Julia reflejaba el pánico en su rostro, cuyas perfiladas facciones por un momento la hicieron lucir como rata asustada. Con la boca abierta y los ojos desorbitados, Julia golpeó la puerta con ambas manos.


— ¡Cielo Riveros! Déjame salir, por favor, esta broma no me gusta.


Pero de pronto, Julia hizo silencio al oír que una cortina se movía tras ella, y sin atreverse a voltear, una lágrima rodó por una de sus mejillas al sentir unas pesadas pisadas que avanzaban hacia ella, mientras escuchaba una agitada respiración que vagamente se asemejaba a un insistente rebuzno.


Con una expresión de llanto, colocó su frente en la puerta, y esperó en silencio mientras rogaba al cielo que todo fuera una broma de su amiga Cielo Riveros. Si era quien ella creía que era, no habría escape posible.


— ¿Hizo usted la tarea que le pedí, jovencita? — Le preguntó una cavernosa y gruesa voz.


Su cuerpo tembló y el llanto afloró en su angustiado rostro, al escuchar esa ronca y excitada voz que le era inconfundible.


— ¡Si padrecito! Si la hice — Contestó llorando Julia. — Pero al final, no pude con algo tan grande como lo suyo.


— ¡Claro que no, hija mía! — Respondió Clemente. — Completar la abertura de tu encantadora anatomía, es un privilegio que solo me está reservado a mí. Pero quería que sintieras por anticipado lo mucho que vas a sufrir cuando te abra el culo con esta verga de burro, aunque al final, gozarás cuando este burro, completamente instalado en tu interior, pueda por fin fornicar libremente con ese apretado y virginal orificio, al que ya tuviste la amabilidad de preparármelo para que todo sea más cómodo.


Poco a poco la chica sintió acercarse a su espalda el flagelo de esa respiración, y el estirón que la atrapaba para llevársela al fondo de ese cuarto, no se hizo esperar, y a pesar de que sabía bien que nada se podía hacer, volvió a golpear la puerta con ambas manos gritando.


— ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡ Cielo Riveros! ¡Abre la puerta por favor! — Gritaba Julia.


Y tratando de zafarse con el miembro de Clemente pegado en una de sus caderas mientras la estiraba de la cintura, Julia volvió a sentir la lluvia de mordidas que ya conocía.


Pero en ese momento Cielo Riveros acudía a su llamado desde el otro lado de la puerta.


— ¿Qué te pasa Julia? ¿Porque gritas así? — Preguntó Cielo Riveros.


— ¡Me tiene atrapada, Cielo Riveros! ¡Abre por favor! — Continuaba gritando Julia.


— ¡No puedo Julia, está trabada por dentro! — Contestó Cielo Riveros. — ¡Suéltela!, o iré por el padre superior, que acaba de llegar.


— ¡Ve por él Cielo Riveros! — Gritaba Julia. — ¡Pero apúrate! por lo que más quieras.


En su lucha por soltarse, Julia atoró una de sus zapatillas y cayó de cara en la acojinada alfombra con el pesado sacerdote sobre ella, imposibilitada para defenderse debido al repentino placer que de pronto experimentó con la sensación del robusto cuerpo del sacerdote sobre ella, en conjunto con el férreo abrazo que éste le daba a su cintura. Sin embargo, Julia continuaba haciendo débiles movimientos con los que parecía tratar de alcanzar la puerta con una de sus manos sin ningún éxito, pues el excitado sacerdote la apretaba y le mordía cariñosamente la espalda excitándola todavía más de lo que ya estaba.


Derrumbada y sin voluntad, Julia abandono todo intento de escape quedando a merced de los caprichos del degenerado sacerdote que por fin la había atrapado, y sin más preámbulos y tras unos cuantos acomodos, en menos de un minuto la dura punta del miembro de Clemente, había quedado clavada con la última de varias arremetidas iniciándose una frenética lucha por adentrarse en un avance cada vez más difícil, el cual la joven soportaba inmóvil, con el rostro sudoroso, y la frente clavada en la alfombra, anestesiada por la intensa excitación que le producía el entusiasmo del tenaz sacerdote, que no se rendía ante ningún obstáculo, empujando cada vez más y más. En ese momento Julia se daba cuenta de lo valiosos que habían sido los ejercicios previos de abertura que había hecho como tarea.


Mugido tras mugido, seguido cada uno de las dolorosas quejas de la víctima, por fin se escucharon los rebuznos de victoria que anunciaban la completa posesión del ansiado trofeo que ahora ostentaba Clemente, como apretada medalla en el tronco de su enorme verga.


Casi enseguida Clemente empezó a restregarse contra la fina entrada que estaba en su poder, mientras la chica con los parpados apretados y arrastrando su rostro en la alfombra, forzada por el dolor, cambiaba continuamente de postura su cabeza, haciendo mil gestos de resignada angustia en espera de los inevitables movimientos con los que el macho se da placer, los cuales sin duda iban a ser igual de bestiales que los que habían sacudido todo su hermoso cuerpo cuando el buen padre le mostró como eran los movimientos copulatorios, con la diferencia de que esta vez lo haría con esa enorme verga de burro alojada tan profundamente en el interior de sus entrañas, que podía sentir como su lampiña entrada era limada por dentro con la mata de encrespado pelambre de ese nervudo y grueso tronco raíz.


No pasó mucho tiempo antes de que todo el mobiliario de ese cuarto empezara a crujir como consecuencia de las salvajes embestidas con las que el padre Clemente sacudía el hermoso cuerpo de Julia, la cual permanecía en un estado tal de inmovilidad, que su único signo de vida era una continua y sollozante queja que acompañaba cada una de las sacudidas del excitado sacerdote. Y sin poder contenerse ante el conjuro de su propia lujuria, Julia pronto terminó por entregarse a la más desenfrenada sensualidad, con gran deleite de su parte, y mientras la chica disfrutaba lo indecible sintiendo los ansiosos movimientos del lujurioso sacerdote, la violencia de los mismos iba en aumento, la saliva empezaba a caer de los labios de Clemente, cuyo congestionado y contraído rostro evidenciaba la espantosa lujuria que estaba siendo complacida con esos movimientos, hasta que de pronto, el gran bruto enterró su rapada y picante cabeza entre la nuca y la espalda de la jovencita, e hizo un postrer esfuerzo por adentrarse en ella todavía más de lo que ya estaba, impulsándose hacia adelante con los dedos de los pies clavados en la alfombra. En se momento, Julia sintió como si la vida escapara de su cuerpo, cuando un bramido como de bestia salvaje escapó del ronco pecho de Clemente, anunciando la descarga de su eyaculación.


Completamente inmovilizada y con los parpados apretados, Julia sentía en sus entrañas la potencia de los furiosos y calientes chorros de semen disparándose con toda violencia en su interior, la cantidad de semen que ingresaba a su cuerpo cubría por completo todas las ansiedades del apetito carnal que ese libidinoso sacerdote había despertado en ella, provocándole una satisfacción de la que no tenía idea.


. Durante, y aún después de que concluyó la bestial eyaculación de Clemente, la excitada muchacha difícilmente podía contener sus gritos de placer, al sentirse arrastrada por el poderoso orgasmo que le inducía la venida del lujurioso sacerdote, cuyo velludo pecho pegado a su espalda, la hacía sentir la vibración de los poderosos rugidos de bestia satisfecha que seguía haciendo sobre ella. Y como si los femeninos gritos de gozo fueran la señal, la puerta que supuestamente estaba asegurada, se abrió dejándose ver las siluetas de los dos eclesiásticos de la sacristía acompañados del señor Verbouc, quien de inmediato encendió la luz iluminando de lleno a la pareja. Al parecer la puerta siempre estuvo abierta, y el tablón de seguridad que tanto impresionó a Julia, solo era un montaje postizo de fantasía. Sin embargo, con los ojos cerrados, y excitada sobremanera como se encontraba, la jovencita no se había dado cuenta de que la puerta se había abierto y de que la luz estaba encendida, cuando en ese preciso momento alcanzaba con sus labios el rostro del gran bruto, cubriéndolo de sensuales caricias de agradecimiento que hacía con su lengua. Bajo tal nivel de satisfacción y complacencia, como en el que ahora se encontraba Julia, la fealdad del excitado y sudoroso rostro de Clemente, incrementaba las sensaciones libidinosas en las cuales ella estaba atrapada. Y como si se tratara de una bien estudiada coreografía, los recién llegados rodearon a la pareja que se encontraba en el piso para ponerlos de pie.


Enseguida conoceremos a detalle todo aquello en lo que tanto el padre Ambrosio como el superior, eran expertos: hacer caer todo el peso de la culpa sobre la víctima, cuyo autoritario enojo estaba encaminado a hacerla creer que ese acto había sido la consecuencia de las provocaciones que ella había hecho sobre el padre Clemente.


— Te das cuenta muchacha irresponsable, que todo esto no es sino la consecuencia de haberte vestido en esa forma para provocar a este buen sacerdote, tal como me lo ha confesado Cielo Riveros mientras veníamos por el camino. — Le reprochó Ambrosio.


— ¡Pero padre!… yo. — Apenas empezaba Julia a balbucear una respuesta cuando.


— ¡Silencio! Pillita. — La interrumpió el superior, apuntándole con índice de fuego al rostro. — No niegues que estabas gozando cuando te encontramos con este bruto sobre tu espalda. Al oír tus gritos de placer prohibido, rogamos al cielo que, al abrir la puerta, no viéramos la desastrosa escena en la que te encontramos.


— ¡Abominable! Por completo, Julia. — Dijo el señor Verbouc sumándose a los eclesiásticos, mientras Cielo Riveros se mantenía tras él fingiendo estar muerta de miedo. — ¿Cómo has podido… caer al nivel de una provocadora? — Dicho esto Verbouc se volvió hacía su sobrina diciéndole: — ¡Y tu Cielo Riveros! como ha sido posible que permitas que esta chica provocara con su cuerpo los instintos animales de este buen sacerdote.


— Un momento Verbouc  — Interrumpió el superior. —  Cielo Riveros puede ser culpable de sugerir algo, pero quien finalmente decidió hacerlo a sido Julia, que es sobre quien recae mi más enérgica condena, y mi máximo reclamo. — Sentenció el superior. — ¡Y esto Jovencita!, es un desacato al orden moral que nuestra santa madre iglesia exige que debe ser reparado con la única y perfecta unión admitida: ¡El Matrimonio!


— ¡Pero Claro que si! — Agregó Verbouc en un tono tan enérgico que su rostro estaba enrojecido por una excitación bien disfrazada de enojo. — ¡Esa ceremonia debe efectuarse cuanto antes señores sacerdotes!


Y volviéndose a Julia Verbouc le dijo:


— Julia, no tengo más remedio que ir en este preciso momento por tu padre, el señor Delmont, que según sé, acaba de llegar de un largo viaje, para informarle sobre este bochornoso asunto, y decirle que tú, su única hija, debe convertirse cuanto antes en la esposa de este buen sacerdote, quien, como daño agregado, deberá abandonar su carrera eclesiástica, para dedicarse de lleno a ser tu pareja, hasta que la muerte los separe.


— Bien dicho, señor Verbouc. — Dijo el superior. — vaya usted por el padre de Julia, y démosle una salida digna a este feo y penoso asunto cuanto antes.


Apenas hizo Verbouc ademán de que daría la vuelta para encaminar sus pasos hacía la casa de Julia, ésta se lanzó de rodillas a sus pies sujetándolo de las piernas.


— ¡Nooo! ¡Por favor!, que no se entere mi padre de esto, piedad señor Verbouc, piedad padrecitos, denme otra oportunidad, denme otra penitencia, haré lo que sea… lo que sea. — Decía Julia sollozando con el rostro clavado en el pantalón del señor Verbouc.


— Lo lamento Julia. — Contestó Verbouc. — Pero esto debe saberlo tu padre, y posteriormente todas nuestras amistades, vecinos, maestros y compañeros de tu escuela. Además, como todo buen ciudadano, tu padre deberá hacer una publicación en la página social de todos los periódicos, y cuando los reporteros y periodistas nos pregunten por las causales de esta unión, en honor a la verdad, no tendremos más remedio que contarles los vergonzosos hechos de los cuales hemos sido testigos.


Deshaciéndose en llanto Julia rogaba, pero esta vez con tanta vehemencia, que el superior colocó su mano sobre la cabeza de la atormentada chica.


— Padre Ambrosio. — Dijo el superior. — Usted que es un docto en materia teológica, ¿sabe si nuestra santa madre iglesia contempla alguna otra opción que impida este tipo de matrimonio?


— Solo hay una, su ilustrísima. — Contestó Ambrosio. — La llamada “Matrimonio por una Noche”, que es aquella en la que la pareja se libra del matrimonio permanente, si se lleva a cabo la ceremonia nupcial, y durante una noche completa cohabitan como pareja, haciendo el acto venéreo natural, y teniendo como testigo al padre de la novia, un amigo de la familia y por lo menos un eclesiástico. Pero como ven, ni eso la libra de ser entregada en ceremonia nupcial por su padre o tutor, amén de que, en este caso especial, deberá ser el propio padre el testigo de la consumación del acto.


De nuevo la incipiente luz de esperanza que había para que Julia se librara de casarse con ese sátiro, se esfumaba, sabiendo que en esa forma su padre tendría que ser testigo de cómo la desvirgaría frente a él. Pero en ese momento interrumpió Verbouc para decir.


— Padre Ambrosio, yo soy padrino de Julia, ¿Eso me convierte en tutor o padre sustituto?


Tras un prolongado y angustiante silencio en el que los dos sacerdotes intercambiaron miradas, Ambrosio sacó de su morral un libro de liturgia religiosa y hojeándolo con atención le contestó.


— Señor Verbouc, no encuentro ninguna referencia que acredite a un padrino para hacer las veces de padre durante este tipo de ceremonia, pero tampoco encuentro lo contrario como prohibición.


En ese momento hizo su entrada el superior, con su as bajo la manga:


— Pues bien Ambrosio, como tu bien sabes, lo que no está expresamente prohibido, puede ser permitido, siempre que todos estemos de acuerdo, y si se trata de librar a Julia de un matrimonio de por vida, y de que todo se mantenga en secreto para evitarle esta vergüenza a la familia Delmont. Yo doy mi voto para que el señor Verbouc sea el representante del padre.


— Estoy de acuerdo. — Dijo Ambrosio.


— Naturalmente yo también. — Dijo Verbouc.


— ¿Y tu Clemente… estás de acuerdo?  — Preguntó el superior. — Solo de ti depende que todo se cumpla en esa forma, para librar a Julia de un matrimonio de por vida, y de que su padre se entere de la vergonzosa forma en que te provocó para realizar un acto innombrable.


Todo el ambiente había sido manejado de tal forma que, a estas alturas del evento, Julia estaba verdaderamente angustiada, y esperaba con ansiedad que se cumplieran las condiciones propuestas, cuando con la sotana abierta, y exponiendo la vista completa de su semi erecto pene, Clemente se acercó a Julia, que aún estaba arrodillada a los pies de Verbouc, quien a un gesto suyo le ordenó que se pusiera de pie. Y una vez frente a ella, Clemente con una sonrisa maliciosa la tomó del rostro con ambas manos, y mientras está se cubría los senos con las manos le dijo:


. — ¡De ninguna manera!, Simplemente no estoy de acuerdo. — Declaró Clemente. —Yo quiero a esta criaturita conmigo de por vida, para seguirla haciendo pagar por su provocación, copulando con ella todos los días en la misma forma en que nos encontraron al abrir la puerta, y que su padre y el mundo entero sepan que es mía, que sepan también porque es mía, y sobre todo, en que forma la haré mía cada día de su vida.


Con esas palabras, Julia sentía como si el mundo entero se derrumbara sobre ella, pero Clemente continuó acariciando el angustiado rostro de la chica mientras aclaraba su idea.


— ¡Sin embargo! — Agregó Clemente — Totalmente en contra de mi voluntad… daré mi voto para que esta niña conserve en secreto nuestra unión de una sola noche, y sea el señor Verbouc el representante de su padre.


En ese momento, Julia empezó a llorar y a reír al mismo tiempo al escuchar que la votación estaba completa, lo que significaba la absolución que la liberaría del castigo de quedar unida de por vida a los degenerados deseos de ese sacerdote, así como del tormento de verse delatada ante su padre y ante el mundo por todos los ahí presentes, hasta que el superior Interrumpió enfurecido.


— ¡Silencio pequeña pecadora! — Y apuntándole con índice de fuego al rostro le dijo. — ¡Borra de tu cara esa sonrisa de felicidad!, que no veo en todo esto ningún motivo para alegrarse, este esfuerzo lo hago por evitarle a tu padre una vergüenza sin nombre, pero si por mi fuera, te negaría ese voto… y corrijo lo dicho, aún puedo negarte ese voto.


Mordiéndose la lengua como podía, Julia controló sus reacciones y se mantuvo callada esperando no hacer enojar a nadie más.


Y con un estirón en sus manos, el superior le indicó que bajara los brazos para dejar al descubierto sus hermosos senos, diciéndole.


— ¡Y deja de cubrirte los senos Julia!, que parte de tu penitencia actual será dejar al descubierto las partes pudendas de tu cuerpo, tal como valientemente lo hace Clemente, cuyo miembro aun resiente los efectos de tu provocación.


. Y efectivamente, mientras Julia permanecía con los brazos caídos y la vista clavada hacía abajo, veía como el terrible miembro del padre Clemente parecía inflarse con tan solo tocarla en el rostro, pero como curiosa coincidencia, ella también sentía como las puntas de sus pezones brincaban por una presión interna que manifestaba la excitación que le provocaba el contacto de esas manos en su rostro, que amenazaban con atraerla cada vez más hacía el rostro de ese terrible sacerdote. Y sin poder cubrir esos pezones que la delataban, Julia se resistía a la presión que Clemente hacía con sus manos para acercarla a su rostro, dando como resultado que sus pezones se inflamaran cada vez más a causa de la excitación de resistirse, hasta que el superior intervino con un gesto de desaprobación.


— ¡Ya Basta por favor!… Sepárense que me enferman. — Ordenó el superior, mientras Julia con su cara roja de vergüenza, y los pezones hinchados a reventar, permanecía con los brazos caídos y la respiración agitada, escuchando el regaño del superior. — Julia, debes entender que esas manifestaciones de atracción con las que aún subyugas la voluntad de este santo varón, son del todo ilícitas, y solo te serán permitidas hasta que sea consumada la ceremonia nupcial, sacramento tras el cual podrás dar rienda suelta a ese diablito que te inflama los pezones y humedece tu sexo. Cielo Riveros, prepara a tu amiga Julia para que vista lo adecuado, que la ceremonia va a empezar tan pronto regreses con ella.


Enseguida Cielo Riveros tomó a Julia para conducirla adentro de la bodega donde tenía sus disfraces, cerró la puerta y la llevó hasta el servicio sanitario, al cual Julia corrió con urgencia para desfogar el casi medio litro de semen que Clemente le había inyectado con esa venida de toro en brama, luego fue conducida por Cielo Riveros a la ducha para que se diera un relajante baño en todo su cuerpo, y frotara cremas suavizantes sobre su piel.


— Julia no sabes cómo me golpeo mi tío antes de que abriéramos la puerta. — Dijo Cielo Riveros. — Al principio no me creía, hasta que no me dejó más remedio que decirle la verdad, a él y a los padres, que no encontraban explicación para la conducta del padre Clemente, creyendo que todo era una broma mía.


— Cielo Riveros, no sé qué me pasa. — Comentó Julia. — Odio haberme unido a ese asno, pero cuando me capturó aquí adentro y me tumbó en el piso, por más que quise no pude defenderme.


— Lo se Julia — Le contestó Cielo Riveros. — No debes culparte por eso, él es más fuerte que tú, y nunca lo hubieras podido evitar.


— ¡No Cielo Riveros!… No me entiendes, cuando lo tuve encima de mí, estaba tan excitada por su agresiva conducta, que prácticamente lo dejé que me hiciera suya. Me abrazó de un modo que me hizo caer en un estado de docilidad en el que le permití todo lo que quisiera. Y cuando me tomó del rostro frente a todos, ¿viste lo que pasó con mis senos? Creo que tu tío y los padres tienen razón… Soy una puta bien hecha, a la que no deberían perdonar.


— No digas eso Julia, ya verás que tras la ceremonia nupcial todos nos sentiremos mejor, y solo tendrás que aguantar a ese burro por una noche… solo una noche, y todo volverá a ser como antes. — Y oprimiéndole la cintura con ambas manos, Cielo Riveros le dijo. — No importa lo que te haya apretado ese asno, no puede dañarte, recuerda que ambas somos gimnastas, y nuestro abdomen es duro como una roca.


Acto seguido, Cielo Riveros buscó entre sus disfraces de fiesta uno de “Sexy Novia” que apenas cubría el hermoso cuerpo de Julia incluyendo un arreglo atado al pelo, muy semejante al velo de una novia. Y una vez terminados los arreglos, se presentaron ante el grupo.


— Bien, Verbouc, haga los honores por favor. — Dijo el superior.


Enseguida, Verbouc enlazó en su brazo el de Julia, y entró con ella, mientras Clemente con la sotana aún abierta, y con su miembro bien descollado en posición de descanso, esperaba junto al superior la entrega de la novia. Y al llegar a ellos, tras la larga letanía de las bodas, llegó la pregunta principal:


— Tu Clemente Rosas, ¿aceptas por esposa durante esta noche a la señorita Julia Delmont para hacerla gozar en toda forma posible y hasta el amanecer?


— Si, Acepto. — Contestó Clemente.


— Y tu Julia Delmont. ¿Aceptas por esposo durante esta noche a este burro sin riendas que solo piensa en coger y coger, y cuyo nombre de pila es Clemente Rosas, para cumplir con todos sus deseos caprichos y fantasías, durante toda la noche y hasta el amanecer?


Con una voz tan apagada que apenas se oía, y un gesto de sufrimiento con el que parecía que en cualquier momento rompería en llanto, Julia contestó:


—….Si…A…Acepto.


— Pues Bien. — Dijo el superior. — Dado que no hay ningún impedimento para que esta unión se realice en los términos que ordena nuestra santa madre iglesia, yo los declaro marido y mujer por el resto de esta noche, y hasta que el amanecer los separe.


Y tras el cierre de la ceremonia, el superior cerró su libro, y mencionó la esperada frase.


— ¡Puede besar a la novia!


Entonces Clemente giró volteando hacía Julia con una torva y lujuriosa mirada que la hizo retroceder mirando hacia abajo, con la vista clavada en el enorme miembro de ese sacerdote que empezaba a erectarse de nuevo. Clemente no había avanzado ni siquiera un par de pasos, cuando enseguida se lanzó sobre ella con un gruñido de fiera enardecida, haciéndola caer en una improvisada cama que Ambrosio y el señor Verbouc habían preparado tras ella mientras se efectuaba la ceremonia, aplicándole como era su costumbre, furiosos besos en la boca, como si quisiera respirar el aire de sus pulmones, sin embargo, Julia no oponía la mínima resistencia, en ese momento parecía una muñeca de trapo, dispuesta a cumplir con su compromiso de “Una Sola Noche”, sacrificio a través del cual se libraría de ese sátiro degenerado, obtendría el perdón de todos, y su secreto quedaría bien guardado.


Los broches de presión con los que el vestido de “Sexy Novia” cerraba su delineada silueta, fueron fácilmente abiertos por el forcejeo con el que era besuqueada por Clemente, y cuando parecía que por fin daba un respiro a su víctima, Clemente se colocó sobre ella apuntalando la hinchadísima y dura punta de su miembro para empezar a forzar la virginal entrada del sexo de la jovencita. En ese momento Julia estaba rodeada por los dos clérigos que recostados en la cabecera de la cama contemplaban le escena, como en una orgía romana, en tanto que Verbouc se colocó tras las piernas de los combatientes, con su cara muy cerca de la virginal área, para dar fe del cabal desvirga miento de su ahijada, y empujón tras empujón, al ver que la penetración no tenía éxito, llegó un momento en que Verbouc Intervino diciéndole algo a clemente en su oído. Enseguida Clemente se hizo a un lado, y Julia respiró aliviada creyendo que su padrino la estaba salvando, pero Verbouc colocó su rostro sobre el vientre de Julia y empezó a besar y acariciar con su lengua desde el ombligo camino hacia abajo, hasta que la jovencita tomó la cabeza de Verbouc con ambas manos para separarlo de ella.


— ¡Padrino! …! ¡Padrinito!… — Balbuceaba Julia jadeante por la emoción. — No me dirá que va a… No, eso no, por favor, usted no.


En seguida Verbouc levantó su rostro diciéndole.


— Es mi deber suavizar esta lampiña entrada de tu sexo niña, solo en esta forma obtendrás la dilatación y la lubricación que se requiere para que este buen sacerdote cumpla con sus deberes maritales de esta noche, sin que seas lastimada por su enorme verga, pero si lo prefieres, retiraré el voto que te di, e iré por tu padre para que sea él quien se encargue de esta misma labor.


Dejando caer su rostro hacía atrás en expresión de llanto, Julia comprendió que no tenía salida, y que, si quería librarse pronto de ese embrollo, debía dejar que las cosas continuaran tal como ellos lo habían decidido, so pena de enfrentar una vergüenza mayor.


Y sin más interrupciones Verbouc se dio a la feliz tarea de “suavizar” a su ahijada, aplicando su lengua de arriba abajo, delineando la forma del clítoris, mientras Julia sujetada por Ambrosio y el superior, parecía sufrir estertores de muerte, y no pasó mucho tiempo, hasta que el néctar virginal de Julia empezó a fluir por los labios de Verbouc, quien sabiamente lo desparramó con su lengua alrededor de la lampiña entrada, e incorporándose sobre ella, aún conservando en los labios las virginales muestras de lujuria que habían sido arrancadas del cuerpo de Julia, le dijo a Clemente.


— Continúe usted con sus deberes padre.


Casi enseguida Clemente volvió a apuntalarse en la entrada de Julia, consiguiendo esta vez penetrar con éxito la punta de su inflamado dardo de amor. Y sujetada por los dos sacerdotes de la cabecera, la dulce chiquilla sintió como en un sueño, empujón tras empujón, la forzada entrada del miembro de Clemente, hasta que por fin lo tuvo completo y hasta la raíz.


Los movimientos que ya conocía, no se hicieron esperar, y bien pronto el sacerdote aceleró los trabajos de apareamiento, con poderosas y rítmicas embestidas, aferrándose a la tierna figura que yacía bajo él. Luego la apretó con un poderoso abrazo, e impulsándose hacia delante, de nuevo la jovencita sintió una venida de toro en celo que se dejaba sentir a todo lo largo de ese anchuroso miembro, descargando su calor tan adentro de ella que sentía como los chorros de esa bestial eyaculación se estrellaban uno tras otro en su matriz.


El acto principal por fin había sido consumado, y Clemente permaneció sobre su víctima, con su miembro tan erecto como cuando empezó la faena, resoplando su respiración con rebuznantes mugidos, mientras entre todos cubrían a la pareja con una gruesa sabana que los protegería del frío de la noche, apagaron las luces y se trasladaron a otro cuarto, donde Bella los esperaba ataviada en un delicioso y ajustado vestido negro, estilo minifalda, para darles una recompensa a los participantes, por la exitosa actuación, que bien merecía un óscar, si fuera llevada a la pantalla.


No hace falta decir que mientras Cielo Riveros deleitaba a los presentes con un exquisito baile erótico, los gritos de Clemente y Julia de vez en cuando eran escuchados por el grupo que reía a carcajadas aplaudiendo el vigor de Clemente que no paraba de hacer gozar a gritos a la joven Julia.


Desde luego que el platillo principal de esa noche era la joven Julia, que en ese momento se encontraba “cocinándose” según receta del experto chef que era Clemente, y a la cual esperarían pacientemente mientras se deleitaban con la contemplación de la sobrina del señor Verbouc, admirándola tanto como el como anfitrión de la fiesta se los permitiera.


Haciendo las veces de una mesera de lujo, Cielo Riveros repartía vasitos del más caro y fino vino, y algunos suculentos bocadillos, para luego sentarse en medio de los dos sacerdotes dándoles el preciado manjar que era su compañía, sin embargo, en cuanto el señor Verbouc fue al baño que se encontraba al fondo de la bodega, cayó sobre ella una lluvia de lujuriosas caricias que eran recibidas con una coqueta risita de placer mientras de defendía como podía.


Cielo Riveros que en todo momento daba la impresión de ser una muchacha inocente y recatada frente a su tío, de repente se transformaba, y con verdadera pasión, besaba la mano del superior introduciendo el dedo índice en su boca, al tiempo que Ambrosio metía su mano bajo la falda.


— ¡No!… Mi tío dice que no debo consentir que nadie me toque ahí, así que estese quieto señor sacerdote. — Le dijo Cielo Riveros.


Pero como si hubiera echado combustible a la hoguera, los dos sacerdotes la atraparon para seguir jugando con ese cuerpo perfecto, y Cielo Riveros que ahora estaba con su cara pegada al regazo de Ambrosio, tomó con su boca el abultamiento que se alzaba sobre la sotana, acariciando con sus dientes el endurecido miembro de Ambrosio, mientras el superior la abrazaba besando su espalda, hasta que se escuchó el rechinar de la puerta del baño que se abría, Cielo Riveros se levantó simulando ir por otros bocadillos para sus invitados al fondo del cuarto.


Pero el señor Verbouc, que no era tonto, abrasó a su sobrina a la entrada del cuarto apretándola tanto que fingió dolerse por lo que parecía ser un castigo.


— ¡A…yyy!… Tío, me aprietas. — Se quejaba Cielo Riveros.


— Eres todo un diablito Cielo Riveros. — Le dijo Verbouc al oído. — Te dije que esta era la noche de Julia, así que no debes calentar a nuestros invitados, ya tendrás oportunidad de visitarlos en otro día.


La reunión continuó, hasta que luego de un buen rato, hizo su aparición Clemente acompañado por Julia, a la cual abrazaba de la cintura con uno de sus brazos, mientras la jovencita sintiéndose incomoda ante la vista de los presentes, hacía ademán de querer separarse de Clemente, mientras éste con una amplia sonrisa seguía tironeándola hacía él diciendo a los presentes:


— ¡Que les parece mi nueva novia Cabrones!


Enseguida la soltó de la cintura, dándole un golpe en su protuberante trasero, provocando en ella un femenino gesto de sorpresa en el que quedaba con la boca abierta, luego la volvió a agarrar de los brazos recargándola en la pared a modo de forcejeo, para seguir diciendo.


— ¡Deben saber que esta cabroncita es una calientita! — Les informó Clemente, mientras la joven Julia empujaba con su frente el velludo pecho de Clemente tratando de ocultar su cara en él, como si le pidiera con la mímica de su cuerpo al desvergonzado sacerdote, que se callara por caridad. Sin embargo, Clemente la tomó del cuello bajo su brazo y la llevó hasta una pequeña mesa de terciopelo donde la acostó de espaldas rodeada por los dos sacerdotes y el señor Verbouc para seguir diciendo.


— ¡Así es colegas! Lo que tienen en esta mesa es una verdadera puta, ¡Toda una gozadora!, cuya lujuria no le pide nada a la de ninguno de nosotros, ¿No es así querida? — Preguntó Clemente a la avergonzada Julia, que en ese momento luchaba por cerrar los botones del escote de sus senos que con el forcejeo continuamente se abrían, mientras Clemente continuaba con el tormento mental.


— ¿No es verdad que me dijiste que te gustaría hacerlo con el superior también?, ¿o que te gustaría sentir en el culo las venidas de asno del padre Ambrosio? — Le decía Clemente.


Ante el silencio del enrojecido rostro de Julia Clemente le apuntó con el dedo índice diciendo.


— ¡No finjas que no te gustó la verga cabrona!, Porque si no confiesas, tendré que darte unos golpes como tu marido que soy.


— ¡Siii!, es verdad. Todo lo que dice el padrecito Clemente es verdad. — Confesó en llanto la atormentada Julia.


— ¡Muy bien!, esa es mi chica. — Le dijo Clemente, al tiempo que la tomaba del cuello con ambas manos para mover su cabeza hacía el extremo de la mesa donde estaba el regazo de Verbouc.


— ¡Ahora! preciosa, muéstrale a tu padrino las puñetotas que sabes hacer con la boca. — Le ordenó Clemente.


De inmediato, Verbouc abrió su bata y dejó frente a la sorprendida cara de Julia su bien dotado miembro en brutal estado de erección.


Por un momento Julia sintió el reflejo de querer levantarse de la mesa, pero desistió de su acción al sentir el firme agarre a sus cabellos que el superior hacía con ambas manos, regresándola a la posición horizontal, para pegarla al regazo de su padrino diciéndole.


— ¡Ven acá mamadora! — Le ordenó el superior controlándola de los cabellos. — Vas a devolverle a tu padrino el favor que te hizo. —  Luego tironeó el escote que cubría sus senos, dejando completamente al descubierto esas maravillas naturales, que de inmediato fueron atrapadas por sus enormes manos, comprobando que la chica estaba excitada.


Y comprendiendo que era inútil mentir con un cuerpo que la delataba, y que todo era parte de sus obligaciones de esa noche, Julia cerró sus ojos y abrió la boca al ver aproximarse el tieso miembro de su padrino, el señor Verbouc, a cuya endurecida punta permitió la entrada en su boca tan adentro como pudo, y tras succionar la pulsante verga de su padrino en el medio tronco, como lo había hecho minutos antes con el padre Clemente, empezó a mover su cabeza para jalonear el tronco de esa enorme verga con masturbantes movimientos de entrada y salida, que bien pronto consiguieron la monumental venida del señor Verbouc, cuyo abundante semen era impulsado garganta abajo de la jovencita, que ante la imposibilidad de tragar tan rápido como los chorros de la venida llenaban su boca, tuvo que soltar el miembro del señor Verbouc que seguía lechando su rostro desde la frente hasta el cuello, y parte del pelo.


Sin darle un respiro, y antes de que la joven pudiera reaccionar, el padre superior que en todo momento la mantuvo sujeta de los senos, estaba entre sus abiertas piernas empujando la entrada de su enrojecida vulva, adentrándose sin grandes esfuerzos hasta quedar bien ensartado en su interior, y de inmediato empezó la copula con el ansioso sacerdote que pronto la inundó de semen, pero no con una, sino con dos embestidas consecutivas, pues hay que tomar en cuenta que tanto el señor Verbouc como los tres santos varones, habían estado en celibato durante más de un mes esperando este tan ansiado momento acariciando una y otra vez la idea de realizar estas acciones con la exquisita víctima que la maquiavélica mente de Clemente les había prometido poner sobre la mesa, para que todos disfrutaran de la primer experiencia de esta púber e inexperta chica, y en cuanto el superior se retiró para asear su miembro en un lavabo cercano, Clemente cuya lujuria en modo alguno había terminado, montó de nuevo esa regía cabalgadura, para recordarle a la hermosa Julia que aunque lo hiciera con otro, él era aún su marido, terminando con un sofocado gruñido con el que mezclaba su semen con el del superior.


Luego del salvaje ataque del superior y Clemente, la chica fue estirada de los brazos para que se pusiera de pie, y equilibrándose como podía con las zapatillas de tacón alto que traía puestas, y con su rostro chorreando de semen, sintió al padre Ambrosio parado tras ella, tomándola de la cintura con ambas manos, enseguida Julia comprendió que Ambrosio cuyo temperamento sensual no difería mucho del de Clemente, se disponía a hacer uso de ella en la forma en que Clemente les dijo que a ella le gustaría probar a Ambrosio, sin embargo, como la estatura del formidable cuerpo de Julia con esas zapatillas era ligeramente más alta que la de ellos, enseguida sintió en la parte interna de sus tobillos la señal del pie del padre Ambrosio indicándole que separara las piernas, hasta que quedó en la altura más cómoda, enseguida Ambrosio abrió su sotana y dejó en libertad su enorme miembro, cuya rubicunda e hinchada cabeza parecía amenazar a los cielos, y Julia sintió la lubricada arma del padre Ambrosio acoplándose en su orificio trasero al tiempo que la sujetaba de las caderas para poder penetrarla, y empujón tras empujón, el lujurioso sacerdote, también logró entrar sin grandes esfuerzos, y asegurándose con tres poderosas estocadas que había quedado firmemente enterrado en el interior de la jovencita, el lujurioso sacerdote advirtió que ya no podía ahondar más, y una vez que la tuvo bien ganchada, pasó sus fuertes brazos alrededor de la delgada cintura de Julia, y apretándola con fuerza dio inicio a los inevitables movimientos de entrada y salida con los que el buen padre se daba el mayor placer posible, sacudiendo con furia el hermoso cuerpo de Julia, y tras dos o tres pausas, Ambrosio empezó a moverse con mayor violencia, mientras la chica con una expresión de doloroso éxtasis, esperaba la corriente seminal que pronto sería expulsada por ese largo, anchuroso, y tumefacto miembro, hasta que sintió en sus entrañas la venida de asno con la que había fantaseado platicando con Clemente, la cual se repitió una y otra vez, tras una segunda y tercera embestida, hasta que satisfecho y deslechado a más no poder, Ambrosio extrajo del cuerpo de Julia su vaporizarte miembro, y una vez liberada por Ambrosio, Verbouc que había estado observando con envidiosa lujurio la escena del padre Ambrosio copulando con Julia de pie, de inmediato la tomó en la misma forma, y tan solo de tres estocadas, quedó insertado por completo y hasta la raíz, en el conducto trasero de la jovencita, y una vez ganchada, con las piernas separadas, y su trasero apoyado en el regazo de Verbouc, Julia volvió a sentir el lujurioso apretón en su cintura, seguido de una serie de vigorosas y violentas sacudidas, como las que le había dado el padre Ambrosio, Verbouc por fin se encontraba disfrutando del frondoso cuerpo de su ahijada de acuerdo al caprichoso e irregular deseo que ella había despertado en él, consiguiendo venirse en dos ocasiones, con eyaculaciones tan abundantes y prolíficas, que no le pedían nada a las del padre Ambrosio, haciendo sentir a la Jovencita que el semen inicial del padre Ambrosio era empujado por el de su padrino, todavía más adentro de lo que ya estaba, mezclándose con el del sacerdote, y sin soltar a Julia del apretado abrazo con el que seguía aferrado a ella, y completamente mareado a causa de la brutal emoción, Verbouc perdió el equilibrio y cayó de espaldas llevándose consigo a Julia, pero como si se tratara de una pelea, de inmediato, Verbouc rodó por la alfombra con Julia, hasta quedar sobre ella, en la misma dominante posición en la que fue encontrada con Clemente. La razón, era que Verbouc no estaba dispuesto a hacer menos faenas de las que había visto hacer al padre Ambrosio, y la joven Julia, comprendiendo que se encontraba en medio de una competencia de testosterona, clavó su frente en la alfombra mientras escuchaba los gruñidos del macho enfurecido, esforzándose por alcanzar otra complacencia más.


Tras el bestial tratamiento, la jovencita fue retirada por Cielo Riveros de nuevo al cuarto del fondo, para que desfogara la exagerada cantidad de semen que traía en el interior de su cuerpo, e hiciera el aseo que se requería. En el interior, Julia le confesó a Cielo Riveros haber sentido lo que ella llamó: “Espantoso Placer” a la experiencia de ser violada por los tres sacerdotes y por su padrino, y una vez que terminó de ayudarla con sus femeninos arreglos, con el pelo aún mojado y en completa desnudez, calzando tan solo sus exquisitas zapatillas de tacón alto, de nuevo la regresó al grupo, para el siguiente “repaso”.


Cielo Riveros colgó una servilleta en una de sus manos, y con la otra tomó a Julia de la mano, elevándosela en similitud a la forma en que un mesero lleva a la mesa un exquisito platillo, conduciéndola hasta el centro del cuarto, mientras la chica caminaba con pasos cortos y delicados, que la hacían lucir terriblemente femenina al tratar de cerrar sus pisadas, equilibrándose con trabajo en esas zapatillas de tacón alto, como consecuencia de los fieros ataques que había recibido en ambos orificios.


Ni decir cabe, que en cuanto la vieron, los cuatro se lanzaron como tigres sobre ella, rodando con Julia en la alfombra, en donde como pudieron, y en completo desorden, continuaron poseyéndola en toda forma posible.


Pero al cabo de tres o cuatro “repasos” más, la joven Julia estaba verdaderamente agotada, y tras un último baño fue conducida a la recamara de Cielo Riveros, donde durmió hasta bien entrada la mañana.


Un frugal y delicioso desayuno puesto en la cama por Cielo Riveros, terminó de reanimar a la maltrecha Julia, cuya juventud bien pronto se repuso del feroz combate amoroso, que en su “Noche de Bodas” había librado con cuatro de los mejores sementales.


Después del descanso y sintiéndose más en confianza, Julia le comentó a Cielo Riveros que no volvería a tener sexo hasta que se casara de verdad, pues a pesar de lo que gozó no podía llegar a esa noche con semejantes aberturas en su cuerpo.


 

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